En la entrada de hoy simplemente quiero traeros una cita literaria relacionada con uno de los grandes astrónomos y matemáticos de la historia, el danés Tycho Brahe (1546-1601).
La cita literaria pertenece a la novela Chiquita, del escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez, y que fue Premio Alfaguara de Novela 2008. Este libro se inspira en la vida de la artista cubana Espiridiona Cenda del Castillo “Chiquita” (Matanzas, Cuba, 1869 – Long Island, EE.UU., 1945), que medía tan solo 66 centímetros de altura. En 1896 viajó a Nueva York con un espectáculo vodevil, y a partir de entonces alcanzaría un gran éxito, como cantante y bailarina, en Estados Unidos, y en muchas otras partes del mundo, como por ejemplo, París.
La cita de esta novela nos habla de una anécdota real del matemático y astrónomo Tycho Brahe, quien a la edad de 20 años perdió parte de su nariz en un duelo y para ocultar su herida se hizo construir una prótesis de oro y plata.
El biógrafo de Tycho Brahe, Pierre Gassendi, en su “Tychonis Brahe, equitis Dani, astronomorum coryphaei, vita” (1654) escribe lo siguiente:
“El 10 de diciembre de 1566 tuvo lugar un baile en la casa de Lucas Bacmeisters en relación con una boda. Lucas Bacmeister era Profesor de Teología en la Universidad de Rostock, donde estudiaba Tycho. Entre los invitados estaban Tycho Brahe y otro aristócrata danés, Manderup Parsberg. Se produjo una fuerte discusión entre ambos y se separaron muy enfadados. El 27 de diciembre reanudaron la discusión y en al anochecer del 29 de diciembre se celebró un duelo entre ellos. Eran alrededor de las 7 de la tarde y estaba oscuro. Parsberg le hizo a Tycho un corte en la nariz, que prácticamente le arrancó la parte delantera de la nariz. Tycho tuvo una nariz artificial, no realizada de cera, sino de una aleación de oro y plata, y se la colocaba con tanta habilidad que parecía una nariz real. Wilhelm Janszoon Blaeu, quien pasó cerca de dos años con Tycho, también dijo que Tycho solía llevar una pequeña caja con una pasta o pegamento, con la que a menudo se colocaba su nariz”
No está claro el motivo de la discusión. En el libro Historia de la Ciencia 1543-2001, su autor John Gribbin menciona que Parsberg se burló de la predicción que Tycho realizó sobre la muerte de un sultán que ya estaba muerto. Por otra parte, Pierre Gassendi escribió también que un profesor de Perugia le había comentado en una de sus cartas que la discusión entre los dos estudiantes Tycho y Manderup pudo ser por quien era más diestro en matemáticas (hay quien menciona incluso que la discusión tenía relación con un resultado de Pierre de Fermat). Aunque, al parecer lo que realmente escribió este profesor de Perugia fue “Hace no mucho tiempo, Tycho Brahe y un caballero danés compitieron en el estudio de las Matemáticas y en otras ciencias mayores”, y no está claro que esto tuviese relación con el duelo.
Os dejo con la cita literaria de la novela Chiquita (Alfaguara, 2008), desl escritor Antonio Orlando Rodríguez:
“Pero ¿cómo conseguir semejante fórmula? Jepp tenía la esperanza de que un matemático y astrónomo danés llamado Tycho Brahe lograra descubrirla.
—¿Ese astrónomo también era enano? —quiso saber Chiquita y recibió un rotundo no por respuesta.
—A lo largo de su historia, la Orden de los Pequeños Artífices de la Nueva Arcadia siempre ha tenido aliados y colaboradores entre las personas de estatura común —le informó Lavinia—. Como el gran duque Alejo y la reina Liliuokalani, por mencionar dos casos.
Acto seguido, Chiquita se enteró de que Tycho Brahe había sido uno de los hombres más inteligentes del siglo XVI, pero que siempre tuvo un grave problema: era muy irascible. Por ese defecto incluso perdió un pedazo de su cuerpo. Una vez, cuando tenía veinte años y estudiaba en la Universidad de Rostock, fue a una fiesta en casa de un profesor suyo y allí se encontró con otro alumno. Los dos jóvenes empezaron a discutir de matemáticas, se acaloraron y terminaron batiéndose en un duelo. Para desgracia de Tycho, su rival era tan bueno con la espada como con los números, y le arrancó la nariz de una estocada.
En un caso como ese, más de uno se hubiera hundido en la desesperación, pero Tycho Brahe se tomó el asunto con calma. Se hizo una nariz artificial con una aleación de oro y plata, a la que añadió un poco de cobre para que fuera más resistente y para darle un color parecido al de su piel. Tan bien le quedó, que había que fijarse mucho para notar que era falsa. Eso sí, a partir de entonces, adondequiera que iba llevaba una cajita con una pasta especial para pegarse la prótesis cuando se le caía.
Al notar que Chiquita daba señales de impaciencia, Lavinia interrumpió un instante su relato para hacerle una aclaración:
—¿Crees que perdí el hilo y que estoy hablando de cosas que nada tienen que ver con la Orden? Pues no es así. La nariz de Tycho Brahe es importante en esta historia y a su debido tiempo sabrás por qué.
