Vida de Galileo

Matemoción

Quien no conoce la verdad, es sólo un zoquete. Pero quién la conoce y la llama mentira, ¡es un criminal!

Vida de Galileo, Bertold Brecht

Vida de Galileo es una obra de teatro de Bertold Brecht (1898-1956) escrita entre 1938 y 1939, durante su exilio en Dinamarca. El dramaturgo escribió otras dos versiones, una entre 1945 y 1947 –adaptada a los gustos del público estadounidense–, y la última en 1955 –la llamada «versión berlinesa»–.

Esta pieza –una biografía novelada de Galileo–se centra en los últimos años de vida del investigador. Simboliza la lucha de la verdad contra el oscurantismo; defiende el racionalismo y el espíritu científico.

SINOPSIS: En su hogar en Florencia, Galileo transmite parte de sus conocimientos a Andrea, el hijo de su casera. Cuando el científico anuncia sus descubrimientos sobre el Sistema Solar, recibe la condena de la Inquisición. Galileo debe retractarse de sus ideas temiendo la tortura y la pérdida de sus privilegios. Pero, al mismo tiempo, difunde en secreto sus descubrimientos entre sus colaboradores.

Galileo, por Justus Sustermans. Imagen: Wikimedia Commons.

Recorremos brevemente la obra a través de algunas citas extraídas de la traducción de Miguel Sáenz.

La obra comienza en 1609, en el gabinete de estudio de Galileo, que comenta a Andrea sus descubrimientos:

GALILEO. Yo predigo que, antes de que hayamos muerto, se hablará de astronomía en los mercados. Hasta los hijos de las pescaderas irán a las escuelas. Porque a los hombres de nuestras ciudades, ansiosos de novedades, les gustará que una nueva astronomía empiece a moverse sobre la Tierra. Siempre se ha dicho que los astros estaban fijos en una bóveda de cristal para que no pudieran caerse. […] Y la Tierra gira alegremente alrededor del Sol, y las pescaderas, mercaderes, príncipes y cardenales, y hasta el mismo Papa, giran con ella.

Galileo presenta su telescopio en Venecia:

GALILEO. ¡Excelencia, señorías! Como profesor de matemáticas de vuestra Universidad de Padua y director de vuestro Gran Arsenal, aquí en Venecia, siempre he considerado mi deber, no sólo el cumplir con mi alta labor docente, sino también procurar beneficios excepcionales a la República de Venecia por medio de útiles inventos. […] Hoy puedo presentaros y entregaros un instrumento totalmente nuevo, mi anteojo de larga vista o telescopio, construido en vuestro Gran Arsenal, famoso en el mundo entero, de acuerdo con los más altos principios científicos y cristianos y fruto de diecisiete años de paciente investigación de este vuestro devoto servidor. […] Ésos creen haber recibido una baratija lucrativa, pero es mucho más. Ayer enfoqué el tubo hacia la Luna.

Galileo enseñando al dux de Venecia el uso del telescopio, por Giuseppe Bertini. Imagen: Wikimedia Commons.

Junto a su amigo Sagredo, Galileo observa la Luna:

GALILEO. ¡No hay soportes en el Cielo, no hay nada fijo en el Universo! ¡Júpiter es otro sol! […] Lo ves no lo había visto nadie. ¡Tenían razón!

SAGREDO. ¿Quiénes? ¿Los copernicanos?

GALILEO. ¡Y el otro también!i ¡El mundo entero estaba contra ellos y ellos tenían razón! […] Sí, ¡y no que todo el gigantesco Universo, con todos sus astros, gira en torno a nuestra minúscula Tierra, como piensan todos!

SAGREDO. ¡Es decir, que sólo hay astros!… ¿Y dónde está Dios? […]

GALILEO. ¿Soy teólogo acaso? Soy matemático. […] ¡Tengo fe en los hombres, lo que quiere decir que tengo fe en su razón!

En la corte de Florencia, Galileo no consigue convencer a los científicos de la utilidad de las observaciones realizadas con su telescopio:

EL FILÓSOFO. […] Señor Galilei, antes de utilizar su famoso tubo quisiéramos tener el placer de una discusión. Tema: ¿pueden existir esos planetas?

EL MATEMÁTICO. Una discusión en regla.

GALILEO. Yo había pensado que miraran simplemente por el anteojo y se convencieran. […]

EL MATEMÁTICO. Claro, claro… Naturalmente, usted sabe que, según la opinión de los antiguos, no es posible que existan estrellas que giren en torno a otro centro que no sea la Tierra, ni que no su apoyo en el Cielo. […] Se sentiría la tentación de responder que su anteojo, al mostrar lo que no puede ser, no es muy de fiar, ¿no? […] Sería mucho más provechoso, señor Galilei, que nos diera las razones que le inducen a suponer que, en las más altas esferas del Cielo inmutables, los astros pueden moverse libremente.

EL FILÓSOFO. ¡Razones, señor Galilei, razones!

GALILEO. ¿Razones? ¿Cuándo una ojeada a las propias estrellas y a mis anotaciones demuestran el fenómeno? Señor mío, la discusión me parece de mal gusto.

