“En un partido que acabó siendo legendario se llegó, incluso, a invocar la mano de Dios.”
Juan Ignacio Pérez.
“En el fútbol hay que intentar engañar al contrario, ¿sí o no?”
Mauricio Pochettino, entrenador.
Todo el estudio de los políticos se emplea en cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando los designios.”
Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648).
“El lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades.”
George Orwell.
“Hay tres cosas que la mayoría de los estadounidenses toman como un artículo de fe: el cielo es azul, el Papa es católico, y los políticos son mentirosos.”
Brian Montopoli, periodista CBS, 2012.
“Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol.”
Albert Camus.
En julio de este año los medios comentaron un informe, publicado por el Washington Post, sobre las mentiras que Donald Trump ha dicho desde que tomó posesión de la presidencia en enero de 2017. Solo en los dos últimos meses antes de la publicación del informe había mentido unas 1000 veces con mentiras totales, afirmaciones falsas o medias verdades. Algo así, como media, unas 16 mentiras al día. A esta conducta, los psiquiatras la diagnostican como mitomanía, mentira patológica o pseudología fantástica. Trump y sus colegas lo llaman hechos alternativos o postverdades.
No hay muchas estadísticas pero se ha propuesto que uno de cada diez adultos es mitómano, sin diferencias entre géneros. Las estadísticas de Trump, según el Washington Post, indican que va a peor pues miente cuatro veces más que cuando llegó a presidente: entonces el promedio era de 4.6 mentiras al día y, ahora, hemos visto que llega a las 16 al día.
Y, también en el mes de julio, la prensa publicó un estudio de la cadena suiza de televisión RTS sobre el tiempo que pasó en el suelo el jugador brasileño Neymar durante los cuatro primeros partidos que jugó en el Campeonato Mundial de Fútbol de Rusia. En total fueron 14 minutos, en el suelo, derribado y con muchos dolores y aspavientos. Después de la publicación del informe de la RTS, en el siguiente partido, el quinto que jugó Neymar, casi no cayó al suelo. Brasil perdió y fue eliminada.
Es una conducta habitual en el fútbol. Como decía Pochettino en la cita que abre este texto, si hay que engañar, se engaña y ya está. Sobre la conducta de Neymar, el exjugador internacional brasileño Rivaldo escribió en las redes sociales que
“Neymar, juega como siempre lo hiciste y no te preocupes con los comentarios de los otros países, porque muchos ya regresaron a casa. Si tienes que eludir, elude. Si tienes que hacer un filigrana, hazla. Si tienes que hacer un gol, anótalo. Si tienes que caer por una falta, cae. Y si tienes que ganar tiempo quedándote en el piso, gánalo. Porque todos hacen los mismo.”
Es la cultura del fútbol, hay que ganar como sea. Como dice Rivaldo, los que pierden ya están en casa. En el estudio de Paul Morris y David Lewis, de la Universidad de Portsmouth, en Inglaterra, sobre imágenes de la Premier inglesa y con el diagnóstico de 30 observadores cualificados, se detecta cuándo y cómo se simula una falta. Hay cuatro conductas que indican que el jugador está simulando una falta:
- se agarra partes del cuerpo que no han sido tocadas por el contario.
- exageran de más al tocar el suelo (grita, se retuerce, rueda sobre sí mismo.,…).
- después del contacto, da unos pasos y cae al suelo.
- al sentir la proximidad del contrario levanta ambos brazos con las manos abiertas, echa el tórax y dobla las piernas hacia atrás, queda arqueado en el aire y, después, cae al suelo. Los autores denominan, con ironía, esta gesticulación como el “arco del arquero”.
Simular un derribo es una estrategia muy utilizada por los futbolistas para conseguir que el árbitro pite una falta o un penalti. Después de todo, en el fútbol el reglamento se aplica a criterio de los árbitros. Pero, la simulación es, a su vez, una jugada ilegal según el ¡reglamento. Para detectar faltas simuladas, Peter Renden y su grupo, de la Universidad Libre de Amsterdam, están desarrollando, con las propuestas de lenguaje corporal de Morris y Lewis, un protocolo para descubrir las simulaciones. Solo necesitan revisar los movimientos del jugador y el diagnóstico de observadores expertos como árbitros y jugadores.
