Antes de afrontar las conclusiones de nuestra exploración de la interacción entre Galileo y la Iglesia Católica [IC] quizás sea conveniente repasar algunas ideas que hemos ido encontrando en capítulos anteriores de esta serie y que serán relevantes para lo que sigue.
En primer lugar, el tiempo. En Antecedentes vimos cómo la IC en el siglo XVII tenía una dilatada historia de tolerancia (tolerancia no significa aceptación) con los nuevos descubrimientos científicos, los de Galileo llegaron en un momento en el que la IC era menos tolerante de lo que podría haber sido en otras circunstancias debido a la reacción a la Reforma Protestante.
Posteriormente, comentamos en Perspectivas que en la época en la que se produjeron, los descubrimientos de Galileo no podían zanjar la cuestión entre geocentrismo y heliocentrismo. Para ilustrarlo, en Observaciones y Venus, mostramos cómo las observaciones de Galileo, si bien suponían un reto a Aristóteles y Ptolomeo, seguían siendo compatibles con un sistema como el de Tycho, además de uno heliocéntrico.
A continuación vimos la importancia que tenían las consideraciones instrumentalistas y realistas a la hora de enseñar el sistema de Copérnico en Reconvención.
Finalmente en Visiones, pudimos ver que Belarmino y Galileo coincidían en la consideración de una serie de pruebas como verdaderas, entre ellas las propias observaciones de Galileo y las Escrituras.
El conflicto queda reducido a una cuestión de peso, de la importancia que se le atribuye a cada una de las pruebas. Galileo piensa que las Escrituras son indudablemente correctas en lo que se refiere a las cuestiones que tienen que ver con la salvación. Pero, en otras cuestiones, aquellas que no conciernen a la salvación, no sería necesario tomarlas como indiscutibles. Y ya que, desde la perspectiva de Galileo, el que la Tierra o el Sol ocupen el centro del universo no es una cuestión relevante para la salvación, ésta es una de esas cuestiones en las que las observaciones con el telescopio pesa más que lo que digan las escrituras.
Por su parte la postura de Belarmino es que todos los aspectos de las Escrituras son indudablemente correctos. Podemos eso sí, según Belarmino, malinterpretar las Escrituras pero en ese caso es nuestra mala interpretación la que falla, no las Escrituras en sí. Como es improbable que se malinterpreten los pasajes que tienen que ver con el movimiento del Sol y una Tierra estacionaria, desde el punto de vista de Belarmino (en el contexto, no lo olvidemos, de los puntos relevantes que hemos repasado más arriba) las Escrituras prevalecen sobre la interpretación de Galileo de sus observaciones con el telescopio. Podríamos llegar a afirmar que Belarmino se muestra dispuesto a abandonar su postura siempre y cuando se le muestren pruebas suficientes y, desde el momento en que las observaciones son compatibles con un sistema geocéntrico (como el de Tycho, por ejemplo) que concuerda con las Escrituras, no ve razón para pensar que exista una mala interpretación de éstas.
La situación viene a ser la que recogimos en Provisional y perfectible a la hora de analizar el razonamiento disconfirmatorio: la falsación de una teoría queda reducida a qué pruebas se piensa que pesan más. Y la cuestión de qué pruebas pesan más queda reducida habitualmente a nuestra cosmovisión.
Entonces, ¿consideraba Belarmino (después santo y doctor de la IC) la hipótesis geocéntrica como falsable? Si la postura de Belarmino se defendiese hoy (como hay alguno que lo hace), tras 400 años de ciencia empírica de un éxito extraordinario, entonces cabría calificarla de irracional y podríamos decir que trataba a la teoría geocéntrica como no falsable. Pero, en el contexto de comienzos del siglo XVII , no había razones para pensar que una aproximación empírica al conocimiento del mundo fuese a tener el éxito que terminó teniendo; desde Platón habían sobrevivido y prosperado durante casi 2000 años sin tenerla. Por tanto, parece justo decir que no podemos saber con los datos disponibles si Belarmino trataba la teoría geocéntrica como falsable o no.
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Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Tom Wood Gonzalez
Y aunque hoy, a raíz de nuestra sabiduría, nos parezca un hecho abominable; ellos ni so~aban conocer la palabra falsable. Y a la vez; el propio Galileo creaba el método científico moderno, en su actual intuitivo/investigativo. Tal vez mucha de las cosas que pasan en la ciencia moderna actual; a los iluminados del futuro le parece ridículamente abominable. Gracias por estas 7 lecciones de ponderación de hechos científicos.
Francis Villatoro
Gran final para una serie de entradas en por @EDocet que al menos todos los profesores de ciencias deberían leer, y tú también
Juan Meléndez
Estimado César:
Decir que me he quedado gratamente sorprendido por esta serie de posts es poco.
Es casi inverosímil encontrar esta visión del caso Galileo en un blog de ciencia: por más que sea la interpretación estándar entre los historiadores serios, los divulgadores casi nunca han leído esas fuentes. Y los autores de los blogs casi nunca han pasado en sus lecturas de Carl Sagan (que era un gran comunicador pero un pésimo historiador de la ciencia). Así que mi enhorabuena. Lástima que el entusiasmo de los comentaristas se haya enfriado en cuanto has entrado de verdad en materia… supongo que hay poca paciencia, sobre todo cuando lo que se cuenta va en contra de mitos muy queridos por mucha gente.
Lo que tú llamas “presentismo” al principio de la serie es lo que suele llamarse historiografía whig, y precisamente mi disgusto con este enfoque (en el que crecí, porque he leído muchos libros de divulgación…) me ha llevado con los años a escribir un libro de introducción a la ciencia teniendo como leit-motiv precisamente evitar ese presentismo, y donde cuento la historia de Galileo precisamente en la línea en que tú lo haces aquí (como no quiero que esto parezca un anuncio, te dejo sólo dos enlaces, uno al blog del libro y otro a una crítica de Carlos Elías).
Juan Meléndez
Bueno, y para que no sean todo elogios, una crítica, aunque sea mínima y quizá un poco pedante.
Yo no diría que la situación planteada por el descubrimiento de las fases de Venus (y su compatibilidad con dos teorías alternativas a la ptolemaica: la de Tycho y la heliocéntrica) sea una ilustración de la tesis de Duhem-Quine, sino de una tesis más débil, sostenida, eso sí, por Duhem: que la falsación no puede ser exhaustiva. Es decir, que aunque hayamos falsado una teoría (la de Ptolomeo en este caso) siempre hay más de una teoría alternativa.
A esta idea el propio Duhem añadió otra similar que refuerza la subdeterminación de las teorías: que la falsación nunca es concluyente; es decir, que incluso aunque sólo hubiera una teoría en liza, en una observación experimental hay siempre tantos elementos en juego (hipótesis auxiliares, teorías complementarias sobre el funcionamiento de la instrumentación, procesado estadístico de los datos…) que un desacuerdo con las predicciones sólo nos indica que “algo ha ido mal” pero no nos dice dónde está el fallo, de modo que generalmente podemos echarle la culpa a algo que no es el núcleo duro de nuestra teoría y seguir sosteniéndola.
Lo que hizo Quine, si yo lo entiendo bien, es retomar ambas ideas y darles mayor radicalidad, extendiéndolas no solo a la verificación de las teorías científicas sino a todos los campos de la experiencia…
En fin, perdón por el ladrillo y gracias una vez más por estos estupendos artículos. Ah, y una cosa más: yo creo que Bellarmino sí consideraba el geocentrismo como falsable: si no, no diría que “si pudiese demostrarse que la Tierra se mueve alrededor del Sol, entonces habría que aceptar esa demostración”…
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