Hoy en día, pocos lugares de la Tierra se nos antojan tan alienígenas como la Antártida: una enorme extensión de hielo, cierta roca y algún fuego, bastante mayor que Europa entera, con una población de entre mil y cinco mil humanos apilados en unas estaciones científicas no tan distintas de como imaginamos nuestras futuras bases extraterrestres. Y es que no tenemos otra forma de vivir ahí.
Por lo demás, la vida antártica se concentra en unas estrechas franjas costeras, la península que se extiende hacia Sudamérica y los mares circundantes, de manera muy parecida a como toda la vida terrestre está atrapada entre el abismo y el cosmos, pero todavía más exagerado. Conforme desembarcas, las ballenas, los calamares colosales y los pingüinos ceden el paso a un par de florecillas, musgos, líquenes y nuestro querido osito de agua,i que como en esta casa bien sabemos, es muchísimo más duro que Chuck Norris. Al adentrarte hacia el interior, ya va quedando sólo alguna bacteria, el hielo infinito y las bases científicas más cañeras, sobrevoladas muy de vez en cuando por algún asombroso petrel de las nieves (o un Ilyushin-76).
Ahí, hielo adentro, el año son seis meses de luz gélida, cegadora, y seis meses de tinieblas sólo rotas por las sobrecogedoras auroras australes. En algún lugar realmente hardcore como la mítica estación Vostok se ha llegado a registrar la temperatura más baja de la Tierra: –89,2 °C (sí, eso, 89,2 bajo cero, el 21 de julio de 1983.ii) Los datos de algún satélite sugieren que se alcanzan los –93,2 °C en algunas zonas donde no hay termómetros para tomar medidas, entre el Domo Argus y el Domo Fuji. Por hacernos una idea, el mercurio de los termómetros tradicionales se congela a –39 °C; en la Antártida hay que usar otro tipo de técnicas. La temperatura media en Marte está entre –55 °C y –63 °C.iii Y el dióxido de carbono se convierte en hielo seco a –78,5 °C. Bien, pues en Vostok todavía pueden hacer más de diez grados menos. Es incluso raro que nieve, porque toda la humedad del aire está congelada. Si no estamos hablando de un maldito lugar alienígena, que baje Zeos y lo vea.
Y sin embargo, no siempre ha sido así. Hubo tiempos en los que la Antártida fue un vergel tropical, lleno de vida, que incluso permitió el paso de numerosas plantas y animales terrestres entre lo que ahora son América, África, Madagascar, Eurasia (vía India) y Australia. ¿Cómo es eso posible?
Verás, resulta que la temperatura global de la Tierra y la posición de los continentes han variado notablemente a lo largo de las eras. Aunque, a decir verdad, la Antártida es uno de los que menos se ha movido. Ha permanecido en el Hemisferio Sur, y a menudo no lejos del Polo Sur, durante buena parte de la historia de la vida en las tierras emergidas. Cuando el primer bichejo osó aventurarse fuera del agua, hace hoy más o menos 530 millones de años,iv Antártida se dirigía a constituir el súper-continente meridional Gondwana y estaba todavía más o menos a la altura del ecuador. Pero para cuando la vida quiso andar ya respirando aire en este chiste que llamamos tierra firme, unos cien millones de años después,v Antártida ya había iniciado su camino hacia el Sur como parte de Gondwana y rondaba la latitud de la Australia actual.
Nunca regresó al Norte de manera significativa, y no se espera que lo haga hasta dentro de al menos 250 millones de años. En realidad, fue derivando poco a poco cada vez más al Sur. Mientras Eurasia, América y África vagaban con rumbo Norte, en algunos casos incluso cambiando de hemisferio para dar lugar a la geografía que conocemos hoy, hay puntos de la Antártida actual que ya estaban en la Antártida primitiva durante el Pérmico (aunque no en la misma posición, claro.) Faltaban más de 50 millones de años para que surgiesen los primeros dinosaurios. Y ahí ha seguido todo este tiempo, ubicándose en torno al Polo Sur.
Se podría pensar fácilmente que, debido al ángulo de incidencia de la luz solar, una tierra situada en regiones tan polares nunca pudo parecerse demasiado a las playas de Cancún. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. La extrema frigidez de la Antártida moderna no obedece únicamente a su posición polar. Si así fuera, el Ártico debería ser igual de frío, y no lo es. De hecho, las temperaturas más bajas del Hemisferio Norte se han registrado en un lugar diabólico de Siberia llamado Oimiakón, con entre –67,7 °C y –71,2 °C, según fuentes. (Hablamos siempre de temperaturas en superficie; en la cumbre de algunas montañas se registran temperaturas más bajas, de hasta –77,5 °C, aún bastante por encima de los –89,2 °C medidos en la estación antártica Vostok.)