En la práctica del juego, tirarse en el área para simular un penalti lo estudiaron Eran Sabag y su colegas, del Instituto Wingate de Netanya, en Israel, con 160 grabaciones de 339 jugadas de la Primera División israelí analizadas por 16 árbitros experimentados.
En el 34.5% de las jugadas analizadas el delantero se tira cuando siente al defensa y simula la falta. Y en el 14% de las jugadas simuladas, el delantero ve la tarjeta amarilla por simular la falta pero, también, en el 8.5% de las simulaciones el árbitro pita penalty. Según los evaluadores, el porcentaje de simulaciones es el doble, con el 17.7%, que las jugadas en que el defensa derriba realmente al delantero.
Pero también hay simulaciones en el resto del campo y no solo en el área de penalti. Según la revisión de Daryl Rosenbaum y sus colegas, de la Universidad Wake Forest de Winstom-Salem, en Estados Unidos, del repaso de grabaciones de 89 partidos en cuatro torneos internacionales, en cada equipo y por partido hay una media de 5.27 lesiones atendidas por los servicios médicos de cada club y que permiten seguir jugando al futbolista atendido. Pero también hay una media de 0.41 lesiones que obligan al jugador a retirarse. Y las lesiones que permiten seguir jugando abundan más en el último tercio del segundo tiempo y en jugadores del equipo que va ganando.
En el fútbol femenino y según un estudio del mismo grupo, el número de lesiones atendidas es parecido, 5.74 de media para las que permiten seguir jugando y 0.78 de las que obligan a cambiar a la jugadora.
Es evidente para cualquier practicante de este deporte que el engaño es esencial en su juego. El grupo de Iris Guldenpenning, de la Universidad de Paderborn, en Alemania, ha estudiado como una de las más espectaculares jugadas de fútbol, el dribling a un contrario, se basa en engañarle y provocar su movimiento para esquivarle y seguir la jugada. Ahí intervienen las neuronas espejo cerebrales que más adelante mencionaré.
Tan evidente y, a veces, tan escandalosa, es la utilización del engaño en el fútbol que el grupo de Francisco Javier Ponseti, de la Universidad de las Islas Baleares, ha preparado un cuestionario para cuantificar la disposición al engaño en los deportistas jóvenes. Lo prueban con 110 adolescentes, con 41 chicas, de 10 a 19 años y una edad media de 14.6 años. Entre ellos, hay 42 practicantes de fútbol y, para ellos, hay una propensión al engaño superior a la media. En esta investigación falta una encuesta a entrenadores y responsables de las canteras de los clubs sobre que jugadores elegirían para sus equipos, los que están por debajo o por encima de la media de simulaciones.
Volvamos a Donald Trump, a su extraordinario récord de mentiras y a la abundante presencia del engaño en la práctica política. Mentira y política van unidas desde hace siglos, desde siempre. Jonathan Swift ya lo comentaba con su típica ironía en su breve tratado titulado “El arte de la mentira política”, publicado en 1733. Allí dice que desconoce, a pesar de sus prolongadas investigaciones, quien convirtió la mentira en un arte y la adaptó a la política. Quizá, si leemos lo que escribió Swift, nos convenzamos de que, proféticamente, describía a Trump, o quizá los políticos de su tiempo eran ya muy parecidos a los actuales.
“La superioridad de su genio no consiste en otra cosa que en un fondo inagotable de mentiras políticas, que distribuye con largueza cada minuto que habla y que, por una generosidad sin paralelo, olvida, y consecuentemente contradice la siguiente media hora. Hasta ahora no se ha detenido a considerar si una proposición es verdadera o falsa, sino si es conveniente en tal momento y para tal compañía.”
Y, como seguidor de la teorías de Swift, seguro que Trump apoya la definición de mentira política que ofrece:
“el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con vistas a un buen fin.”
Swift concluye que “todo el mundo miente”, tanto en política como, aunque en aquellos años lo ignoraba, en el fútbol.
Para confirmar, quizá, lo que proponía Swift, nos servirá el estudio, publicado en 2013, por Alessandro Bucciol y Luca Zarri, de la Universidad de Verona, en el que revisaban 2459 declaraciones, de 2007 a 2012, de 444 líderes políticos de Estados Unidos, tomadas de la base de datos PolitiFact que estudia la veracidad de las declaraciones de los políticos de aquel país.
