Como vimos aquí, en reposo, el corazón humano bombea sangre a razón de 5 litros por minuto (l m-1). La sangre que sale por la aorta y se dirige a los tejidos procedente de los pulmones va cargada de O2. Veamos cómo se reparte ese flujo entre unos órganos y otros.
El sistema digestivo recibe 1,35 l min-1, un 27% del total. El tracto digestivo recibe 1 l min-1, y el resto 0,35 l min-1, aproximadamente, va directamente al hígado, aunque este órgano recibe, a través del sistema portal hepático, un flujo adicional procedente precisamente del intestino con sustancias recién absorbidas. Este flujo sanguíneo proporciona oxígeno a un tejido metabólicamente muy activo. Pero también está al servicio de la incorporación al organismo de los nutrientes digeridos y absorbidos, y su posterior remisión al hígado para su posible almacenamiento o transformación, y al resto de los tejidos para su uso; en este segundo caso, no obstante, la sangre ha de volver al corazón para su redistribución posterior.
El segundo destino que más sangre recibe en reposo son los riñones, a los que se dirige un 20% del total de sangre bombeada en un ciclo de contracción-relajación del ventrículo izquierdo del corazón. El flujo que reciben los riñones es de 1 l min-1. Aunque las células renales son muy activas metabólicamente por el trabajo de transporte iónico que efectúan, la principal razón de ese elevado flujo es la necesidad de filtrar la sangre en los glomérulos renales para limpiarla de las sustancias de deshecho (urea, principalmente) y para ajustar los elementos del balance de agua y sales, de manera que tal balance resulte equilibrado y pueda mantenerse la constancia en las propiedades osmóticas e iónicas del medio interno.
La muscultura esquelética recibe 750 ml min-1 (un 15%) del flujo sanguíneo. Puede parecer una cifra importante, pero no lo es en términos relativos, ya que la musculatura esquelética representa alrededor de la mitad de la masa corporal.
Por comparación, mayor importancia relativa tiene el flujo de sangre que riega el encéfalo: 650 ml min-1(13%). No debe sorprender ese valor, dado que el tejido encefálico es el de mayor actividad metabólica: algo más del 20% de la del conjunto del organismo en reposo. Ese elevado metabolismo es el que alimenta energéticamente el mantenimiento de los gradientes iónicos de los que depende la transmisión de los impulsos nerviosos, así como el conjunto de procesos implicados en las sinapsis químicas. Hay que tener en cuenta que la masa encefálica es de entre 1,3 y 1,5 kg. dependiendo de la talla del individuo, o sea, representa del orden del 2% de la masa corporal solamente.
La piel recibe 450 ml min-1 (un 9%), el corazón 150 ml min-1 (3%) y los huesos y resto de elementos corporales, 650 ml min-1 (13%).
Las cosas cambian de forma sustancial si el individuo debe hacer alguna actividad física. Para empezar, en condiciones de ejercicio moderado el gasto cardiaco se multiplica por 2,5: pasa a ser de 12,5 l min-1. Pero el cambio no consiste solo en un aumento del flujo sanguíneo total; también cambia, y mucho, el reparto de ese flujo entre los diferentes órganos.
El cambio más importante es el que registra el riego muscular. Se multiplica por más de diez y de los 750 ml min-1 en reposo pasa a 8 l min-1; o sea, casi dos terceras partes (64%) del flujo total se dirige a la musculatura esquelética bajo esas condiciones. La razón de ese aumento no requiere explicaciones adicionales. La piel y el corazón son los otros órganos cuya irrigación aumenta de forma importante. La piel pasa a recibir 1,7 l min-1 (el 13,6%); no hay que perder de vista que la piel es el principal enclave a través del cual disipamos energía en forma de calor hacia el exterior. Y el aumento de la irrigación cardiaca, que pasa a ser de 550 ml min-1 (4,4 %) obedece, precisamente, a la necesidad de aumentar el gasto cardiaco elevando la frecuencia de latido.
Nada sorprendentemente, el encéfalo recibe el mismo riego sanguíneo (650 ml min-1) que en reposo, lo que da idea de la importancia de mantener la actividad encefálica constante, incluso cuando otras requieren aportes adicionales de O2 y nutrientes.
Y luego están los órganos cuyo riego disminuye, tanto en términos absolutos como relativos, porque las funciones que desempeñan permiten una reducción a veces importante, ya que no es esencial que se mantengan a un nivel constante en todo momento. El tracto digestivo pasa a recibir 600 ml min-1 (4,8%), los riñones, 550 ml min-1 (4,4%) y huesos y demás elementos, 450 ml min-1 (3,6%).
Los ajustes necesarios para redirigir el flujo sanguíneo se producen en el sistema de arteriolas. Se trata del sistema que, en conjunto, más resistencia ofrece a la circulación de la sangre; por esa razón es en esa parte de la circulación general donde se produce la caída más grande de la presión sanguínea: su valor medio pasa de unos 90 mm Hg al salir de las grandes arterias, a los aproximadamente 40 mm Hg al llegar a los capilares. Pues bien, pequeñas modificaciones en el tono arteriolar, aumentando o disminuyendo el diámetro interno de los vasos de unas zonas o de otras, dan lugar a cambios muy grandes en el flujo de sangre a través de los diferentes tejidos. Y esos cambios responden a señales intrínsecas. Esto no implica que no haya control extrínseco del diámetro de las arteriolas. Lo hay y corre a cargo del sistema nervioso simpático, pero, al parecer, el objeto de tal control no es el de regular el flujo, sino controlar la presión arterial en su conjunto.
Las señales que generan los cambios locales de flujo son químicas y tienen que ver con la actividad metabólica de los tejidos afectados. Se trata, por ello, de un control local, intrínseco. La reducción de la concentración de O2 en la sangre produce vasodilatación arteriolar. Así, cuando el consumo de oxígeno es alto en los músculos esqueléticos, su concentración baja rápidamente y ese descenso provoca una mayor apertura de las arteriolas que riegan esos músculos. Además de la disminución de la concentración de O2, el aumento de la de CO2 –provocada por la misma causa- tiene el mismo efecto. La acidificación del entorno –por efecto de la combinación de CO2 con el agua y por el aumento en la concentración de lactato- da lugar también a un aumento en el diámetro de las arteriolas. Otro factor es la elevación del K+ extracelular; esa elevación se produce cuando las bombas Na+-K+ no son capaces de reintroducir en las células (neuronas encefálicas o células musculares) el K+ que sale al exterior como consecuencia de los frecuentes potenciales de acción que ocurren en zonas especialmente activas. Una concentración osmótica elevada tiene el mismo efecto; ocurre cuando el metabolismo celular es muy alto y da lugar a la producción excesiva de moléculas osmóticamente activas, algunas de las cuales abandonan las células hacia el líquido intersticial. Y en el músculo cardiaco especialmente, la liberación de adenosina que se produce en respuesta a una elevada actividad metabólica o falta de oxígeno, también provoca un aumento del diámetro arteriolar y, por lo tanto, del flujo sanguíneo hacia la zona afectada.
Cuando, por las razones que sea, eches a correr y experimentes un aumento del ritmo cardiaco y un mayor flujo de calor hacia la superficie de tu cuerpo, quizás recuerdes esto que has leído aquí.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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