Este texto de Pere Estupinyà apareció originalmente en el número 10 de la revista CIC Network (2011) y lo reproducimos en su integridad por su interés.
No me apasiona hablar de comunicación científica. Prefiero hacerlo de ciencia. Es mucho más interesante. A veces pienso que hay más gente, académicos y eventos discutiendo de manera teórica sobre cómo mejorar la percepción pública de la ciencia, que profesionales poniéndose manos a la obra y probando maneras innovadoras de alcanzar a nuevos públicos. Quizás los recursos deberían ir todavía más en esa dirección.
Pero disgregaciones aparte, ¡claro que voy a hablar sobre comunicación de la ciencia! Eso sí; a través de historias con trasfondo científico, que son las que me encanta recordar (porque no nos engañemos; nadie se dedica a divulgar la ciencia porque sea una buena profesión, sino porque nos gusta. Sin este componente motivacional, es un trabajo mediocre. Que ningún estudiante lo valore como una alternativa a no ser que -como yo y muchos otros- disfrute horrores pasando sus ratos libres leyendo ciencia sólo por gozo intelectual). Sucedió este mismo verano cuando me estaba mudando a Nueva York. En plena búsqueda de piso, un amigo me sugirió contactar con una compañera suya que iba de vacaciones a España y buscaba subalquilar su apartamento muy bien situado en Williamsburg. Quedé con Carmen para ver su estudio y al preguntarle por su trabajo me dijo: «neurocientífica ‘postdoc’ en el Mount Sinaí. Investigo sobre reconsolidación de la memoria».
Perplejidad inicial. La terminología científica está plagada de palabros que sólo comprenden los investigadores, y que se ensañan en utilizar a toda costa frente a términos más comprensibles. Lo defienden por ese sobrevalorado ‘rigor’ que erróneamente sitúan arriba del todo en la lista de características que debe tener una buena divulgación científica. Sin ir más lejos, algunas expresiones como universos paralelos, teoría de la mente, o la propia ‘reconsolidación’, por muy precisas que sean para los investigadores, inducen confusión en el lector. «Reconsolidación de la memoria» nos suena a todos a algo así como aprendizaje; fortalecer memorias. Pero no. Cuando justo le digo a Carmen si reconsolidación se refería a fijar recuerdos me responde: «no, no… no necesariamente. Es el proceso de hacer lábil un recuerdo, y susceptible a cambios o a ser borrado. Tú hoy has visto la puerta de mi casa por primera vez. Si apareces dentro de una semana y la observas de nuevo, tus neuronas recuperarán esa memoria y habrá un proceso de consolidación que la hará más firme. Pero si en ese mismo momento te inhibo la síntesis de proteínas en el cerebro mediante fármacos, te bloqueo algunos genes, o te suministro un electroshock, podría ser capaz de extinguir ese recuerdo. De eliminar la puerta de mi casa de tu memoria».
¡Toma ya! Impresionante! A los tres días estaba en el laboratorio de Carmen Inda para que me explicara cómo extingue recuerdos en ratas. ¿Queréis saberlo? Id a buscarlo en mi blog de El País porque fue una de las historias que más me apasionó este verano, y que ilustra perfectamente uno de los mensajes que quiero transmitir en este texto: «rascar donde no pica». «Rascar donde no pica» es una herramienta fundamental para el comunicador científico. Implica estar siempre alerta a lo que los científicos quieren expresarnos, y rascar un poco a pesar de que sus primeras palabras no nos despierten interés. Cuando en un congreso de neurociencia en Washington dc pregunté a Miquel Bosch qué era lo más novedoso del encuentro y me respondió: «optogenética», casi me doy media vuelta pensando que realmente esos Homo cientificus eran una especie diferente con lenguaje propio viviendo en un submundo aislado del resto. Fue gracias a esa ley autoimpuesta de rascar aunque no pique que terminé viendo un ratón transgénico moverse en círculos cuando la luz azul abría los canales iónicos de algas que tenía implantados en sus neuronas del córtex motor izquierdo, y un c. elegans frenarse en seco cuando la luz amarilla bloqueaba la señal eléctrica de sus neuronas. «Rascar donde no pica» es la manera de no hacer refritos y aspirar a cierta originalidad. Hablando directamente con estos peculiares pero apasionantes científicos es cuando uno puede anticiparse a todos los artículos que empezarán a tratar meses después esta novedosa técnica llamada optogenética, que con su potencial para activar y desactivar circuitos neuronales in vivo puede convertirse en un revulsivo de algunas ramas de la neurociencia.
