Meteoros. LLuvias. Poemas

Firma invitada

Una estrella fugaz

para una mujer

que no sabe qué pedir.

Suzuki Masajo

Tres versos, 17 sílabas en total y un microcosmos de significado capturado en una imagen: esto es un haiku de una transgresora poeta japonesa del siglo XX. El tema es curioso [daría para mucho, siendo mujer su autora y fisgando algo de su fascinante vida personal]. Nos remite a algo verosímilmente posible si en agosto nos encontramos bajo la lluvia de Perseidas o en diciembre bajo las Gemínidas: olvidar qué deseo pedir. Entre otras cosas, porque las estrellas fugaces no están ahí para cumplir deseos de primates ni de organismos eucariotas en general, y siento que muera un unicornio cada vez que alguien lee esto. A ver si lo compenso: no cabe duda de que pedir un deseo cuando se ve una estrella fugaz es un buen ejercicio, hasta sorprendente, para descubrirnos a nosotros mismos qué deseamos. Y una vez llevamos dos o tres formulados, igual nos apetece saber más sobre cómo se originan esas «estrellas», por qué aparecen en la misma época del año, de dónde vienen, adónde van…

Perseida y Pléyades [M45]. Foto de Óscar Blanco en A Veiga. Agosto 2018
«Necesitamos imaginación en ciencia, no todo es matemáticas y lógica, también belleza y poesía». Parecen palabras contemporáneas, el eslógan de un festival de sciencepoetry; son de Maria Mitchell, la primera astrónoma oficial de EEUU, directora del Observatorio del Vassar College [Nueva York] y formadora y defensora de mujeres en ciencia. Nació hace justo 200 años, se codeó amistosamente con John Herschel, Mary Sommerville o Alexander von Humboldt e incluso se le autorizó entrar en el Observatorio del Vaticano, aunque sólo hasta que se pusiese el sol… [un mírame y no me toques para un observatorio estelar, pero allá que fue].

Años antes, en 1847, Maria había avistado un cometa no periódico –bautizado en su honor como el cometa Miss Mitchell – desde su Nantucket natal y obtuvo por ello la medalla de oro prometida por un rey con afición a la astronomía, Federico VI de Dinamarca.

Por muy presentes que sigan las palabras y el carácter de su descubridora, el cometa Miss Mitchell no es de los que vuelven. Algunos de los cometas que sí nos visitan con regularidad precisamente provocan lluvias de estrellas, en las que a veces pedir un deseo es lo de menos. Muchos cometas son escultores involuntarios de meteoros y meteoritos.

No son lo mismo, claro. Todos conforman un ovillo de polvo y roca, pero el cometa, de órbita más elongada, se parece más a una bola sucia de nieve y hielo que, al calor del Sol, desprende una estela de polvo y gas ionizado muy vistosa, verdiazul; una coma en latín [κόμη en griego], una cabellera. Y de coma, tenemos cometa. Una bola de hielo desmelenada. Partículas y pequeñas rocas desprendidas de esa cola de polvo seguirán en su órbita y se cruzarán con la nuestra. Las llamamos «lluvia de estrellas», si bien la mayoría son esquirlas del tamaño de un grano de arena que entran en incandescencia al roce con nuestra atmósfera. Esos son los meteoros y se desplazan en «tubos meteóricos»: un hula hop de polvo y detritos.

La condición que convierte un meteoro en meteorito y le otorga su sufijo es el hecho de llegar a tocar nuestro planeta. Un meteoro pasa por el cielo como un ave de paso dejando una firma luminosa –de ahí lo de estrella fugaz, aunque no tenga nada de estrella – y puede convertirse en meteorito si no se desintegra y se hunde en algún lugar de nuestra Tierra, tal vez un océano, bosque o desierto. A la espera de que alguien dé con él y lo destripe.

[Sí, también puede caer sobre nuestras cabezas, pero esa probabilidad es 1 entre 1.600.000; mucho menor que la probabilidad de que nos caiga un rayo, nos ataque un tiburón o ganemos la Lotería. Podemos seguir mirando al cielo sin mayores aprensiones].

Lo que conocemos como lluvia de estrellas, en inglés meteor shower [ducha de meteoros], es un fenómeno frecuente y periódico protagonizado por meteoros. En griego μετέωρος significa «suspendido del cielo» y en principio podía aludir a la lluvia, la nieve, el arco iris, las auroras boreales…De ahí que todos esos fenómenos dispares en origen entren en el campo de estudio de la meteorología. Todos se manifiestan una vez pasado el lienzo transparente de nuestra atmósfera.

