El séptimo sello

#con_ciencia Las siete trompetas Artículo 1 de 8

«La apertura del séptimo sello», lámina octava del Apocalipsis (1498) de Albrecht Dürer (Durero). Fuente: Wikimedia Commons

La Covid19 ha puesto en evidencia algo que en teoría ya sabíamos, pero acerca de lo cual preferíamos no pensar demasiado, la posible desaparición de la humanidad. No quiero decir con esto que la Covid19 haya puesto en riesgo nuestra existencia. No lo ha hecho; pero sí nos ha permitido atisbar de qué forma podría producirse uno de los finales posibles. En efecto, el SARS-CoV-2 ha provocado ya la pérdida de millones de vidas humanas. Han sido más de 4,5 M confirmadas pero el censo total podría llegar a los 15 M. Sería “solo” la tercera parte de las muertes que provocó la gripe hace un siglo en una población mundial que, además, era solo la cuarta parte de la actual. Pero por su velocidad de expansión, impacto sanitario, afección económica y social, y estragos emocionales, esta pandemia nos ha permitido vislumbrar lo terrible que podría haber sido una gripe como la 1918 en nuestro mundo u otra pandemia a cargo de un patógeno más virulento aún.

Las pandemias son una de las amenazas incluidas por el filósofo de la Universidad de Oxford Toby Ord en su análisis de riesgos existenciales. Llama catástrofe existencial a la destrucción del potencial a largo plazo de la humanidad, esto es, a la supresión de todos los futuros posibles que permanecen abiertos ante nosotros. Riesgo existencial es el que amenaza la existencia de ese potencial.

A Toby Ord le ha interesado analizar los riesgos existenciales porque sostiene que, de la misma forma que debemos extender el arco moral a todas las personas que viven hoy, con independencia del lugar o área geográfica en que vivan, igualmente deberíamos hacerlo con relación a los que vivan en otro tiempo. En cierto modo esto es algo que ya hacemos cuando pensamos o predicamos que tenemos el deber de dejar a quienes nos sucedan un mundo mejor.

Sobre el pasado ya no podemos actuar, pero quizás sí podamos incidir sobre el futuro tratando de prevenir posibles catástrofes. Para empezar, es preciso conocer los riesgos posibles, su naturaleza, frecuencia y las posibles vías para neutralizarlos. Esto vale para todos los riesgos, si bien resulta evidente que unos son más susceptibles de prevención que otros. No obstante, en último extremo, no hay razones para pensar que, al contrario que las demás especies, la nuestra goce de un estatus especial que la hace invulnerable.

Si echamos un vistazo a nuestro entorno filogenético, nos encontramos con que las especies de mamíferos perduran una media de un millón de años, aunque Homo erectus, nuestro pariente próximo más resistente, sobrevivió casi durante dos millones. Sin embargo, la vida en la tierra tiene por delante alrededor de 1000 millones de años, de manera que tenemos tiempo más que suficiente como para extinguirnos y, si ello fuera posible, muchas veces.

Hay quienes piensan, no obstante, que la eventualidad de una posible extinción o catástrofe existencial es una posibilidad muy remota porque, al fin y al cabo, somos seres inteligentes y -lo que es más importante- culturales. Esto, efectivamente, debería permitirnos elaborar y poner en práctica estrategias protectoras, que es lo que persigue Toby Ord y quienes, como él, desean extender la solidaridad humana hacia el futuro.

Pero, por otro lado, las mismas capacidades que deberían permitirnos mejorar nuestro pronóstico de supervivencia como especie, son las que pueden conducirnos a la extinción, pues esas mismas cultura e inteligencia, pueden actuar, consciente o inconscientemente, al servició de nuestra propia destrucción. En resumidas cuentas, si bien es cierto que, salvo el ser humano, ninguna otra especie animal tiene capacidad para mejorar su supervivencia y alargar su permanencia en la Tierra hasta su final, también lo es que, salvo el ser humano, ninguna otra especie animal tiene capacidad para autodestruirse.

La civilización a la que llamamos “occidental”, la nuestra y que, en lo sustancial, viene a ser un destilado de creencias, nociones e instituciones procedentes de la tradición judeocristiana, de los clásicos griegos y de la Roma imperial, es y ha sido consciente de la fragilidad de nuestra existencia como especie aunque, como hemos dicho antes, prefiramos olvidarnos de ello. El cristianismo, incluso, ha incorporado una versión de las catástrofes existenciales en su propio canon, vinculándolas a su sistema de ideas. He optado, por ello, por recurrir al Apocalipsis -o Libro de las Revelaciones-, de Juan de Patmos, tal y como está recogido en la Biblia de Jerusalén, para que nos sirva de hilo conductor metafórico en la serie que iniciamos con esta anotación.

En las próximas entradas de esta serie repasaremos siete posibles finales de la humanidad -o catástrofes existenciales, para ser más precisos- siguiendo la estela metafórica que proporciona la Biblia. Lógicamente, el redactor del Apocalipsis no pretendía anticipar con precisión la naturaleza de esos riesgos -tampoco habría sido capaz de hacerlo-, porque su intención nada tenía que ver con el propósito de conocer ni, menos aún, prevenir nuestro final. El Apocalipsis es lo que es, un texto escatológico cristiano, lleno de símbolos cuyo significado último ha sido objeto de fuerte controversia dentro de la Iglesia, y su posible interés es completamente ajeno al propósito de esta serie. Además, nada hay más lejos de mi intención que convertirme en exégeta bíblico y, menos aún, de un texto con tal carga simbólica.

Vamos allá.

Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo, como una media hora… Vi entonces a los siete Ángeles que están en pie delante de Dios; les fueron entregadas siete trompetas. Otro Ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos. Y el Ángel tomó el badil y lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra. Los siete ángeles de las siete trompetas se dispusieron a tocar.

Juan de Patmos (siglo I e.c.) Apocalipsis 8: 1-6.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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