La astronomía transformada en arte

Naukas

A lo largo de nuestra vida, pocas experiencias son comparables a contemplar el cielo estrellado en una noche oscura, a sobrecogernos con un eclipse, a despertar con la impresión del sol naciente. Probablemente estas sensaciones han acompañado a los humanos desde nuestros orígenes, desde aquel lejano día en que por primera vez alzamos la vista para contemplar el cielo y comenzar a hacernos grandes preguntas. Durante milenios, la fascinación por la inmensidad del Cosmos y por los acontecimientos celestes que podíamos observar ha caminado a nuestro lado, sea por el terror que algunos fenómenos astronómicos inspiraron, por la creencia irracional de que nuestro destino pudiera estar escrito en las estrellas, o por la propia inquietud científica que surgió en el mundo clásico y cristalizó en el Renacimiento. Todo ello ha quedado plasmado en numerosas obras de arte pertenecientes a diferentes culturas y épocas.

Antes de la llegada de la fotografía y su aplicación al estudio de los cuerpos celestes durante el siglo XIX, los astrónomos con talento artístico tenían una gran ventaja ya que podían representar gráficamente los resultados de sus observaciones del Cosmos. El propio Galileo Galilei ilustró lo que veía a través de su telescopio a partir de 1609, como el relieve de la Luna, los satélites de Júpiter o las fases de Venus. Artistas de su tiempo, entre ellos Pieter Paul Rubens (en su famoso cuadro “Saturno devorando a un hijo”) o Ludovico Cigoli (“Inmaculada”), plasmaron en sus obras los descubrimientos del gran científico italiano.

Saturno devorando a un hijo” (1636-1638; Museo del Prado). Rubens representa el planeta Saturno como una estrella triple, tal y como lo había descrito Galileo Galilei.

Aunque pocas, también hubo mujeres en aquella época que estudiaron y dibujaron los cielos. Finalizando el siglo XVII, la astrónoma y artista alemana Maria Clara Eimmart realizaba cientos de ilustraciones (a menudo basadas en sus propias observaciones) que mostraban las fases de Mercurio, la superficie de la Luna, la diversa morfología de los cometas y el aspecto cambiante de los anillos de Saturno.

Dibujos de Saturno y sus anillos realizados por Maria Clara Eimmart (1693-1698)

En ocasiones, científicos y artistas colaboraban para dejar constancia del saber astronómico. Así, en 1711 el pintor italiano Donato Creti representó los objetos del Sistema Solar conocidos entonces en la serie de ocho cuadros titulada “Observaciones astronómicas”, siguiendo las directrices del astrónomo Eustaquio Manfredi.

En el siglo XIX la ciencia brillaba ya con luz propia. Fenómenos celestes como los cometas, que durante siglos se consideraron mensajeros de enfermedad y de muerte, habían sido despojados por completo de ese aura de terror. Pintores como el escocés William Dyce (“Pegwell Bay, Kent. Recuerdo del 5 de octubre de 1858”), fascinados por la naturaleza y los mecanismos que subyacen a ella, representaron los cometas como meros elementos presentes en el cielo de sus paisajes. Al mismo tiempo los astrónomos dibujaban minuciosamente su aspecto, que en ocasiones resultaba espectacular. Quedaban atrás las antiguas ilustraciones en las que los cometas auguraban lluvias de sangre, ciudades devastadas o la maldición de animales nacidos con dos cabezas.

Desde los albores del siglo XX, nuestra visión del Cosmos se ha expandido a escalas de tiempo y tamaño tan gigantescas que son imposibles de imaginar en el contexto de nuestra existencia efímera y de nuestra posición como habitantes del extrarradio de una galaxia vulgar. Sin embargo, para lograr entender la grandiosidad de Universo hemos desarrollado una nueva manera de hacer ciencia, que es también otra forma de crear arte: los programas informáticos. Con el rigor más estricto de las ecuaciones físicas somos capaces de visualizar, utilizando sugerentes simulaciones computacionales, fenómenos imposibles de observar en la naturaleza: procesos tan rápidos o tan lentos, o que suceden en escalas espaciales tan enormes o tan minúsculas, que no pueden reproducirse en los laboratorios. Podemos recrear nada más y nada menos que la historia del Universo desde su origen hasta la actualidad: 13.800 millones de años que transcurren en tres minutos, en una secuencia de imágenes hermosas y coloristas que bien podrían ser la obra de un artista contemporáneo.