Pero Oimiakón ni siquiera está en el Ártico. Se encuentra a 63°15′ de latitud Norte, por debajo del Círculo Polar; más al Sur que Reikiavik (64°09’N), la capital de Islandia, donde la temperatura nunca ha descendido de –24,5 °C (y lleva sin bajar de –20 °C desde 1971.) Las temperaturas brutales de Oimiakón no obedecen a su latitud, sino fundamentalmente a un fenómeno severo de clima continental común a toda Yakutia y las peculiares características meteorológicas del valle donde se encuentra. En el Ártico propiamente dicho, la temperatura más baja registrada fue de –66,1 °C (estación North Ice de Groenlandia, el 9 de enero de 1954.) Más significativamente, la temperatura media anual en el Polo Norte solía estar sobre los –18,2 °C, llegando a –28,1 °C en el corazón de los hielos groenlandeses; en cambio, la media del Polo Sur desciende a –49,4 °C y en la estación Vostok es de –55,1 °C, parecida a la marciana.
Estas notables diferencias entre el clima ártico y el antártico se deben más que nada a la geografía y las corrientes del mar y del viento que la acompañan. La altitud también influye, aunque no tanto como algunos piensan: aunque la elevación media de la Antártida es de unos 2.500 metros, la mayor de todos los continentes, Groenlandia no le va muy a la zaga con sus 1.922 metros. Lo que ocurre es que la Antártida es un continente grande, rodeado por todas partes de mar, con la Corriente Circumpolar Antártica bloqueando el intercambio térmico entre sus zonas interiores y las regiones más cálidas de los alrededores. Está climatológicamente atrapada en un pozo de frío del que no puede salir.
Sin embargo, como hemos visto, esto no fue siempre así. La Antártida sólo quedó rodeada de mar por todas partes hace unos 35 millones de años, conforme los demás continentes se alejaban hacia el Norte, abriendo los pasajes de Drake y Tasmania. Antes de eso, esta Corriente Circumpolar no existía y por tanto la Antártida podía intercambiar calor (y frío) con los territorios de alrededor, impidiendo así que la temperatura en su interior bajase tanto.vi
No fue sólo eso. Normalmente, la temperatura de la Tierra es más alta que la del presente. Ahora mismo estamos sumidos en una glaciación, de la que parecemos tener mucho interés en salir por la vía rápida y del modo más catastrófico posible, pero glaciación al fin y al cabo. No obstante, durante la mayor parte de la historia de la vida la Tierra ha estado bastante más caliente que ahora,vii con los niveles de CO2 yéndose a veces por encima de las 1.000 ppmviii e incluso mucho más.ix Por ejemplo, durante el Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno, hace 55,8 millones de años, la temperatura planetaria media pudo rondar los 22 °C (con 1.225 ppm de CO2 atmosférico) en vez de los 15 °C actuales. En realidad, este mundo es un pelín bipolar. Viene debatiéndose desde siempre entre la Tierra invernadero y la Tierra iglú.
Así que con todas estas transformaciones tectónicas y climáticas no te extrañará que hubiera tiempos en que la Antártida, lejos de ser el desolado desierto de hielo que es ahora, se convirtiera en un auténtico vergel. A decir verdad, ocurrió muchas veces. Ya en el remoto Cámbrico (hace 581–485 millones de años), cuando rondaba el ecuador, andaba llena de trilobites y otros invertebrados por el estilo. Del Devónico (419–360 Ma) se conservan numerosos fósiles de plantas; una flora que durante el Pérmico (298–252 Ma) quedó dominada por cosas parecidas a los helechos, como el Glossopteris, creciendo en pantanos y marismas. Con el tiempo, estas plantas y marismas se transformarían en los yacimientos de carbón de las Montañas Transantárticas.
Para entonces el planeta se estaba calentando bastante y buena parte de Gondwana se convirtió en un desierto árido, pero la vida antártica siguió adelante. A lo largo del Pérmico y principios del Triásico (250–200 Ma) surgieron helechos con semillas y también reptiles sinápsidos que prometían ser mamíferos. Y durante el Jurásico (200–145 Ma) y el Cretácico (145–66 Ma) ya fue la caña: cícadas, ginkgos, bosques de coníferas, ammonites en el mar y al menos tres tipos de dinosaurios en tierra: los criolophosaurios, los glacialisaurios y los antarctopeltas. Todo esto, que sepamos. Es decir, cuyos fósiles hemos encontrado. Un auténtico paraíso tropical prehistórico, que además servía de puente biológico entre los distintos territorios de Gondwana y por tanto del mundo futuro entero. Incontables especies medraron y se extendieron por ahí.
