Los antiguos griegos penetraron cada vez más profundamente en el misterio de la humanidad. Se dieron cuenta de que su propia civilización era muy diferente a la de los pueblos del norte, este y oeste de Grecia. Los escritores y filósofos griegos compararon su cultura, que incluía un discurso literario sofisticado, el arte reflexivo de las matemáticas, las ciencias físicas y biológicas y los logros tecnológicos y artísticos, con las culturas «bárbaras» circundantes. ¿Por qué ellos?¿Por qué Grecia?
Los reflexivos griegos, en busca de respuestas, llegaron a convencerse de que en el pasado distante, en una época dorada de dioses y héroes, a los humanos se les concedió de alguna manera un pensamiento racional que les permitía adaptarse e intentar controlar su entorno, a veces con éxito. El poeta griego Hesíodo (alrededor del 700 a.e.c.) creía que la civilización era el resultado del don del fuego. Prometeo, el titán, en contra de la voluntad del rey de los dioses, Zeus, enseñó a los humanos los usos del fuego, lo que resultó en las artes y las ciencias que dan lugar a la civilización.
Varios siglos después de Hesíodo, el dramaturgo ateniense Esquilo* (525–456 a. e. c.), en Prometeo encadenado, fue más explícito al asignar a Prometeo el papel de benefactor paradójico de la humanidad. Según Esquilo, Prometeo fue un titán primigenio con características humanas que desafió el plan de la mente y el poder eternos, el dios Zeus, de mantener a los humanos en un estado primitivo y animal. Prometeo salvó a los humanos de su destino de ignorancia e inocencia.
Los humanos eran criaturas indefensas, sin rumbo y ciegas a las que Prometeo inició en las artes intelectuales de la filosofía, la astronomía, la astrología, las matemáticas, la poesía, la prosa, la medicina, la adivinación y la magia. Prometeo, cuyo nombre significa previsión, no pudo dar a los humanos lo que realmente necesitaban, su propio don de anticipar el futuro. Esquilo se hacía eco de Hesíodo al culpar a Prometeo de condenar a los humanos a vivir en una confusión ciega, arrastrados por el destino, inciertos del futuro.
Se le concedió a la humanidad el poder de controlar su existencia material, de comprender el funcionamiento del universo, pero su incertidumbre sobre el futuro garantizaba la impotencia humana. Prometeo maldijo inconscientemente a los humanos mientras se maldecía a sí mismo. Su castigo fue soportar un tormento incesante, encadenado a las rocas de las lejanas montañas del Cáucaso, visitado a diario por un buitre que se comía su hígado, que se regeneraba durante la noche, provocando así un ciclo de tortura sin fin.
El mito de Prometeo fue un intento fascinante por parte de los griegos de tratar de comprender las muchas contradicciones de su sociedad. El pensamiento racional y la ciencia llevaron a un conocimiento aparente de la humanidad y el universo que, si bien resolvió algunos problemas de la existencia humana y proporcionó algunas de las comodidades de la vida civilizada, no logró liberar a los humanos de la guerra, las enfermedades, el hambre y otras formas de sufrimiento.
La maldición de Prometeo, según los griegos, es la tentación de asumir que la ciencia dará las respuestas y llevará a una edad de oro, como si no existiesen la política y los intereses espurios. Pero los griegos descubrieron también, con el poeta hebreo del Eclesiastés, que en el mucho conocimiento hay mucho sufrimiento.
En esta nueva serie que iniciamos hoy exploraremos aquello que los sujetos a la maldición de Prometeo descubrieron hasta la caída de Roma: la ciencia antigua.
Nota:
* Se le suele atribuir a Esquilo, aunque no está del todo claro que fuese su autor real.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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