Después de concluir sus estudios universitarios, el astrónomo viajó durante mucho tiempo por las cortes de Europa, asombrando a todo el mundo con su habilidad para predecir los eclipses y calcular las órbitas de los cometas. Hasta que un día Federico II, el rey de Dinamarca y de Noruega, le pidió que volviera a su patria. Para tentarlo, le ofreció la isla de Hven y una buena renta, y se comprometió a ayudarlo a construir el observatorio de sus sueños. A Tycho le encantó la propuesta, se fue para la isla y levantó allí un castillo al que puso por nombre La Fortaleza del Cielo, donde vivió y estudió los astros durante veinte años.
En esa época, Tycho empleó como bufón a Jepp (sin imaginar que era el Maestro Mayor de una hermandad secreta) y el enano se convirtió en su hombre de confianza. Fue entonces cuando Jepp lo convenció para que, basándose en sus observaciones de los desplazamientos de los cuerpos celestes, tratara de encontrar la fórmula que la Orden necesitaba. Tycho asumió la tarea como una cuestión de honor y durante años y años se devanó los sesos, tratando de complacer a su bufón.
Cuando Federico II murió, a Tycho Brahe no le quedó más remedio que abandonar La Fortaleza del Cielo y aceptar el puesto de Imperial Mathematicus en la corte de Bohemia. Allí siguió haciendo cálculos y más cálculos, obsesivamente, hasta que por fin halló la fórmula (que era una cruz formada por números de tres dígitos), se la entregó a Jepp y lo enseñó a utilizarla.
Aquel descubrimiento, que el Maestro Mayor compartió enseguida con sus cuatro Artífices Superiores, les facilitó muchísimo la vida, porque a partir de ese momento pudieron localizar a los futuros miembros de la cúpula con gran antelación (en cuanto estos llegaban al mundo), interpretando más rápido la voluntad del Demiurgo.
Pero ese no fue el único cambio que Jepp introdujo en el funcionamiento de la Orden de los Pequeños durante su mandato. Por iniciativa suya se tomó otra decisión crucial. Cada vez que encontraban a una criatura predestinada a ser Artífice Superior, se las ingeniaban para que los padres les pusieran al cuello un dije similar al que usaban
los jerarcas. De esa forma, podían tenerlos controlados hasta que llegaba el momento de sumarlos a la hermandad. Claro, a los padres les hacían creer que se trataba de amuletos para la buena suerte. De la existencia de la Orden no les decían ni una palabra.En esa parte de la conversación Chiquita se enteró, por fin, de cuál era la función de las bolitas de oro. Los dijes estaban conectados entre sí y formaban una especie de «red» que permitía al Maestro Mayor y a los Artífices Superiores mantenerse comunicados. Pero, además, a través de ellos también podían estar al tanto de lo que hacían, pensaban y sentían los escogidos por el Demiurgo, los futuros miembros de la directiva. Mediante las diferentes señales que emitían las insignias (latidos, cambios de temperatura, movimientos de los signos grabados en el metal y emisión de luces), podían, por decirlo de alguna manera, «acompañar» a los elegidos, aconsejarlos y hasta ayudarlos, a veces, en caso de peligro.
Aunque la fórmula de Tycho Brahe era larga y complicada, Jepp insistió en que los Artífices y él debían memorizarla. Y, previendo que alguna vez la memoria pudiera fallarles, tuvo la idea de guardar una copia de la ecuación en algún escondite. Debía ser un sitio seguro, porque, si bien la secta tenía aliados, también tenía enemigos acérrimos. Pero ¿cuál? Cada vez que alguien sugería uno, los demás lo objetaban.
Llevaban varias semanas discutiendo dónde esconder la fórmula, cuando Tycho Brahe murió en medio de una borrachera. Mientras lo llevaban a su cama, la nariz metálica se le despegó, cayó al piso y Jepp la recogió sin que la mujer, los hijos y los sirvientes del astrónomo se dieran cuenta. Aprovechando la confusión, escapó de la casa, llevó la prótesis al taller de un orfebre y le pidió que le grabara la fórmula en su reverso.
Cuando el artesano terminó su labor, a Jepp no le quedó otro remedio que apuñalearlo allí mismo para garantizar el éxito de su plan. Entonces, volvió al cuarto donde velaban el cadáver de Tycho, le anunció a la viuda que había encontrado la nariz y se la pegó. Aunque lo había hecho todo sin consultar a los cuatro Artífices, estos estuvieron de acuerdo en que se trataba del lugar perfecto para ocultar la fórmula. Y así fue como Tycho, su nariz y el secreto de la Orden fueron a parar a una tumba dentro de la iglesia de Nuestra Señora de Tyn, en Praga.”
Bibliografía
1.- Antonio Orlando Rodríguez, Chiquita, Alfaguara, 2008.
2.- Página web del escritor Antonio Orlando Rodríguez
3.- John Gribbin, Historia de la Ciencia, 1543 – 2001, Crítica, 2006.
4.- C. Adams, Did astronomer Tycho Brahe really have a silver nose?, The Straight Dope, 17 de julio de 1998.
Sobre el autor: Raúl Ibáñez es profesor del Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU y colaborador de la Cátedra de Cultura Científica
Chiquita y la nariz de Tycho Brahe | Matemoci&o…
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