Y es que el periodismo científico de reescribir lo que cada semana cuenta Science o Nature es insuficiente. Por ahorrarme un adjetivo más ofensivo. La divulgación de resumir informaciones que puedes encontrar por internet y añadirles opinión y enfoque personal está bien; pero tampoco vas a aportar nada nuevo. Yo reivindico algo mucho más fácil y agradecido: pasar tiempo conversando con los científicos. Es apabullante toda la información novedosa que te pueden ofrecer, y la cantidad de historias no inéditas que podrás empezar a explorar. No te darán resultados que no estén publicados. O sí los más valientes. Pero te contarán golosas anécdotas, reflexiones, y te anticiparán lo que será noticia en pocos meses.
Ahora todos hemos oído ya que un sector ecologista abraza la energía nuclear de fisión como fuente de energía no emisora de dióxido de carbono. No entraremos a valorarlo aquí. Pero cuando alguien se pregunta por el éxito del programa Redes presentado por Eduard Punset, parte es que Eduard pasa sin complejos de repetir lo que otros ya han explicado en las publicaciones científicas, y se va directamente a visitar a James Lovelock en su casa de campo en el centro de Inglaterra para que allí, ante las cámaras de televisión española, exprese su -en ese momento- provocadora visión sobre la conveniencia de apostar por la energía nuclear desde el punto de vista ecologista. Un par de años más tarde sacaría su libro. Pero Redes ya se había anticipado, y sus seguidores habían confirmado de nuevo que ese programa tiene ‘algo especial’; algo imprevisible que te fuerza a seguirlo. Porque si bien habrá episodios que no te gusten, el día menos pensado te regalará una idea poderosa que nadie te habrá contado antes. No es como la sección de ciencia de un periódico que dista poco de la sección de ciencia de su competencia. Pregúntate si tu blog genera la sensación en el lector de necesidad de ir comprobándolo porque sabe que, de tanto en tanto, encontrará perlas escondidas. Una de las pistas que sugería Bertrand Russell en How I write era justo esta: regalar al lector sorpresas cuando menos se las espera. Despertarle del hastío con una frase o mensaje poderoso que cautive de nuevo su atención. Para mi, si hablamos de divulgación -no necesariamente de periodismo- esto es imprescindible.
¿Rigor y ser didácticos? Estoy cansado ya de escuchar a científicos comunicadores exigir que el rigor es lo más importante y que la clave es ser claros y didácticos… Claridad en la exposición y rigor ya se sobreentienden. Son mínimos necesarios. Pero por sí solos no llevan a ningún sitio más que a aburrir y recordarte lo lentas que se te hacían las clases en la escuela. Además; dejémonos de monsergas: estrictamente hablando, la divulgación no es rigurosa en absoluto, ya que siempre habla de la ciencia en positivo. La defiende. La ensalza. No suele hacer autocrítica, y en muchas ocasiones, es incluso interesada. Que no me hablen los científicos de términos más o menos rigurosos mientras esconden que algunas de sus conclusiones son exageradas, saben que, en realidad, no aportan nada nuevo, e incluso que la metodología podría mejorar.