En la llanura de Tesalia, al norte de Grecia, los monasterios de Meteora nos recuerdan la raíz de esa palabra: las montañas sobre las que se erigen suscitaron la ilusión óptica de colgar o flotar en el cielo, son inmensos pilares de roca del terciario erosionados por un gran río.

Pero retomemos el hilo de los meteoros y su relación con los cometas [y algún que otro asteroide]. Como hemos apuntado, las conocidas como lluvias de estrellas suelen ser periódicas dado que su origen se encuentra en aquellos restos de roca desprendidos de un cometa en su período orbital en torno a nuestro Sol –que, como vemos, es menos nuestro de lo que pensábamos-. Hay muchas lluvias a lo largo del año, desde las Cuadrántidas de comienzos de enero hasta las fabulosas Gemínidas de diciembre, las que cuentan con mayor tasa horaria zenital o THZ, es decir, número máximo de meteoros por hora; sin olvidar las Líridas de abril, las Oriónidas, las Boótidas o las Leónidas, entre otras.

Todas ellas se originan en los restos de polvo dejados atrás por las colas de un cometa; ese enjambre de escombros cruza el plano orbital de nuestro planeta, aunque el cometa se halle ya pasado Saturno. El entrañable Halley [1P/Halley es su título oficial], que volverá a visitarnos hacia julio del 2061, es responsable de dos lluvias de estrellas al año, las Eta Aquáridas en mayo y las Oriónidas en octubre, coincidiendo con dos puntos de corte con su órbita. Las Perseidas son, por su parte, polvareda del cometa SwiftTuttle [de nombre técnico 109P/Swift–Tuttle]. Y las espectaculares Gemínidas de nuestro invierno boreal serían migajas de otro tipo de roca, un asteroide: (3200) Phaethon, nombre que alude a otro mito, Faetón, el hijo caído por guiar con torpeza la cuadriga del astro rey.

Este variado menú de lluvias tiene algo común: todas ellas suenan igual. Riman, de hecho. Si regresamos al griego, el sufijo –idas significa «descendencia». Perseidas serían hijas de Perseo, Dracónidas de Draco y Gemínidas de Géminis. Una filiación metafórica, desde luego. De hecho, como todo lo relativo a las constelaciones, depende sólo del punto de vista humano desde su posición en la Tierra, es decir, se trata de ilusiones ópticas y de perspectiva que comparte nuestra especie. Todos los meteoros parecen surgir de una región del cielo donde reina una constelación, de las 88 totales reconocidas por la Unión Astronómica Internacional, de la cual toman su nombre como «hijos de». Esa región se denomina radiante, ya que los meteoros en apariencia irradian de ahí. Podemos verlos rayar otro punto del firmamento; en ese caso, trazamos su línea imaginaria y desembocamos en la constelación matriz. Si no es así, se trataría de un esporádico: un meteoro que no forma parte de la lluvia de estrellas, pero al que queremos igual.

Para una observación de Perseidas la constelación en el punto de mira como referencia es Perseo, el héroe que montaba a Pegaso, siempre cerca de Casiopea y Andrómeda, sus colegas de mito. Para las Leónidas, Leo, constelación fácil de ver al hallarse en la franja imaginaria del zodíaco, la línea de los eclipses, la eclíptica [quizás la línea más importante para la observación astronómica: una extensión de la recta imaginaria que uniría Tierra y Sol y la proyecta en el fondo de estrellas]. Y el radiante de las Camelopardálidas? Y el de las Cuadrántidas? Ahí os lo dejo.

Esto es un cometa, y qué cometa: el Hale-Bopp, de 1997, visible en el cielo durante varios meses y más brillante que Sirio. Créditos de la imagen: A. Dimai and D. Ghirardo, (Col Druscie Obs.), AAC

***

«¡Ou ti! roxa estrela

que din que comigo

naciche, poideras

por sempre apagarte,

xa que non pudeche

por sempre alumarme…!»

[«¡O tú! roja estrella

que dicen que conmigo

naciste, bien podrías

por siempre apagarte,

ya que no has podido

por siempre alumbrarme…!»]

Rosalía de Castro

No sabemos a qué estrella se refiere Rosalía y si se trata de una licencia o responde a un dato biográfico rastreable hacia febrero de 1837: acaso la monstruosa Antares, el astro rojo principal de la constelación de Escorpio [Kalb Al Acrab, el corazón del alacrán, en árabe]; o el propio planeta Marte, con fulgor anaranajado y que podría interpretarse como estrella por ojos no expertos. La voz poética en este fragmento de Follas Novas no parece muy conforme con su estrella, o su destino. Pero no queda claro qué «estrella roja» es la acusada.