Fotograma de la simulación creada por la colaboración Illustris que recrea la evolución del Universo desde poco después de su nacimiento hasta la actualidad

En 2016 se cumplieron 50 años de la obtención de la primera imagen de la Tierra desde la vecindad lunar. Antes de que se produjera aquel logro tecnológico hubo grandes soñadores que imaginaron nuestro planeta visto desde el espacio. Novelas (como “Hector Servadac”, de Julio Verne, publicada en 1877) y libros de divulgación de la astronomía (“Las Tierras del cielo: Viaje astronómico sobre otros mundos”, de Camille Flammarion, 1884) contenían ricas ilustraciones de cómo podría ser la Tierra contemplada desde el espacio.

El paisaje de la Luna con nuestro planeta en la distancia, en aquel retrato icónico de hace medio siglo, inspiró un cambio profundo en la percepción del ser humano acerca del lugar que ocupamos en el Universo: nos hizo comprender que la Tierra no es el único hábitat posible, que aunque singular y extraordinario para nosotros, es un planeta más en la vastedad del Cosmos. Desde entonces, aquellas imágenes han seducido a generaciones, como demuestra la obra “Un cierto eclipse lunar: Proyecto para la humanidad Nº 2 A” (1991) del artista chino Cai Guo Qiang, creador del espectáculo de fuegos artificiales en las ceremonias de apertura y clausura de las Olimpiadas de Pekin en 2008.

Primera imagen de la Tierra desde la vencidad lunar, tomada el 23 de agosto de 1966 (NASA / LOIRP)
La Tierra en cuarto creciente vista desde la Luna. Ilustración de Paul Foché para el libro “Las Tierras del cielo: Viaje astronómico sobre otros mundos” (Camille Flammarion, 1884).

Desde hace varias décadas, diferentes misiones espaciales exploran los astros de nuestro vecindario cósmico, el Sistema Solar. En Marte han descubierto profundos cañones, volcanes imponentes y cráteres que un día fueron lagos: el planeta rojo es un mundo de terrenos y texturas sorprendentes. También hemos podido observar grietas y acantilados en el corazón del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, cuyo perfil se recorta contra un fondo negro y vacío. Aún más lejos de nosotros, otras misiones nos han mostrado geysers en Encédalo que se proyectan desde su océano interior, y cicatrices en Caronte que revelan un violento pasado. Actualmente, la sonda Cassini de la NASA está enviando, a sólo dos meses del grand finale de esta misión, decenas de fotografías de Saturno y sus anillos con un valioso contenido científico… y cuya belleza es sobrecogedora.

Todas estas imágenes nos hablan de texturas y sombras, de geometrías y contrastes, de hielo y de silencio. Las propias agencias espaciales NASA y ESA colaboran con artistas y fotógrafos para seducir a la humanidad con el sugerente esplendor de estos mundos, mostrando en diversos proyectos tanto las imágenes seleccionadas por su valor estético como la obra de artistas que se han inspirado en ellas. Es el caso de la rusa Ekaterina Smirnova, que ha creado una serie de acuarelas de considerables dimensiones a partir de las imágenes del cometa 67P enviadas por la exitosa misión Rosetta-Philae de la ESA.

Acuarela de la serie “67P” (2015). Ekaterina Smirnova

La belleza hipnótica de las imágenes del planeta Júpiter, obtenidas recientemente por la misión Juno de la NASA, nos ha vuelto a situar en esa frontera difusa entre el arte y la ciencia. Dejándonos llevar sólo por la estética, nos parecería más natural exponerlas en un museo de arte que en uno de ciencia. De hecho, la NASA ha habilitado una página web en la que cualquier persona puede aportar sus propias interpretaciones de los datos de Juno.

Imagen de una zona de la superficie de Júpiter tomada por la misión Juno y procesada por Bjorn Jonsson.

En el procesamiento de las imágenes más hermosas han contribuido ciudadanos de diferentes países, en muchos casos astrónomos aficionados, que a partir de unos datos originales de atractivo visual discutible (aunque con un gran valor científico), han producido resultados de una delicadeza exquisita. Ante estas imágenes cobra especial actualidad la pregunta que se hacía Richard Feynman, «¿Qué clase de hombres son esos poetas que pueden hablar de Júpiter como si fuera humano, pero deben guardar silencio si se trata de una inmensa esfera de amoniaco y metano en rotación?«

Este artículo ha sido realizado por Montserrat Villar (astrofísica) y Carlos Briones (bioquímico, @brionesci) investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Centro de Astrobiología (CAB), centro mixto del CSIC y del Instituto Nacional de Tecnología Aeroespacial (INTA), asociado al NASA Astrobiology Institute (NAI), y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

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