En 1616 el colegio romano confirma los descubrimientos de Galileo:

EL PEQUEÑO MONJE. Señor Galilei, el padre Clavius dijo antes de irse: ¡ahora tendrán que ver los teólogos cómo recomponen las esferas celestes! Usted ha vencido.

GALILEO. ¡Ha vencido! ¡No yo, sino la razón!

Pero la Inquisición rechaza sus teorías:

PRIMER SECRETARIO. El Santo Oficio ha decidido la pasada noche que la teoría de Copérnico, según la cual el Sol es el centro del Universo y está inmóvil, y la Tierra no es el centro del Universo y se mueve, es demencial, absurda y herética. Se me ha encargado que le exhorte a renunciar a esa opinión.

GALILEO. […] ¿Y los hechos? Creí entender que los astrónomos del Collegium Romanum reconocieron la exactitud de mis anotaciones. […] Pero los satélites de Júpiter, las fases de Venus…

BELLARMINO. La Santa Congregación ha tomado su decisión sin tener en cuenta esos detalles.

GALILEO. Eso significa que toda investigación científica ulterior…

Galileo ante el Santo Oficio, por Cristiano Banti. Imagen: Wikimedia Commons.

Galileo conversa con un monje, que explica los motivos por los que ha abandonado el estudio de la Astronomía:

EL PEQUEÑO MONJE. He conseguido penetrar en la sabiduría de ese decreto. Me ha descubierto los peligros que encierra para la Humanidad una investigación sin freno, y he decidido renunciar a la Astronomía. […] ¿Qué dirían los míos si yo les dijera que se encuentran en un pequeño conglomerado rocoso, que gira incesantemente en el espacio vacío y se mueve en torno a otro astro, uno de muchos, bastante insignificante? […]

GALILEO: ¡Cómo puede suponer nadie que la suma de los ángulos de un triángulo pueda contradecir sus necesidades! Pero si no se movilizan y aprenden a pensar, ni los más hermosos sistemas de riego les servirán para nada.

La llegada de un nuevo Papa, Urbano VIII, anima a Galileo a volver a investigar:

GALILEO. Empecemos a observar por nuestra cuenta y riesgo esas manchas solares que nos interesan. […] Mi intención no es demostrar que he tenido razón hasta ahora, sino saber si realmente la he tenido. […] Quizá sean vapores, quizá sean manchas, pero antes de suponer que son manchas, lo que nos vendría muy bien, supondremos que son colas de pez. Efectivamente, lo pondremos en duda todo, todo otra vez. […]. Y lo que hoy encontremos, lo borraremos mañana de la pizarra y sólo volveremos a anotarlo cuando lo encontremos de nuevo. […]. ¡Quitad el paño al anteojo y apuntadlo a Sol!

Molestos por los panfletos contra la Biblia difundidos por el pueblo, los inquisidores culpan a Galileo. El Papa es un hombre ilustrado, pero no tiene poder contra la Inquisición:

EL PAPA. ¡No haré que se rompan las tablas de cálculo! ¡No!

EL INQUISIDOR. […] Es la inquietud de sus propios cerebros la que aplican a la Tierra, a esta Tierra inmóvil. Y gritan: ¡Los números hablan! ¿Pero de dónde vienen esos números? Todo el mundo sabe que vienen de la duda. […] Y entonces van esos gusanos de matemáticos y apuntan sus anteojos al cielo y comunican al mundo que también allí, en el único lugar que no se os discutía, la posición es difícil.

El 22 de junio de 1633, Galileo se retracta de su teoría sobre el movimiento de la Tierra, ante la desilusión, entre otros, de Andrea:

ANDREA. Lo matarán. No terminará de escribir los “Discorsi” […] Porque no se retractará jamás. […] ¡No se atreverán! Y aunque lo hicieran, no se retractará. “Quien no conoce la verdad, es sólo un zoquete. Pero quién la conoce y la llama mentira, ¡es un criminal! […]

VOZ DEL PREGONERO. “Yo Galileo Galilei, profesor de Matemáticas y de Física en Florencia, abjuro de lo que he enseñado: que el Sol es el centro del mundo y que está inmóvil en su lugar, y que la Tierra no es el centro y no está inmóvil. Abjuro, maldigo y abomino, con corazón sincero y fe no fingida, de todos esos errores y herejías, así como de cualquier otro error y cualquier otra opinión contrarios a la Santa Iglesia”. […]

ANDREA: ¡Pobre del país que no tiene héroes! […] ¡Tonel de vino! ¡Devorador de caracoles! ¿Has salvado tu querido pellejo? […]

GALILEO. No. Pobre del país que necesita héroes.

Portada de los Discorsi. Imagen: Wikimedia Commons.

Desde 1633 hasta su muerte en 1642, Galileo vive en una casa cerca de Florencia, prisionero de la Inquisición. Recibe la visita de Andrea, que ya es un hombre de mediana edad, y se dirige a Holanda para trabajar en ciencia:

GALILEO. He terminado los “Discorsi”.

