Quixote Pillinger

Fronteras

Colin Pillinger

Imagínate que un día soñaste con viajar a las estrellas, o al menos a los planetas. Imagínate que, como eras consciente de que no llegarías en tu tiempo de vida, al menos pretendiste que tu país formara parte de ese sueño. Imagínate que, ante el escepticismo de los burócratas y el cachondeo de tus conciudadanos, al final creaste una sonda para llegar a Marte. Imagínate que la misión fracasó y, por supuesto, no faltó quien te echara la culpa a ti. ¿Te suena? Bueno, pues esto es lo que hizo el Dr. Colin Pillinger, que hace unos días se fue de viaje con Carl Sagan y otros buenos amigos por las lunas de Barsoom y más allá.

Colin Pillinger nació cerca de Bristol (Reino Unido) el 9 de mayo de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, hijo de un obrero de cuello azul y una ama de casa. En sus propias palabras, era un pésimo estudiante de ciencias. Pero al final logró doctorarse en Química y acabar investigando en el campo de las Ciencias Planetarias. Participó en los estudios espectrométricos de las piedras lunares traídas por las naves estadounidenses Apolo, esas que algunos dicen que no estuvieron allí. Y tuvo su sueño. Se imaginó un navío como el Beagle de Charles Darwin para seguir haciendo ciencia, esta vez en la rojizas llanuras de Marte. Por eso, lo llamó el Beagle 2.

Ni el gobierno británico, ni la Agencia Espacial Europea creyeron en él. Para empezar, el Reino Unido ni siquiera contaba con una agencia espacial propia que avalase el proyecto. Los de siempre, igual que le ocurriera a Darwin casi dos siglos antes, empezaron con las risitas. Otros aseguraron que semejante idea tenía que ser un fraude para sacar más dinero del bolsillo a los buenos contribuyentes, o eso dicen. Pero Pillinger siguió adelante. Creó un consorcio encabezado por la Universidad Abierta del Reino Unido, donde era profesor, y concibió un módulo de aterrizaje capaz de viajar a caballo de la sonda europea Mars Express: este sería su Beagle 2, la primera nave interplanetaria del Reino Unido.

Con la forma de un reloj de bolsillo, el Beagle 2 se posaría en la planicie de Isis provisto con un brazo robot y un pequeño perforador para tomar muestras. A continuación las analizaría automáticamente, estudiando sus características geológicas, mineralógicas y geoquímicas, para transmitir los resultados de vuelta a la Tierra. También recogería datos sobre la meteorología y la climatología marciana, y buscaría posibles signos de vida. Una sonda bastante completita, sobre todo teniendo en cuenta lo que Pillinger tuvo que pelear para conseguir el presupuesto. Al final vinieron a ayudarle los Blur –sí, el grupo de rock– y artistas como Damien Hirst, que le hicieron de relaciones públicas para ayudarle a conseguir fondos privados. Reunió 44 millones de libras, la mitad públicas y la mitad privadas. Y con ellas, construyó su sueño.

El Beagle 2 despegó junto a la Mars Express el 2 de junio de 2003, desde el Cosmódromo de Baikonur, a bordo de un cohete ruso Soyuz FG / Fregat. El lanzamiento fue impecable y el viaje de seis meses a Marte, también. A las 08:31 UTC del 9 de diciembre, el Beagle 2 se separó de su nave nodriza Mars Express para iniciar el descenso hacia la planicie de Isis, tal como estaba programado.

Nunca volvió a saberse de él.

Seguramente, se perdió durante la entrada en la atmósfera marciana. Dado que la campaña de captación de fondos había hecho que la misión del Beagle 2 fuera muy conocida, su pérdida se produjo también bajo los focos. Las carcajadas de los cachondos arreciaron. Los gritos de esos que aseguran pagar tantos impuestos también, y los de los inversores privados que habían apostado por el proyecto, pues ya te puedes imaginar. Los de costumbre intentaron quitarse las pulgas del fracaso cargando las culpas sobre los hombros del propio profesor Pillinger.

Sin embargo, otra parte del público comprendió. Su imagen pública se convirtió en la de un científico excéntrico, quijotesco, pero simpático, combativo, bien intencionado y encaminado. Por su parte, Pillinger defendió en todo momento su gestión y el trabajo de su equipo. Incluso propuso una nueva misión: la Beagle 3, que nunca se llevó a cabo. Durante los últimos años de su vida, alcanzó cierto reconocimiento como conferenciante y divulgador.

Tras una larga temporada de mala salud, el profesor Colin Pillinger falleció el pasado 7 de mayo de 2014, a consecuencia de una hemorragia cerebral. Le faltaban dos días para cumplir los 71 años de edad.

El triunfo de la ciencia se sustenta sobre un pequeño número de éxitos e incontables fracasos. Como suele suceder, claro, sólo nos acordamos de los grandes triunfos. Pero todos los fracasos fueron igualmente, absolutamente necesarios. En realidad los fracasos, en ciencia, no existen. El inmenso poder de la ciencia se sustenta precisamente en que es capaz de aprender de los errores y corregirlos, una y otra vez, sin parar, conduciéndonos así a lo más parecido a la verdad que el ser humano es capaz de conocer en cada momento de su historia. No otra cosa es el método científico. Por definición, ningún dogma será capaz de hacer eso jamás.

Necesitamos menos cretinos de risa fácil. Necesitamos menos fanáticos de gesto adusto. Necesitamos más fracasos de estos. Necesitamos más fracasados así. Necesitamos más Quijotes Pillinger. Buen viaje, doctor. Y muchas gracias.

Sobre el autor: Antonio Cantó (@lapizarradeyuri) es polímata y autor de La pizarra de Yuri

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