Por si no se habían enterado, recientemente nos hemos quedado sin Yeti. Ocurrió la semana pasada cuando investigadores de la Universidad de Búfalo publicaron un estudio en el que habían analizado el ADN de muestras del supuesto Yeti dispersas por todo el mundo en museos y colecciones privadas: pelos, piel, dientes, huesos y hasta restos de excrementos recogidos en el Himalaya y el Tibet y que durante décadas se ha creído que pertenecían a la misteriosa criatura, un animal sin terminar de identificar, quizá medio hombre medio oso…
Bien, pues resulta que no es medio nada. Es un oso. U ocho osos diferentes, vaya. Pero ese es el animal al que pertenecen esas muestras. Todas excepto una, que resultó ser de un perro.
Nuestro gozo en un pozo porque a la vez que nuestro lado racional nos dice que las probabilidades de que realmente existiese el Yeti tal y cómo lo describen las leyendas locales tibetanas y como ha pasado al imaginario global eran realmente pequeñas, esa parte de nosotros que se queda fascinada con los cuentos de criaturas imposibles y las películas de monstruos sufre una pequeña decepción cada vez que un científico, con su método empírico y sus evidencias, decide poner fin a una de esas pequeñas parcelas de misterio que aún nos quedan por resolver.
La pseudociencia de la criptozoología
Adiós al Yeti, pues, decíamos, que se suma a la cola de misterios resueltos para chasco de muchos. Y ya van quedando menos en la lista de los no resueltos, aunque alguno hay. Y aunque pocos han oído hablar de ella, son el material de estudio de su propia disciplina científica. O, más bien, pseudocientífica. Es la criptozoología.
La criptozoología se postula como el estudio científico de los animales y criaturas de cuya existencia no existen pruebas científicas, lo cual ya es un poco contradictorio. El Yeti, el monstruo del lago Ness, el chupacabras, los vampiros, el kraken, el leviatán o las sirenas son algunos de sus sujetos de estudio más conocidos.
Los autodenominados criptozoólogos tratan de determinar y defienden la existencia de estos seres muchas veces conjeturados a partir de restos fósiles de animales extintos y otras veces a partir de leyendas, el folclore y la cultura local de distintas regiones del mundo. Aunque en general han recibido poca atención de la comunidad científica y se considera más bien un fenómeno cultural similar al fenómeno ovni, ellos defienden sus investigaciones y actividades basándose en algunos descubrimientos sorprendentes que ha hecho la zoología en los últimos siglos, como el calamar gigante (que habría dado pie a la leyenda del kraken) o el celacanto (un pez que se creía extinto desde hacía miles de años y que se descubrió vivo 1998).
Algunas obras fundacionales dieron luz a esta pseudodisciplina. En 1892, Andhonid Cornelis Oudemans publicaba La gran serpiente marina, que tuvo una gran. Entre 1941 y 1948, Willy Ley, escrito y científico, publicó The Lungfish, the Dodo and the Unicorn, que fue traducido a muchos idiomas, incluido al español varios años después.
Pero se considera a Bernard Heuvelmans, zoólogo, el creador del término criptozoología, y también de su descripción: «el estudio de los animales sobre cuya existencia solo poseemos evidencia circunstancial y testimonial, o bien evidencia material considerada insuficiente por la mayoría». En 1955 publicó Tras la pista de animales desconocidos, considerado por muchos como la base de esta disciplina.
Según el autor, la criptozoología es una disciplina que debe ser ejercida con rigor científico, pero a su vez debe ser vista con una actitud abierta e interdisciplinaria, saliéndose del encorsetado método científico, digamos, tradicional. Además, es importante prestar atención y dedicar tiempo a estudiar las tradiciones y creencias populares, ya que, aunque suelen estar mezcladas con elementos fantásticos, pueden contener parte de verdad que ayude a guiar la investigación sobre estos animales aun desconocidos.
Para defender estos principios y proseguir estas investigaciones existen en el mundo numerosas asociaciones de criptozoólogos. La más conocida es la International Society of Cryptozoology, que estuvo en marcha hasta 2005, cuando desapareció por motivos económicos. El símbolo de la ISC era un okapi, un animal conocido por los pigmeos pero ignorado por los científicos hasta su descubrimiento oficial en 1901.
Por qué la criptozoología no puede ser una ciencia
A pesar de sus aspiraciones científicas, la criptozoología choca frontalmente con los principios científicos básicos continuamente. Un ejemplo es su negativa a aceptar que una hipótesis debe ser descartada cuando no se cumplan sus predicciones, porque los criptozoólogos parecen inasequibles al desaliento.
Numerosas pruebas en los últimos años han descartado, entre otros, la existencia de Nessie, el monstruo del lago Ness: imágenes por satélite, escáneres del fondo del lago… Igual que ahora con el Yeti y como ha ocurrido antes con otras , todas las supuestas pruebas de su existencia han sido rebatidas, pero esos resultados han sido ignorados y esas criaturas siguen en la lista de animales a descubrir.
Otra contradicción con la que chocan a menudo los criptozoólogos tiene que ver con los principios básicos de la biología y la genética: que la existencia indefinida de un solo individuo es naturalmente imposible, y que hace falta una población mínima de ejemplares para que existan posibilidades de reproducción viable dentro de una especie. Eso quiere decir que, de existir Nessie o el Yeti, no existiría solo uno, sino unos cuantos, lo cual aumentaría lógicamente las probabilidades de un avistamiento fiable y con ello del descubrimiento oficial que reconociese científicamente su existencia. Y eso, hasta ahora, no ha ocurrido.
Por último, hay que reconocer que los criptozoólogos juegan en cierta desventaja. A menudo se señala como prueba en contra de su especialidad que la criptozoología nunca ha descubierto ni un solo ejemplar de las criaturas que estudia, mientras que los zoólogos descubren decenas de nuevas especies cada año.
Según estos estudiosos, se trata de una afirmación ignorante o hecha con mala fe. Después de todo, argumentan, la criptozoología es la única disciplina cuyos éxitos, en vez de aumentar su campo de estudio, lo disminuyen: si una criatura es descubierta y estudiada, saldrá de la criptozoología para entrar en la zoología.
No es el caso con el último estudio sobre el yeti, ya que no estamos hablando del descubrimiento de una nueva especie, pero existen otros ejemplos, como el del calamar gigante, que los criptozoólogos identifican con el kraken de las leyendas marinas.
Por todos estos motivos, la criptozoología es considerada por la mayoría una disciplina pseudocientífica. Como dirían aquellos que no deben ser nombrados: que estudien lo que quieran, pero que no lo llamen ciencia.
Referencia:
Lindqvist, Charlotte; Lan, Tianying; Gill, Stephanie; Bellemain, Eva; Bischof, Richard; Ali Nawaz, Muhammad (29 de Noviembre 2017). «Evolutionary history of enigmatic bears in the Tibetan Plateau–Himalaya region and the identity of the yeti». Proceedings of The Royal Society B. doi:10.1098/rspb.2017.1804.
Sobre la autora: Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista
Txema M.
Lo del yeti era de esperar. Pero después de lo de Flores, yo tenía algo de esperanza de que aparecieran restos fósiles de gigantopiteco allá por el Tibet. Lástima.
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