Sorpresa, narrativa, imágenes, nuevos formatos y creatividad será lo que marque la diferencia. Y la emoción. Yo particularmente defiendo que para captar al público antes debemos llegar a sus corazones que a sus cerebros. Debemos generar una respuesta emocional en ellos. Alegría, ira, tristeza, aversión, intriga u orgullo. Pero primero se debe empatizar; generar el deseo de querer escuchar el mensaje a transmitir. Y una vez conseguido esto, no decepcionar. Porque si lo haces el lector ya no volverá. Hay exposiciones científicas o conferencias que son contraproducentes. No deberían realizarse. Todos hemos asistido a alguna de ellas. Si alguien atraído por el título o ponente invirtió tiempo en ir a un evento que después le decepcionó, regresa de allí con una percepción de la ciencia peor que con la que entró. Esto es una de las lacras de la comunicación científica voluntariosa pero amateur; aquella que hacen los científicos por ‘sentido de responsabilidad’ y apoyados económicamente con unas ayudas públicas que todavía no miden el impacto de lo que financian. Cuidado con el voluntarismo. No ha conseguido mucho salvo en excepcionales ocasiones.
Piensa por qué mucha gente cree que la ciencia es aburrida, y en cambio si les preguntas qué les parece el cine alemán de los años 60 responden «no lo sé». La explicación es que no han tenido ningún contacto con el cine alemán de los años 60, pero sí alguno aburrido con la ciencia. Menos es más. Depende de cuál sea tu objetivo, un post bueno es mejor que dos mediocres. Menos mal que no hice caso a los de El País cuando me sugirieron qué tipo de contenidos debía tratar en el blog. Chorradas. Lo que querían era anécdotas, curiosidades, posts cortitos, y de temas muy atractivos. Mejor cuatro posts de 10 líneas que dos de 20. Sin duda, esa es la receta del éxito si lo que quieres son muchos clicks. Pero… ¿es eso lo que quieres? El País, claro que sí. Yo, en ese momento, no. Lo que me pedían lo podía hacer cualquiera rastreando internet. Todavía no entiendo cómo no veían la posibilidad de explotar a un tipo que tenía la suerte de estar en el MIT y Harvard rodeado de grandes científicos y con tiempo e ilusión para escribir para ellos. Menos mal que no hice caso a los que en teoría sabían más que yo. No podría haber escrito El ladrón de cerebros sólo a base de anécdotas y sin poder ofrecer al lector autenticidad. Autenticidad es una palabra importante. Por eso, a menudo, me dirijo directamente al lector y le explico la historia superflua que me puede haber llevado al tema que quiero contarle. Pero estábamos hablando de ejemplos… uno de los que más me gusta exponer es el del investigador español ‘postdoc’ en Newcastle cuyo jefe era el mayor experto del mundo en temblor. Me escribió ofreciéndose a explicar sus investigaciones sobre el origen de los temblores en Parkinson.
Primera reacción: ¿a quién le importa el temblor del Parkinson aparte de pacientes o familiares? Segunda reacción: Rasquemos donde no pique. Démosle vueltas. Seguro que hay algo interesante. Tercera reacción: mail al investigador diciéndole que ok, pero que si trabajaba con el máximo experto en temblor del mundo debía empezar el texto explicándonos por qué temblamos de miedo, o de frío, y si el origen del temblor del miedo y el del frío era fisiológicamente el mismo. Una vez explicado esto, que puede resultar curioso para mucha gente, luego sin duda profundizaríamos en sus investigaciones sobre el desajuste entre las oscilaciones de las ondas que genera la actividad eléctrica de tu cerebro y las de los nervios de la médula espinal. Primero atrapar, y luego explicar. La anécdota sin mensaje es como el sexo sin amor. Pero el mensaje sin anécdota difícilmente se sostiene en el tiempo. Resultado, el previsible: el investigador se mostraba reacio a banalizar así su texto. Además, decía que él eso no lo sabía. «¡Pues búscalo!», le dije recordándole uno de los principales errores de los científicos comunicadores: insisten en querer explicar lo que para ellos es importante, creyendo que eso es lo importante para el público. No asumen que la ciencia no es suya, y que ellos no son quienes deciden qué es importante saber y qué no. Demasiada alma de profesores. El susodicho investigador se mantuvo muy diplomáticamente en sus trece. Mi respuesta fue clara: «chaval, esto no es como un paper científico que puedes ir revisando durante meses. Yo ya te he dicho lo que pienso. Voy a publicar la próxima versión que me envíes. No tengo tiempo que perder. Si no me haces caso, pues vale». No añadió lo de los temblores de frío y de miedo. Resultado: uno de los posts menos leídos del blog. Conclusión: menos personas leyeron sobre su investigación de las que lo hubieran hecho si en lugar de empezar directamente por ella hubiera empezado por otra cosa. Cada uno es bueno en lo suyo.