ANDREA. ¿Qué? ¿Los “Discursos sobre dos nuevas ciencias: la Mecánica y las leyes de la gravitación”? […] “Mi propósito es presentar una ciencia muy nueva sobre un tema muy viejo: el movimiento. Por medio de experimentos he descubierto algunas de sus propiedades, que son dignas de ser conocidas.” […] ¡Y nosotros que pensábamos que había desertado! ¡Mi voz fue la que más alto se alzó contra usted!

GALILEO. […] Yo sostengo que el único objetivo de la Ciencia es aliviar las fatigas de la existencia humana. Si los científicos, intimidados por los poderosos egoístas, se contentan por acumular Ciencia por la Ciencia misma, se la mutilará, y vuestras nuevas máquinas significarán sólo nuevos sufrimientos. […] Si yo hubiera resistido, los hombres dedicados a las ciencias naturales hubieran podido desarrollar algo así como el juramento de Hipócrates de los médicos: ¡la promesa de utilizar la Ciencia únicamente en beneficio de la Humanidad! […]

Andrea sale de Italia en 1937, con el manuscrito de Galileo:

EL GUARDIA. ¿Por qué deja usted Italia?

ANDREA. Soy científico.

Nota:

i Se refiere a Giordano Bruno.

Sobre la autora: Marta Macho Stadler es profesora de Topología en el Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU, y colaboradora asidua en ZTFNews, el blog de la Facultad de Ciencia y Tecnología de esta universidad.

2 comentarios

  • Avatar de Rawandi

    Gracias a la ciencia y a los valores de la Ilustración, vivimos hoy en una Europa demoliberal cada vez más descristianizada, en la que incluso la Iglesia católica ha empezado a renegar de buena parte de su fundamentalismo bíblico tradicional. El historiador Antonio Piñero señalaba dicho progreso en un artículo reciente:
    «Hasta hace pocos decenios, digamos hasta la mitad del siglo XX, la inmensa mayoría de las gentes que se proclamaban creyentes creía casi a pies juntillas lo que la Biblia cuenta (…) Pero hoy el panorama ha cambiado bastante. Hoy el marco mental bíblico casi ha muerto y ha sido sustituido por un esquema cultural, al menos en apariencia, derivado de las ciencias de la naturaleza, sobre todo la física, la química y la astronomía.» (revista Claves, nº264, p. 43).

      • Avatar de Rawandi

        Hola César.
        Te equivocas al afirmar que «la literalidad bíblica es arriana». La Biblia no se caracteriza precisamente por su coherencia, sino más bien por sus escandalosas contradicciones. Aquí tienes un ejemplo de literalidad bíblica claramente antiarriana: «Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno.» (1 Juan 5,7).
        En el caso de la teoría copernicana, tanto la «tradición» como los «doctores de la Iglesia» contribuyeron a reforzar el literalismo geocentrista de la Iglesia católica. En cambio, los protestantes, que inicialmente eran tan anticopernicanos como la Iglesia de Roma, demostraron ser mucho más flexibles, ya que abandonaron pronto la interpretación literal geocentrista.
        Un saludo

          • Avatar de Rawandi

            La Biblia usada tradicionalmente por la Iglesia católica es la Vulgata latina, la cual contiene la coma joánica desde hace más de doce siglos: «Quoniam tres sunt, qui testimonium dant in caelo: Pater, Verbum, et Spiritus Sanctus: et hi tres unum sunt.» (1 Ioannis 5,7). Cuando un pasaje lleva tanto tiempo incluido oficialmente dentro de un libro, difícilmente se puede negar que forme parte de ese libro.

            Ahora el Vaticano ya no defiende la coma joánica (la Biblia de Jerusalén se publicó a mediados del siglo XX), y me alegro, porque se trata sin duda de una falsificación. Ahora bien, si la Iglesia de Roma sigue eliminando las falsificaciones contenidas en la Biblia, entonces corre el riesgo de acabar destruyendo por completo su propio libro «sagrado». Por poner dos ejemplos: los doce últimos versículos de Marcos y el célebre episodio de la mujer adúltera salvada de morir apedreada también son falsificaciones.

            El comienzo del Evangelio de Juan es claramente antiarriano: «el Verbo era Dios» (Jn 1,1). Arrio nunca podría aceptar la literalidad de dicho versículo, pues él negaba que el Hijo (el Verbo engendrado) fuera Dios (inengendrado).

            El error de condenar oficialmente el copernicanismo (decreto de 1616) lo cometió la Iglesia católica, mas no los protestantes. Estos últimos también tenían poder en sus respectivos territorios para haber emitido alguna condena similar, pero no lo hicieron.

            Los descubrimientos de Galileo forzaron a la Iglesia a aceptar que Venus y Mercurio giran en torno al Sol y no en torno a la Tierra, como sostenía Aristóteles. Pero en lugar de aceptar la hipótesis copernicana, la Iglesia prefirió aferrarse a la inverosímil hipótesis geocéntrica tychónica, ya que esta última era la única compatible con su literalismo bíblico.

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