Si nos remontamos 4 años antes del nacimiento de la poeta gallega, en noviembre de 1833 sí hubo una espectacular lluvia de meteoros que Denison Olmsted, astrónomo de Yale, observó alertado por sus vecinos. Se fijó que todos los meteoros, más de 72.000 por hora [una THZ bárbara], parecían surgir de un mismo punto, al que bautizó radiante.

Aquella lluvia es la que hoy conocemos como Leónidas y se trataba en realidad de una tormenta de estrellas fugaces [una concentración significativamente mayor], que en el caso de las Leónidas sucede cada 33 años; más o menos el período orbital de su cometa, el Tempel-Tuttle.

Tormenta de estrellas fugaces de 1833 vista sobre las cataratas del Niágara, grabado. Portada de «Astronomy in Canada»

Este registro marcó un antes y un después en la astronomía, no sólo estadounidense: una nueva visión de esos chaparrones puntuales de bolas de fuego, ahora con los ojos de la ciencia, estaba en marcha. Otro acontecimiento llegaría poco después, hacia 1860, y ahí encontramos dos posibles testimonios artísticos: un cuadro de Frederic Church, «The Meteor of 1860», y uno de los fluviales poemas de Walt Whitman, «Año de Meteoros». Poema bastante elusivo, como un cometa, que figura en el índice original de Redobles de tambor [Drum taps, 1865], por lo visto luego añadido al mítico Hojas de Hierba [si bien la edición y traducción de Jorge Luis Borges no lo recoge].

Existe una curiosa ramificación de la ciencia de los astros: algo que, exista o no crimen, se ha llamado «astronomía forense»; quizá una denominación más acertada sería astronomía detectivesca o indagación astronómica. Mantiene a sus adeptos ante obras de arte, literatura o arquitectura en busca de indicios sobre fenómenos relativos a objetos celestiales. Una especie de registro informal siempre desde la óptica artística. Desde la Universidad del Estado de Texas, el astrónomo forense Donald Olson ha investigado la relación entre el óleo de Church y el poema de Whitman; sostiene que ambos fueron testigos del mismo evento, el primero desde Catskill, Nueva York y el segundo desde la ciudad de Nueva York: el paso de un bólido fragmentado en dos, y con escintilaciones, durante más de 30 segundos, evento que no pasó por alto en diarios y revistas de otros lugares del globo.

Whitman nos legó uno de sus fantásticos poemas donde lo poético no menoscaba lo divulgativo del fenómeno, pero hoy ya podemos precisar: se trató de un superbólido [un meteoro de más masa, sonido apreciable y muy brillante, de magnitud superior a la de Venus, que es -4] y no un cometa. Y sí, se dividió en varias partes, como podemos contemplar en el cuadro y leer en los versos de Whitman.

Frederic Church, Meteoro de 1860
Fragmento final de «Año de Meteoros»

No olvido cantar el prodigio, el barco que remotó las aguas de mi bahía

esbelto y majestuoso, 600 pies de eslora, el Great Eastern remontó las aguas de mi bahía

su deslizarse veloz, rodeado de una miríada de pequeñas barcas, no olvido cantarlo; ni al cometa que desde el norte llegó sin anunciarse, y encendió el cielo

ni a su extraña procesión de enormes meteoros, deslumbrantes sobre nuestras cabezas

(durante un instante, largo instante, hizo navegar sus bólidos de ultraterrena luz sobre nuestras cabezas

y luego se alejó, engullido por la noche, y desapareció).

De tales cosas, e incierto como ellas, canto. De centelleos como el suyo

urdo y hago centellear estos cantos.

Tus cantos, oh, año moteado de bueno y malo,

año de presagios, año de la juventud que amo

año de cometas y meteoros fugaces y extraños, ¡eh, tú!

Aquí tienes a uno tan fugaz y tan extraño

que te revolotea a toda prisa, pronto a caer, a desaparecer

¿y qué es sino este libro?

¿Y qué soy yo sino uno de tus meteoros?

Walt Whitman. Traducción de Estíbaliz Espinosa

No será la primera ni la última vez que un «yo lírico» se identifique con un fenómeno celeste. El yo poético de Whitman «contiene multitudes», y nos recuerda una época en la que se miraba a un cielo con una curiosidad genuina y menos luces LED.