Y es que imaginar la mente del otro es fundamental. En ocasiones pienso que a algunos divulgadores nos harían bien clases de behavioral economics. Sobre todo a muchos escépticos, insistiendo en discutir y provocar sin reconocer -como todos los expertos en economía conductual saben que eso aferra a los lectores en lugar de generarles dudas. Piensa cuál de estos dos titulares será más exitoso para lograr tu objetivo de introducir un poco de racionalidad en el mundo: a) «La homeopatía es una patraña sin fundamento científico» o b) «Estudio demuestra que la medicina convencional es más eficiente que la homeopatía». Si tu impulso te ciega y dirige al primero, valora la opción de escribir sobre temas más divertidos. No sé si merece a estas alturas de texto valorar por qué la divulgación científica es importante. Hay demasiadas respuestas. Yo siempre empiezo diciendo que lo importante de verdad es la ciencia. La ciencia, la ciencia y la ciencia. Los verdaderos héroes son los científicos. Y los ladrones de cerebros somos unos aprovechados. Pero sí es cierto que hay ciencia que sólo sirve para ser contada. ¿Cuál es el resultado tácito de la cosmología detrás del Big Bang o la paleontología sobre las especies que nos precedieron? Conocimiento. Obviemos aplicaciones prácticas indirectas sólo expresadas frente a gobernantes en momento de pedir financiación. Está bien que intentes colar las palabras ‘cambio climático’ en algún rincón de tu proyecto, pero a mi no me cuentes historias. El resultado de algunas ciencias es puro conocimiento, y me parece perfecto que así sea. No necesitamos más justificación. Pero sí sabemos que el conocimiento, si se queda escondido en una biblioteca, no sirve para nada. Es por eso que incluso parte del presupuesto destinado a estas investigaciones debe estar condicionado a tareas divulgativas. El biólogo molecular que investiga sobre la vacuna del sida no está obligado a comunicar al público general.
Casi mejor que no lo haga hasta tener algo interesante a decir. Pero el menos trascendente cosmólogo sí. Debe hacerlo él, o su institución con dinero de sus proyectos. Aunque sea por marketing! Este es otro de los motivos por los que comunicar. Si como periodista consigues que la jefe de prensa del Media Lab del MIT te ofrezca un paseo por sus instalaciones para conocer los surrealistas proyectos que preparan te darás cuenta de un fenómeno curioso: seleccionan muy bien qué enseñarte y qué no. El Media Lab trabaja de la siguiente manera: acepta y apoya casi todos los proyectos que estudiantes y profesores les sugieren. Por muy locos que parezcan. Saben que si uno de cada diez funciona compensará la inversión en el resto. Y los desarrolla hasta un punto determinado. Luego son susceptibles de que empresas u otros centros los compren o colaboren económicamente en su desarrollo.
