Galileo vs. Iglesia Católica redux (III): Observaciones

Experientia docet

Aristóteles se equivocaba. Imagen del Sol con luz blanca. |Cortesía de Paco Bellido
Aristóteles se equivocaba. Imagen del Sol con luz blanca. | Cortesía de Paco Bellido

En la imagen de Jean-Léon Huens que aparecía en la primera anotación de esta serie podíamos ver a Galileo intentando “convencer a los escépticos eclesiásticos de que en la Luna hay montañas y de que el planeta Júpiter tiene varias lunas propias”. Esos son solo dos de los descubrimientos que realizó Galileo con el telescopio. En esta anotación veremos muy brevemente la mayoría de ellos, analizando su potencial influencia posterior en el debate, y en la próxima analizaremos con algo más de detalle el más importante de todos para apoyar una visión heliocentrista del Sistema Solar.

Hay montañas en la Luna…

Galileo fue uno de los primeros en apuntar con un telescopio a la superficie lunar, observar sus características y describirlas. Esta descripción incluía montañas, llanuras y lo que hoy conocemos como cráteres. Con el ojo desnudo uno también puede verlas, y otros antes de Galileo habían especulado con que había montañas en la Luna, pero sólo con el telescopio podían describirse con cierto detalle.

Como es evidente, el hecho de que haya montañas en la Luna no dice nada sobre si la Tierra se mueve o esta quieta. Este es un dato que aparecerá en el debate porque vendría a provocar un reajuste en la visión aristotélica del universo. Reajuste, que no ruptura; veámoslo.

Para Aristóteles los objetos celestes (la Luna y más allá) están hechos de éter, y sólo de éter, lo que implicaba la perfección de sus movimientos y formas, ambos perfectamente circulares. Si hay montañas en la Luna se rompe la perfección aristotélica. Pero, gracias a una pequeña sutileza esta objeción al modelo puede salvarse fácilmente: como la Luna está en la frontera entre las regiones supralunares (perfectas) y las infralunares (imperfectas), sólo tengo que considerar que la Luna es parte de éstas y que marca el límite de las regiones infralunares que ahora incluirían a la Luna.

Con este subterfugio se mantiene el sistema de creencias imperante inalterado en lo básico, pero las montañas en la Luna muestran que el sistema debe ser alterado aunque sea en un aspecto menor.

Además las montañas en la Luna suponen una invitación a cambiar de mentalidad para los físicos. A comienzos del siglo XVII no se conocía la ley de la inercia (Galileo avanzaría en su determinación; Newton le daría su forma definitiva), por lo que se suponía, siguiendo a Aristóteles, que una fuerza debía actuar continuamente sobre un cuerpo para que este siguiese en movimiento. Llevando esta idea a sus últimas consecuencias a comienzos del siglo XVII se veía la necesidad de la existencia de una fuerza continua como un argumento en contra del movimiento de una gigantesca roca como la Tierra: no había nada capaz de moverla. Pero con el telescopio se ve que la Luna también es una enorme roca, y se mueve. Entonces si una roca como la Luna se mueve continuamente, ¿por qué no la Tierra?

…el Sol tiene manchas…

Galileo no miró directamente a través de su telescopio al Sol. Para observarlo lo que hizo fue proyectar la imagen que le proporcionaba el telescopio apuntado al Sol en una hoja de papel, salvando de esta manera sus retinas. Fue, de esta manera, uno de los primeros en describir unas manchas que aparecían en la superficie del Sol. Lo que sí hizo en solitario fue argumentar convincentemente que estas manchas estaban en la superficie del Sol mismo y que no eran imágenes de planetas o cualquier otro objeto en la línea de visión.

Al igual que con las montañas lunares, esta observación no dice nada en el debate heliocentrismo/geocentrismo. Pero ahora ya no nos sirve nuestro subterfugio anterior: el Sol está claramente en una región supralunar. Por tanto, de acuerdo con esta observación, las regiones supralunares no pueden ser las de la perfección absoluta e inmutable de la que hablaba Aristóteles. Estas simples manchas sí suponen una rotura de la cosmovisión aristotélica.

…Saturno orejas…

Con las mismas consecuencias que sus observaciones de la Luna y el Sol para la forma en la que los humanos venían presuponiendo que era el Universo desde hacía más de 2000 años Galileo observó que el planeta Saturno tenía una especies de asas u orejas. Ahora sabemos que se estaba refiriendo a los anillos que rodean al planeta (se necesitarían 50 años más para tener resolución suficiente en los telescopios como para que pudiera lanzarse la hipótesis de que eran anillos).

y Júpiter lunas

Apuntando su telescopio hacia Júpiter, Galileo hizo uno de los descubrimientos más impactantes para él. Observó cuatro pequeños puntos de luz que, tras observaciones cuidadosas y reiteradas, pudo constatar que cambiaban de posición con el tiempo. Galileo razonó, correctamente, que debían tratarse de lunas orbitando Júpiter.

Este descubrimiento tampoco casaba con la visión heredada de Aristóteles, pero en un aspecto completamente distinto a los anteriores. Como puso de manifiesto gráficamente Ptolomeo, la Tierra era el único centro de rotación del universo, y hete aquí que, al menos, Júpiter también es un centro de rotación. O, lo que es lo mismo, que un principio fundamental, la unicidad de la Tierra como centro de rotación, es falso.

Incidentalmente, este descubrimiento tuvo su efecto en los que defendían “argumentos estéticos” en favor del geocentrismo del tipo “es muy poco elegante que la Luna gire en torno a la Tierra y que ésta lo haga alrededor del Sol”. El descubrimiento de Galileo acabaría con este argumento de raíz: existía al menos un objeto que todo el mundo veía que se movía y que todo el mundo podía ver que tenía objetos que giraban en torno a él.

Vemos pues que estos descubrimientos suponen la necesidad de una reforma de los sistemas empleados hasta entonces para describir el universo y un claro reto a los sistemas generales de Aristóteles y Ptolomeo. Nada que no pudiese arreglarse con un sistema como el Tycho, dicho sea de paso, que mantiene el geocentrismo.

El cuadro de Huens, pues, yerra en lo básico: no es necesario convencer, se ve, cualquiera puede hacerlo hasta los eclesiásticos, que existen montañas y satélites jovianos. Más sobre esto más adelante en la serie. En la próxima anotación veremos cual es el descubrimiento que supuso el verdadero reto al geocentrismo.

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Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance

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