El 64% de las declaraciones son, más o menos, mentiras y, en concreto, el 27.5% son mentiras totales. Como media, mienten más a los 56 años, y lo hacen, sobre todo, cuando tratan de finanzas públicas, de política en general y de economía. Mienten más los republicanos que los demócratas. Por ejemplo, en las elecciones en que salió elegido Obama fue el candidato que menos mentía. Lo cual no quiere decir que no mentía, solo que lo hacía con menos intensidad. Ya lo afirmó Otto von Bismarck en el siglo XIX: “Nunca se miente más que después de una cacería, durante una guerra y antes de las elecciones.”
Los últimos datos, del 15 de agosto, sobre Donald Trump en la PolitiFact dicen que miente, más o menos, el 69% de sus declaraciones, y el 47% de ellas son absolutamente falsas.
Por supuesto, no debemos creer que solo Neymar y Trump o, si se quiere, futbolistas y políticos, son los únicos que mienten. Un equipo formado por decenas de expertos llamado Grupo de Investigación Global sobre el Engaño, entre los que está Jaume Masip, de la Universidad de Salamanca, ha investigado la mentira y el engaño con voluntarios de 75 países con 43 idiomas diferentes. La conclusión es que todas las culturas conocen al estereotipo del mentiroso. Y su conducta más reconocible es que no miran a los ojos de su interlocutor, están nerviosos y su conversación puede ser incoherente. Pero, sobre todo, su conclusión es que en todas partes hay mentirosos. Un mundo de mentiras se titula la publicación de este grupo.
Cuando alguna conducta de la especie humana está extendida en muchos, casi todos por no exagerar, los individuos, podemos plantear la hipótesis de que ha sido seleccionada por el proceso de la evolución. De alguna manera ayuda a la supervivencia y la reproducción y es seleccionada para la mejor adaptación de la especie. Así, el engaño y la mentira son conductas beneficiosas para la especie humana.
Esta propuesta la han revisado Charles Bond y Michael Robinson, de la Universidad Cristiana de Texas en Fort Worth. En primer lugar, concluyen que la mentira y el engaño no son conductas exclusivas de nuestra especie sino que abundan en plantas, insectos, moluscos como, por ejemplo, los pulpos, camaleones, chimpancés, Homo sapiens y muchos otros.
Definen la mentira y el engaño como “una comunicación falsa que busca el beneficio del comunicador”. La búsqueda del beneficio puede ser consciente o no como ocurre en el caso de mimetismos y camuflajes permanentes. La conclusión de los autores es que la propensión a la mentira y el engaño es, en parte y según la especie, genética, y en parte puede basarse en el entorno social, en la cultura y en el aprendizaje. En nuestra especie, la genética de la mentira se basa en estudios con gemelos, en familias y en grandes grupos de voluntarios. De algún modo todavía no muy conocido, mentir es una ventaja evolutiva en Homo sapiens. Como especie, no solo como futbolista o político.
Detrás de la selección evolutiva de esta conducta, empezamos a conocer el funcionamiento del cerebro cuando se miente o engaña. Sería la base funcional de la adaptación que se ha seleccionado. Se ha sugerido la participación de las neuronas espejo. Estas neuronas cerebrales se activan cuando se observa una acción en otro individuo. Por tanto, reflejan el comportamiento del otro y participan en conductas como la imitación o la empatía. Así, se pueden adivinar en el otro sentimientos y sensaciones que, es obvio, es importante conocer para engañar o mentir.
En la actualidad, se investiga la intervención de las neuronas espejo tanto en el fútbol como en la política. Quizá, en algún momento, se encuentren evidencias de que las neuronas espejo de Donald Trump y de Neymar se parecen o, por lo menos, que funcionen parecido y provoquen conductas similares. Es la cultura del fútbol en la política, o viceversa, o, en todo caso, la mentira y el engaño y sus beneficios en nuestra especie. Es la cultura del engaño en que las reglas para su control se aplican a criterio del árbitro o del juez. Ante los mismos hechos, la aplicación puede no ser la misma.
Referencias:
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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.