Heracles es uno de los héroes de la mitología griega más conocido en la actualidad. Sobre todo, con su nombre latinizado, Hércules. Hijo del dios Zeus y de una mortal, Alcmena, su principal característica era su inconmensurable fuerza y el mal rollo que arrastraba con su madrasta olímpica, Hera. Hasta tal punto llegó el odio que le tenía la diosa, que un día volvió loco al héroe forzándolo a matar, con sus propias manos, a su mujer e hijos. Arrepentido, descubrió que la única manera de vivir de nuevo en paz era ponerse al servicio de otro semidiós, el rey Euristeo, con el que tampoco se llevaba demasiado bien. Así que, buscando fastidiar a Heracles, Euristeo le obligó a cumplir doce trabajos, a cuál más complicado, que le llevaron a patearse el mundo conocido enfrentándose a todo mortal, semidiós o monstruo que se le pusiese por delante. Y parece que uno de esos trabajos trajo a Heracles hasta la Península Ibérica.
Su décimo trabajo consistía en robar el ganado de Gerión, un monstruo que habitaba en lo que actualmente es Cádiz. Pues según una versión no muy conocida de la historia, en su viaje Heracles atravesó los bosques del norte de la Península y allí se encontró con la ninfa Pyrene, de la que se enamoró perdidamente. Pero el padre de la muchacha no estaba muy de acuerdo con esa relación, por lo que expulsó al héroe de sus tierras y prohibió a la pareja volver a verse. Entonces, Gerión se encontró con la joven y también se enamoró de ella, pero Pyrene no le hizo ni caso porque aún pensaba en Heracles. Gerión, un abusador en toda regla, persiguió a la muchacha hasta lo profundo del bosque con la intención de raptarla, llegando a prenderle fuego para hacerla salir de su escondite. Aunque consiguió todo lo contrario, ya que Pyrene prefirió morir abrasada a caer en sus manos. Cuando Heracles se enteró de lo que pasaba corrió a salvarla, pero llegó tarde. Roto de dolor, decidió hacerle un túmulo funerario como nunca antes se había visto, por lo que se puso a apilar rocas sin cesar. Pero se le fue un poco la mano, llegando a crear un enorme mausoleo rocoso al que llamó Pirineos en honor a la joven.
Volviendo a la versión más conocida de la historia, Heracles cruzó el Mediterráneo para llegar hasta los dominios de Gerión, pero se encontró con que una masa de tierra separaba el mar del océano Atlántico y no le permitía avanzar. Como dar un rodeo no era una opción y haciendo honor a lo bruto que era, separó la cordillera que estaba unida dejando un estrecho pasillo de agua, el estrecho de Gibraltar. Y para conmemorar su hazaña, levantó dos montes uno a cada lado del estrecho, uno en el actual Gibraltar y otro en la actual Ceuta, que pasaron a la posteridad con el nombre de “las Columnas de Hércules”.
Dejando de lado la mitología y acudiendo a la ciencia, lo más llamativo de estas leyendas es que se le da un mismo origen a la cordillera de los Pirineos y las montañas del Arco de Gibraltar. Incluso, se cuenta que el estrecho estuvo cerrado y surcado por una cordillera continua entre el sur de la Península Ibérica y el norte de África que luego se separó, permitiendo así la conexión entre el Mediterráneo y el Atlántico. Y digo que es llamativo porque, con algunos matices, geológicamente hablando todo esto es cierto.
Si cambiamos el nombre Heracles por Orogenia Alpina, ya tenemos la explicación científica. Una orogenia es el proceso de formación de sistemas montañosos por la colisión de dos placas con litosfera continental y la Orogenia Alpina es el último de estos procesos, que comenzó hace unos 80 millones de años y continúa en la actualidad. En este periodo, la placa Africana y la placa Euroasiática se han ido acercando una a la otra, quedando la microplaca Ibérica aprisionada entre ambas. De esta manera, el choque de Iberia con Eurasia en el norte dio lugar al levantamiento de los Pirineos, mientras que el choque de Iberia con África en el sur generó la Cordillera Bética y su continuación por las montañas del Rift en una disposición más o menos arqueada. Es decir, que ambas cordilleras se formaron por el mismo proceso geológico.
Pero hay más. Hace casi 6 millones de años, la comunicación entre el Mediterráneo y el Atlántico se vio interrumpida por el continuo acercamiento de las placas Africana e Ibérica, dando lugar al aislamiento y la desecación del Mediterráneo, cuyo nivel llegó a bajar hasta mil metros con respecto a la actualidad. Sin embargo, hace poco más de 5 millones de años, los pulsos tectónicos, combinados con ascensos del nivel del mar, provocaron que el Estrecho de Gibraltar se abriera, dando lugar a un enorme cañón submarino de varios cientos de metros de altura por el que se precipitaba una cascada de agua desde el Atlántico. Así, el Mediterráneo volvió a llenarse rápidamente de agua hasta mostrar el aspecto con el que le conocemos actualmente. A este proceso se le conoce como “Crisis de Salinidad del Messiniense”.
Sé que no he entrado demasiado en detalle con la explicación científica, pero es porque esta vez quería centrarme más en la curiosidad mitológica. Los mitos y leyendas siempre han pretendido dar una explicación más o menos racional a procesos naturales que no éramos capaces de comprender antes del nacimiento de la ciencia. Aunque a veces nos sorprende lo cerca que se encontraban de la verdadera explicación, como suponer que el Mediterráneo quedó aislado del Atlántico por una masa de tierra y que volvió a abrirse por la fuerza de un protagonista que, a su vez, dio lugar a una enorme cordillera en el norte de la Península y a los relieves montañosos del sur de Iberia y el norte de África. Ahora, simplemente, le hemos dado otro nombre a ese protagonista.
Agradecimientos: Quería dar las gracias a mi compañera y amiga Ana Ruiz Constán, científica titular del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC), por recordarme estas leyendas en una agradable conversación geológica.
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU
Alfonso
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