Los descubrimientos de Galileo con el telescopio que hemos visto en las dos últimas entregas de esta serie (III y IV) fueron recibidos, como es lógico, como algo realmente asombroso y revolucionario y, en poco tiempo, convirtieron a Galileo en uno de los filósofos naturales (lo que hoy llamaríamos científicos) más conocidos de la época.
Galileo publicó sus descubrimientos entre 1610 y 1613 y, lo que es más interesante, en estas publicaciones adoptaba una interpretación, la heliocéntrica, como la correcta si bien, como hemos visto, ninguna de sus observaciones por sí misma o en conjunto permitía asegurar con certeza qué interpretación era la correcta. Es quizás importante recordar que en el momento en que Galileo publica sus hallazgos la hipótesis heliocéntrica de Copérnico hacía 70 años que se enseñaba en las universidades, eso sí, como artificio matemático para aligerar algo los farragosos cálculos asociados al sistema de Ptolomeo. Es decir, como veremos enseguida, la diferencia está pues en que, frente a este instrumentalismo, Galileo toma la hipótesis heliocéntrica con una actitud realista.
La Iglesia Católica (IC) no tenía problemas con la visión heliocéntrica del sistema copernicano, siempre y cuando su enseñanza y uso fuesen puramente instrumentalistas. Pero sí empezó a manifestar creciente malestar con la idea de que el Sol fuese realmente el centro del universo, y no la Tierra.
Galileo viajó a Roma a finales de 1615 para intentar evitar que la visión heliocéntrica fuese condenada formalmente por la IC. En este época es posible que Galileo fuese ya consciente de que, por muy convencido que él estuviese personalmente de que el heliocentrismo era correcto, quizás las pruebas acumuladas no fuesen suficientes para convencer a los que preferían la visión tradicional, intuitiva, matemáticamente consistente y acorde con la literalidad de las Escrituras que representaba el sistema de Ptolomeo. Por ello Galileo desarrolló otro argumento sobre las mareas, que hoy sabemos que es incorrecto, para apoyar la hipótesis heliocéntrica. Este nuevo argumento lo presentó en un libro publicado en 1615.
A pesar de los esfuerzos de Galileo, a comienzos de 1616 la IC declaró herética la idea de que el Sol estaba estático en el centro del universo, falsa (pero no herética) la de que la Tierra se mueve y prohibió enseñar o defender por escrito estas ideas. Pero, atención, lo que se declaró herético (por decreto, por lo tanto canónicamente revocable) y se prohibió enseñar fue el realismo de esta idea; se podía seguir enseñando como instrumento de cálculo. De hecho, el libro de Copérnico no se prohibió, sino que se corrigió para eliminar los pasajes que pudiesen hacer pensar que lo que se presentaba allí era la estructura real del universo.
Habida cuenta de las manifestaciones, verbales y por escrito, de Galileo, a éste le podía haber ido mucho peor de lo que le fue en este primer enfrentamiento con la IC: tanto es así, que ni Galileo ni ninguno de sus escritos fueron mencionados en el juicio formal emitido por la Inquisición en contra de la realidad del heliocentrismo. Pero no se quedó sin advertencia: se la hizo en persona el cardenal Belarmino, que le dio instrucciones claras, verbales y por escrito (en esto coinciden Galileo y Belarmino), de que no podía enseñar la realidad del heliocentrismo. Galileo después diría que se le había obligado a abjurar y a hacer penitencia, lo que Belarmino negó por escrito cuando le llegaron estos rumores.
Esta reconvención contra Galileo y la argumentación en este juicio al heliocentrismo es lo realmente interesante de todo el proceso. La segunda llamada a Galileo fue a cuenta de su libro Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de 1632; éste violaba la prohibición, que hasta ese momento Galileo había acatado, pero fue publicado con permiso de la Inquisición y autorización papal, el problema fue que algunos encontraron forma de interpretarlo como una burla al papa a cuenta de uno de sus personajes, Simplicio. En cualquier caso, este episodio pierde atractivo, digamos, filosófico, una vez que Kepler había hecho público completamente su sistema en 1620, y que había intereses más puramente políticos en este segundo juicio.
Por ello en la próxima anotación entraremos en la discusión Belarmino-Galileo. Que es mucho más interesante si tenemos en cuenta que los astrónomos de la IC, incluidos el propio Belarmino y Christopher Clavius no sólo confirmaron todos y cada uno de los descubrimientos de Galileo con el telescopio a partir de 1611, sino que tuvieron grandes elogios para él. Por cierto, una nueva falsedad en la imagen que abría la primera anotación de esta serie.
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Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
josè Maximiliano Alemàn Molina
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GRACIAS.
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