Entonces, Gondwana comenzó a fragmentarse para formar los continentes modernos. Pero la vida continuó dando guerra en la Antártida, que aún conservaba un clima subtropical. Aunque se extinguieron los dinosaurios, quedaron los marsupiales conforme África, la India y Madagascar se alejaban por el horizonte. Sin embargo, la tectónica de placas comenzó a traicionarla algunos millones de años después. Cuando se separó Australia, hace unos 40 millones de años, empezaron a surgir esas corrientes aniquiladoras que impiden el intercambio térmico con el resto del mundo.
Y para entonces la Antártida ya estaba muy al Sur. Se formaron los primeros hielos, amenazando con la extinción. La vida, que siempre pelea hasta el último aliento, siguió adelante. No comenzó a morir hasta que Sudamérica se separó también, abriendo el Pasaje de Drake y dejando paso a la Corriente Circumpolar que la aisló definitivamente. Entonces el hielo empezó a extenderse, aniquilando a los bosques antárticos y todo lo que vivía en ellos. Pero la vida, como jamás se rinde, buscó refugió donde pudo a la espera de tiempos mejores. Para su desgracia, el fenómeno aniquilador era demasiado enorme y duradero. Poco a poco, todo fue pereciendo enterrado bajo el gran sudario blanco de la glaciación.
Aún daría un último coletazo. Durante el Mioceno medio, hace unos 15 millones de años, los niveles de CO2 ascendieron a unas 400–600 partes por millón (actualmente estamos en 400 otra vez.)x Aunque para entonces la capa de hielo ya había alcanzado la extensión actual, la temperatura aumentó en las costas y surgió una vegetación de tundra parecida a la que ahora se puede encontrar en algunas zonas de los Andes.xi No fue hasta hace tres o cuatro millones de años que el hielo, por fin, la derrotó.
Aunque no del todo. Como te contaba al principio, algunos vivientes siguen aferrándose a las rocas costeras y el mar gélido incluso hoy en día. Siguen esperando tiempos mejores. La vida siempre espera a la más mínima, a la última oportunidad para resurgir. Mira, ¿ves?, a lo mejor nuestra codicia y nuestra estupidez tiene algo de bueno. A lo mejor nuestra codicia y nuestra estupidez le da otra oportunidad.
Referencias:
i Guidetti, R.; Rebecchi, L.; Cesari, M.; McInnes, S. J. (18 de mayo de 2014): Mopsechiniscus franciscae, a new species of a rare genus of Tardigrada from continental Antarctica.Polar Biology (Springer Science + Business Media) 37 (9): 1221–1233. DOI: 10.1007 / s00300-014-1514-x.
ii Arizona State University: World lowest temperature.
iii NASA National Space Cience Data Center: Mars fact sheet.
iv MacNaughton, R. B et al. First steps on land: Arthropod trackways in Cambrian-Ordovician eolian sandstone, southeastern Ontario, Canada.Geology 30, 391 – 394 (2002). DOI: 10.1130 / 0091-7613 (2002) 030 <0391:FSOLAT> 2.0.CO;2. Noticia en Nature.
v Wilson, H. M.; Anderson, L. I. (2004): Morphology and Taxonomy of Paleozoic millipedes (Diplopoda: Chilognatha, Archipolypoda) from Scotland.Journal of Paleontology 78(1):169-184. DOI: 10.1666 / 0022-3360 (2004) 078 <0169:MATOPM> 2.0.CO;2. Noticia en Nature.
vi Exon, N. F.; Kennett, J. P. (2013): Paleoceanographic evolution of the Tasmanian Seaway and its climatic implications.American Geophysical Union, Geophysical Monograph Series 01/2004; DOI: 10.1029 / 151GM19.
vii Hansen, J. E.; Sato, M. (2012): Paleoclimate Implications for Human-Made Climate Change. En Climate Change: Inferences from Paleoclimate and Regional Aspects. A. Berger, F. Mesinger y D. Šijački, Eds. Springer, 21-48. DOI: 10.1007 / 978-3-7091-0973-1_2.
viii Lowenstein, T. K.; Demicco, R. V. (29 de septiembre de 2006): Elevated Eocene atmospheric CO2 and its subsequent decline.Science, Vol. 313, nº 5795, p. 1928. DOI: 10.1126 / science.1129555.
ix Bice, K. L.; Norris, R. D. (2002): Possible atmospheric CO2 extremes of the Middle Cretaceous (late Albian – Turonian).Paleoceanography, vol. 17, nº. 4, 1070. DOI: 10.1029 / 2002PA000778, 2002.
x Knorr, G; Lohmann, G. (2014): Climate warming during Antarctic ice sheet expansion at the Middle Miocene transition.Nature Geoscience 7, 376–381. DOI: 0.1038 / ngeo2119.
Sobre el autor: Antonio Cantó (@lapizarradeyuri) es polímata y autor de La pizarra de Yuri
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