La Tierra de formó hace unos 4.500 millones de años, y la vida en su forma más elemental apareció sobre ella unos 500 millones de años después. La vida pluricelular era una realidad hace 2.000 millones de años y la mayor parte de las ramas del árbol de la vida de los animales surgió hace 541 millones de años, en lo que se llamó la explosión cámbrica.
El resto es historia. ¿O no? Parece ser que no: los meteoritos recientemente estudiados por un equipo internacional de investigadores nos dicen que pasó algo muy importante en el Sistema Solar poco después (en términos geológicos) de la explosión cámbrica. La cuestión es que no sabemos el qué.
Los meteoritos son trozos de roca que caen a la Tierra desde el espacio exterior. Se forman a partir de los restos de las colisiones entre asteroides, lunas e incluso planetas. Hay de muchos tipos diferentes que reflejan la composición de los cuerpos a partir de los que se formaron. Estudiando los distintos meteoritos que han llegado a la Tierra los científicos pueden comprender mejor cómo evolucionaron los materiales con los que se formó el Sistema Solar.
En la narración del origen e historia de la Tierra los meteoritos aparecen dos veces de forma estelar. La primera es poco antes y quizás a la vez de cuando surge la vida, con el bombardeo intenso tardío y, aún sabiendo que siguieron cayendo, no vuelven a ser relevantes hasta hace 65 millones de años cuando un meteorito acaba con los grandes dinosaurios. Aparte de esto según narran las historias, en el Sistema Solar no debió ocurrir nada importante, aparte de un meteorito aquí y otro allá y la evolución de los propios planetas.
Sin embargo, un grupo de investigadores, encabezados por Phillipp Heck del Museo Field de Historia Natural (Chicago, EE.UU.), ha analizado 43 micrometeoritos llegados a la Tierra hace unos 470 millones de años y han encontrado algo sorprendente: más de la mitad de los granos minerales encontrados corresponden a composiciones completamente desconocidas o extremadamente raras en los meteoritos que llegan hoy día a la Tierra. Por ejemplo, el 34 % de los meteoritos analizados pertenecen a lo que se conoce como acondritas primitivas: hoy día solo el 0,45 % de los meteoritos que caen a la Tierra son de este tipo.
Esto implica que algo extraordinario que no sabemos qué es, aunque se puede sospechar que fue una colisión gigantesca, ocurrió en el Sistema Solar, alrededor de este periodo; algo tan grande que cambió la composición de los asteroides.
Un descubrimiento así, implica que hay que revisar la historia del Sistema Solar tal y como la conocemos. De entrada hay que incluir posiblemente la colisión de algo con un bastante grande asteroide hace 466 millones de años que es la que envia los trozos de roca que caen como meteoritos en los planetas y lunas del Sistema Solar interior desde entonces. También habrá que tener en cuenta que los meteoritos llegados y recogidos en los últimos 300 años no son representativos de los que llegaron a la Tierra en periodos anteriores.
Referencia:
Heck et al (2017) Rare meteorites common in the Ordovician period Nature Astronomy doi: 10.1038/s41550-016-0035
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Este texto es una colaboración del Cuaderno de Cultura Científica con Next
Txema M.
No hubo sólo un meteorito causante de una gran extinción. En el momento de la transición del Pérmico al Triásico se formaron dos grandes cráteres (en Tierra de Wilkes, Antártida y Bedout, al noroeste de Australia) de origen meteórico. Ambos cráteres se encontraban dentro de la amplísima zona terrestre que correspondía a las antípodas de los traps de Siberia, la enorme extensión basáltica a la que se achaca la gran extinción del Pérmico. Es de suponer que dos impactos de edad similar en lugares entonces tan cercanos debieron de originarse por dos fragmentos de un mismo meteorito. Ambos cráteres son similares en tamaño al de Chicxulub, en Yucatán, producido por el meteorito al que se adjudica la extinción del Cretácico. Yucatán, mira qué casualidad, se encontraba entonces en las antípodas de los traps del Decán.
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