Para futuros astrónomos forenses, buenas noticias: el arte de nuestra especie está cuajado de referencias a meteoros y cometas, considerados tanto presagios benignos [Giotto di Bondone pintó un cometa, seguramente el Halley, en La adoración de los Magos de 1305, como una suerte de estrella de Belén; por eso la sonda que más se acercó al Halley en 1986 se llamó Giotto] como augurios nefastos [muchos de los cometas exquisitamente reproducidos en el Libro de Seda de Mawangdui, en China, hacia el siglo II a. de C, donde se les llama «estrellas escoba», seguramente por su forma]. Y ahí tenemos la maravillosa escena 32 del tapiz de Bayeux, se cuenta que bordado por Matilde, esposa de Guillermo I el Conquistador, y sus damas –nos inclinamos más bien por la idea de fue obra de artesanos ingleses hacia 1080–. Isti mirant stella: «estos miran asombrados la estrella», dice la escena. En ella, un cometa de hilos dorados deslumbra a los sajones: estos lo interpretan a lo gafe y los normandos como un impulso a su conquista. Ya sabemos quién ganó.

Escena 32 del Tapiz de Bayeux, Museo del Tapiz, Bayeux, Francia

Hay testimonios de posibles cometas en el arte rupestre: a Toca do Cosmos en Brasil, Valcamonica en el norte de Italia, petroglifos de Nuevo México, entre otros todavía objeto de investigación, dada la ambigüedad con que pueden interpretarse. Lo que sí es pura leyenda renacentista es la famosa excomunión del Halley por parte del Papa Calixto III, de los Borgia de toda la vida, en lo que sería un astuto y algo chiflado ardid para quitarse de encima el mal fario en la guerra contra los turcos. Sí hubo una bula papal que ordenaba la cruzada contra los turcos, pero sin mencionar al cometa. Esta leyenda la reprodujo, entre otros, el astrónomo francés Pierre-Simon Laplace.

Y por último un cometa pintado tenuemente, pero con un mensaje potente: el del lienzo del escocés William Dyce, Pegwell Bay, Kent: Una recolección del 5 de octubre de 1858 [1860], que muestra familiares suyos recogiendo fósiles bajo la débil estela del cometa Donati en el cielo. El óleo data de poco después de la publicación de El origen de las especies, de Charles Darwin, en 1859, re-situando al ser humano en un nuevo paisaje terrestre y cósmico: el paisaje de la ciencia.

William Dyce, «Pegwell Bay, Kent: Una recolección del 5 de octubre de 1858» (1860)

***

haiku en Guillermo

Choven Xemínidas.

Meteoros falan de ti

sen saber de ti.

[Llueven Gemínidas.

Meteoros hablan de ti

sin saber de ti.]

de Curiosidade, Aira, 2017. Estíbaliz Espinosa.

La ciencia actual distingue entre meteoro, meteorito e incluso meteoroide: un asteroide de no más de 50 m. de diámetro que vaga por el espacio. Pero recordemos el mantra: sólo será meteorito si toca tierra. La mayoría de los que aterrizan en nuestros paisajes son condritas, meteoritos no diferenciados [que no han sufrido fusión tras haberse formado por acreción, es decir, que permanecen casi igual a hace unos 4.500 millones de años] desprendidos de un asteroide, y contienen tesoros informativos sobre el origen del sistema solar o compuestos orgánicos. Alrededor de un 4’5% de las condritas caídas contienen carbono pero, ojo, eso no las convierte en portadoras de vida, por mucho que venda la idea de que la vida vino del espacio. Los diamantes y las minas de lápiz son carbono también. Y la panspermia –la teoría de que la vida viaja en asteroides y se va sembrando por ahí, ya que panspermia significaría algo así como «semillas por todas partes»- no goza de consenso en la actualidad.