Aquí la comunicación es fundamental. Por eso verás que la jefa de prensa sólo te muestra los proyectos no financiados todavía. Quiere que escribas sobre ellos. Aquellos que distingues de refilón, parecen interesantes, pero resulta que ya están financiados, te dice que no puede hablar. Y tú te quedas aturdido pensando: «¿tengo que escribir sobre este prototipo de coche eléctrico apilable llamado city car que claramente es una patata?». Es lo que pretenden. Porque la comunicación es parte del engranaje. Y a la vista están los resultados, con la merecida pero sobredimensionada fama del MIT. Y no hablemos del marketing de la empresa Harvard! (digo… Universidad). Algo a aprender.
Pero tampoco vamos a permitir que estos bocados de realidad nos amarguen el final de un texto dedicado a algo tan bonito como el contar ciencia como excusa para poder aprenderla. Dentro de 30 años en el fútbol continuarán jugando once contra once y pateando un balón redondo. Lo más revolucionario que puede ocurrir es que un equipo asiático gane la final de un mundial. Fuera de eso, puro inmovilismo. Informar sobre fútbol puede ser divertido a corto plazo, pero tedioso a largo. Sin embargo, nosotros cubriremos los últimos hallazgos sobre las bases neurológicas de nuestro comportamiento, debatiremos sobre qué energías alternativas sustituirán al petróleo, averiguaremos por qué el Universo se expande de manera acelerada, defenderemos la preservación de la impresionante biodiversidad que alberga nuestro planeta, seguiremos de cerca la transformación del mundo que está ejerciendo internet, tendremos que educar a la población ante la inminente llegada de la medicina personalizada basada en el ADN, y podremos narrar profundos descubrimientos como la existencia de vida fuera de la Tierra; algo infinitamente más trascendental para la historia de la Humanidad que cualquier evento deportivo. La ciencia es apasionante. Por una parte mejora el mundo, y, por otra, es la verdadera revolución cultural del siglo XXI. El periodista que se atreva a afrontarla será un afortunado con una vida profesional rica de conocimiento. Por cierto, ¿cómo puede ser que haya facultades de periodismo preparando profesionales para informar a la población durante los próximos 40 años y no enseñen biología molecular, física, medioambiente o neurociencia? Es cavernícola. El periodista que termine su licenciatura sin una mínima noción de qué es el ADN podrá ser considerado un analfabeto. Y me enfrento a cualquier fósil decano de universidad que intente justificar lo contrario. Vaya… y yo que quería terminar con algo simpático…
Pere Estupinyà es químico, bioquímico, escritor y divulgador científico. Es autor de El ladrón de cerebros (Debate, 2010), Rascar donde no pica (Debate, 2012) y S=EX2, la ciencia del sexo (Debate, 2013).
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
arenas-olleta
¡Me ha parecido impresionante!
Te voy a mandar un par de rectificaciones:
¡Toma ya! [¡]Impresionante!
circuitos neuronales [_]in vivo[_] puede convertirse
Pero [_]Redes[_] ya se había anticipado
[¡]Aunque sea por [_]marketing[_]!
Idoia
Excelente! No lo habia visto asi! A veces pienso que me gustaria divulgar, pero mi area de conocimiento es reducida y poco emocionante. :/ En otra vida quiza
Diego
Enhorabuena por este buen artículo de meta-comunicación científica podríamos decir. El estilo honesto y directo nunca falla.
En mi opinión, al comunicador de la ciencia – que no de «su» ciencia – le suele faltar «distancia antropológica» y también en ocasiones una aproximación más equidistante a las distintas formas de explicar un mismo fenómeno, o la hora de exponer una teoría y pero también su contraria si la hubiere. Hace ya por lo menos un par de años la BBC fue criticada por una cobertura del fenómeno de cambio climático donde los escépticos recibían muchísima menos atención mediática por parte de la cadena.
MARIA JOSE LINARES
Artículo interesante, La investigación genética y epigenética es importantísima para el conocimiento, pero me gustaría poner acento en la difícil aplicación real y útil sin efectos adversos importantes, cuando los resultados de estos estudios genéticos se aplican en tratamientos en humanos