Todos estamos familiarizados con el hecho de que la Luna tiene fases. Lo que quizás no es tan conocido que es que el planeta Venus, observado desde la superficie terrestre, también las tiene. Venus a simple vista siempre aparece próximo al Sol y es visible al atardecer y al amanecer como un punto de luz brillante cerca del horizonte. Hasta que Galileo informó de la existencia de fases en Venus tras observarlo con el telescopio, Venus aparecía como sólo un punto de luz errante, un planeta más. La existencia de fases en Venus, algo que todo el que dispusiese de un telescopio pudo comprobar por sí mismo, supuso el principal reto a la ptolemaica como una visión realista del universo. Pero el que supusiese un reto (casi insuperable) para Ptolomeo, no fue el golpe definitivo que muchos quieren ver al geocentrismo.
La comprensión del fenómeno, nada complicado por otra parte, es fundamental para poder considerar las discusiones entre Galileo e Iglesia Católica posteriores adecuadamente, por lo que dedicaremos esta anotación a intentar explicarlo. Introduciremos también muy brevemente un concepto que incomoda a muchos científicos y al que dedicaremos una anotación específica más adelante: la tesis de Duhem-Quine.
Venus, como puede apreciarse en la imagen, no sólo tiene fases, también varía de tamaño aparente dependiendo de la fase en la que se encuentre. Para apreciar la importancia de este dato fijémonos primero en algo mucho más conocido, las fases de la Luna, y luego iremos a Venus.
Las fases de la Luna son una consecuencia de las posiciones relativas del Sol, la Luna y la Tierra. En cualquier momento dado la mitad de la Luna estará iluminada por el Sol, y la otra mitad estará oscura. Cuando la Luna y la Tierra están colocadas de tal manera que vemos completamente el lado iluminado, tenemos la fase llamada luna nueva. Cuando sólo vemos media cara iluminada tenemos lo que llamamos un cuarto, y si sólo vemos una porción tenemos un creciente. En la imagen siguiente podemos ver las distintas posiciones relativas de Luna, Tierra y Sol durante los aproximadamente 27 días que dura la órbita lunar.
Por si acaso recordaremos que la imagen no está a escala. Uno podría tener la impresión observándola que algunas fases no son otra cosa que eclipses, esto es, que la Luna se interpone entre el Sol y la Tierra o que la Luna entra en la sombra que proyecta ésta. Ello se debe a que tenemos la necesidad de que la imagen entre en esta página, de que sea apreciable a simple vista y de expresarlo todo en las dos dimensiones de la pantalla. De hecho, como el Sol es enormemente grande en comparación, la Luna y la Tierra están suficientemente lejos y la órbita de la Luna está “inclinada”, la Luna sólo entra de vez en cuando en la sombra de la Tierra (y por eso los eclipses de luna son relativamente raros, en vez de ocurrir una vez cada revolución de la Luna alrededor de la Tierra).
Es decir, el descubrimiento de las fases de Venus por parte de Galileo es una prueba en contra del sistema ptolemaico (alguien habrá que diga que la falsa, pero como ya dijimos en su momento, y ahora veremos de otra manera, la falsabilidad no es una propiedad de las teorías). Pero visto de otra manera, las observaciones de Galileo son una prueba confirmatoria del sistema heliocéntrico. Eso sí, quizás convenga recordar que confirmaciones y disconfirmaciones, por muy empíricas que sean, tienen sus limitaciones, antes de pasar a ver cómo las observaciones de Galileo apoyan la teoría heliocéntrica, explicando no sólo las fases, sino la variación de tamaño aparente asociado.
Pero, y este es un pero importante, por mucho que las observaciones de Galileo parezcan confirmar un sistema heliocéntrico, lo cierto es que no son suficientes para zanjar la cuestión. Así, por ejemplo, en un sistema geocéntrico como el de Tycho, en el que la Luna y el Sol orbitan la Tierra, pero en el que los planetas orbitan el Sol, Venus también presenta fases y es más pequeño cuando está en la fase llena y se vería mayor cuando está como creciente. Incluso una modificación del sistema ptolemaico podría dar cuenta del fenómeno (bastaría con que Venus orbitase al Sol y todo lo demás se mantuviese igual, orbitando alrededor de una Tierra estática.)
Dicho de otra manera, las observaciones de Galileo confirman tanto un sistema heliocéntrico como uno de Ptolomeo modificado o el sistema de Tycho. Desde un punto de vista estrictamente técnico, con los conocimientos existentes a comienzos del XVII, la opción de Galileo por un sistema heliocéntrico era instintiva, estética, si se quiere, pero no estrictamente racional. Recordemos que el sistema de Copérnico no eliminaba el uso de epiciclos (véase Perspectivas) y, si bien facilitaba los cálculos, seguía siendo muy complejo, y nada simple.
Esta es una magnífica ilustración de una parte de la tesis de Duhem-Quine (la subdeterminación de las teorías científicas) : es típico en ciencia que nuevas pruebas, incluso nuevas pruebas espectaculares como la existencia de las fases de Venus, sean compatibles con al menos dos hipótesis existentes, o, lo que es lo mismo, las pruebas disponibles no determinan unívocamente qué teoría en concreto es la correcta.
Ya tenemos la información necesaria para abordar cómo se recibieron estas observaciones de Galileo por parte de la autoridad reconocida en la Italia de la época: la Iglesia Católica.
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Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
emejota
Super interesante, está clara la cuestión, lo triste y fehaciente es que el género humano funciona de manera geocéntrica.
Me quiero quedar por aquí cerca, pero no se como, acostumbrada como ando a blogger. Un saludo
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