No obstante, algunas certezas no dejan de plegarse en una mueca burlona. Por ejemplo, la distinción entre asteroide y cometa se ha revisado en los últimos meses gracias al objeto ‘Oumuamua [en hawaiano primer mensajero que llega de lejos], que ha traído en jaque a l*s astrónomo*s. Se sabe que es el primer objeto errante interestelar que detectamos, dato fascinante de por sí. De forma extraña [como un puro], una especie de boomerang lanzado por nadie y perdido a 26 Km/s, superando la velocidad de escape del Sol, vagabundo desde la constelación de Lira, con aspecto de asteroide pero comportamiento de cometa. La explicación de su carencia de coma se debe quizás a una baja emisión tanto de gas como de polvo. Según Jessica Agarwal, astrónoma del Instituto Max Planck para la Investigación del Sistema Solar, en Gotinga, en comparación con los cometas típicos su tasa de desgasificación es pequeña. Pero existe. Tal vez le ha dado un impulso inesperado, suficiente para acelerarlo pero insuficiente para volver visible una estela por sublimación. Lo hemos detectado un instante, a finales de 2017, y no lo veremos más. Como el cometa de Miss Mitchell, no es de los que vuelve. Pero puede haber más como él. Y lo curioso es que ya lo habíamosimaginado. El divulgador Borja Tosar recordó en una charla la asombrosa similitud de ‘Oumuamua con el asteroide también cilíndrico y de rápida rotación de Cita con Rama, de Arthur C. Clarke, un clásico de la ciencia-ficción. Casualidad, desde luego. Pero los sapiens estamos programados para buscar patrones y coincidencias y la imaginación brutal de la naturaleza supone un desafío para la nuestra; cuando una fantasía humana se anticipa [y Clarke creció en la época anterior a la astronáutica] y la naturaleza parece copiarla, y no al revés, nos reconciliamos un poco más con nuestra especie.

Entretanto, ‘Oumuamua y otros fenómenos ni siquiera fabulados podrán revelarnos más preguntas: cometas y asteroides son joyas preservadas en frío que han escapado de la evolución planetaria y seguido otros excéntricos y apasionantes caminos. A veces tras ellos caerá una lluvia de meteoros, pero igual ya no nos importa no pedir deseo alguno: verlos y conocer su origen ya es alucinante de por sí.

Meteoros y cometas aúnan belleza y violencia, como en general casi todo lo [poco] que sabemos del universo. E indiferencia. No se saben hermosos, objetos de deseo o de destrucción ni, por mucho que los bauticemos mensajeros, parecen enviados por ninguna inteligencia concreta con un propósito.

Quizá a los dinosaurios no avianos les habría aliviado llegar a estas mismas conclusiones hace 66 millones de años, aunque tampoco les habría servido de mucho frente al asteroide que acabó con –casi– todos ellos.

¿Acabarán también con los que se hacen llamar sapiens? El cine ya nos ha puesto en ese brete en incontables guiones. Y desde la poesía alguien mostró curiosidad por saber si, por ejemplo, sería un meteoro el que acabó con aquella legendaria isla de la Atlántida y su civilización que, casi en superposición cuántica, existió y al mismo tiempo no.Tan lejos y tan cerca de la nuestra y de nuestras certezas. No sin retranca, así lo captura este fragmento del poema Atlántida, de la Nobel polaca Wislawa Szymborska:

Incapaces de servir
en serio como moraleja.
Cayó un meteoro.
No era un meteoro.
Un volcán hizo erupción.
No era un volcán.
Alguien gritó algo.
Nadie nada.
En esta más o menos Atlántida.

Fotografía de Óscar Blanco. Meteoros sobre laguna de A Veiga

Bibliografía

Rao, J., «The Leonids: the Lion King of Meteor showers», in Journal of the International Meteor Association, vol. 23, no. 4, p. 120-135, 1995

International Dark Sky Asociation, «7 Pieces of Art inspired by the Night Sky»

Agrupación Astronómica Coruñesa Ío, «7 obras de arte inspiradas polo ceo nocturno»

Altschuler, D. R y Ballesteros, F. J., Las mujeres de la luna, Next Door Publishers, Pamplona, 2016

Blog Vega 0.0, «Observando meteoros: la tasa horaria zenital»

Solar System Exploration, NasaScience, «In Depth: Perseids»,

Phillip McCouat, «Comets in art», en Journal of Art in Society

Borja Tosar, Postal Planetaria, charla en el Planetario de la Casa de las Ciencias de A Coruña, 2017

Ask an astronomer

Zoe Macintosh, Space.com, «Walt Whitman Meteor Mystery Solved by Astronomer Sleuths»

Antonio Martínez Ron, Fogonazos, «Trabajos de astronomía forense»

European Space Agency, Giotto, «ESA remembers the night of the comet»

Investigación y ciencia, ‘Oumuamua es un cometa, no un asteroide

Trigo-Rodríguez J.M. y Martínez-Jiménez M. «Las condritas y sus componentes primigenios» , Revista Enseñanza de las Ciencias de la Tierra-AEPECT nº 21-3, Asociación Española para la Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, Madrid, pp. 263-272.

Sobre la autora: Estíbaliz Espinosa es escritora y cantante lírica. Pertenece a la Agrupación Astronómica Coruñesa Ío

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