De la roca a la planta

Fronteras

Si alguna vez habéis subido un puerto de montaña seguro que os habéis fijado cómo va cambiando el tipo de vegetación que os rodea según ascendéis en altitud. Esto se debe a los cambios que se producen, principalmente, en tres criterios climáticos: la humedad, la temperatura y la insolación (es decir, la cantidad de energía en forma de radiación solar que llega a un lugar), que determinan que la vegetación de montaña se distribuya en franjas desde la base hasta la cima de las elevaciones montañosas.

Hasta aquí la teoría. Porque si comparamos la distribución de la cubierta vegetal de una montaña de Cantabria con la de una montaña de la Sierra de Madrid o con una de Alicante, vemos que en ninguna se «dibujan» franjas horizontales perfectas, al más puro estilo de las camisetas de algunos equipos de fútbol, ni tampoco crecen las mismas especies vegetales, aunque estemos en zonas con las mismas condiciones de humedad y temperatura. Y esto es debido a que siempre nos olvidamos de añadir un importante factor ecológico en la ecuación del párrafo anterior: el tipo de suelo.

El suelo es la capa más superficial de la corteza terrestre y se refiere al material sin consolidar que estamos pisando y que abarca desde unos pocos centímetros de profundidad a varios metros de espesor. Aunque algunos de ellos se forman únicamente por la acumulación de materia orgánica, por ejemplo en una turbera o en una marisma, la inmensa mayoría tienen su origen en la alteración de las rocas que afloran en la superficie del terreno, debido principalmente a la acción del agua y del aire. Y, como en nuestro país gozamos de una gran geodiversidad, las propiedades físico-químicas de nuestros suelos van a ser también muy variadas, porque dependerán de los minerales que forman esas rocas.

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Perfil de un suelo carbonatado, donde se observa la roca caliza original en la base (color gris claro) y el suelo formado en la parte superior (color pardo y gris claro). Imagen: Departamento de Edafología y Química Agrícola de la Universidad de Granada CC BY-NC 4.0

No voy a entrar a hablaros de las clasificaciones de los tipos de suelo, porque hay varias y son un poco liosas, pero sí que haré referencia a las principales características de los suelos formados a partir de las rocas más abundantes en nuestra geografía. Así, en zonas donde predominan las rocas calizas, la alteración del carbonato cálcico producirá unos suelos carbonatados, de colores blanquecinos o grises claros, y un pH básico donde crecerán árboles como las encinas, tan características de mi tierruca. Sin embargo, en lugares en los que afloran margas, lutitas y rocas ígneas y metamórficas con minerales como los feldespatos o las micas, se generarán suelos arcillosos, que retienen más el agua de lluvia y son propensos a encharcarse, estando generalmente cubiertos por diversas especies de herbáceas.

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Perfil de un suelo arcilloso, formado por un material grisáceo compacto que presenta abundantes grietas verticales. Imagen: Departamento de Edafología y Química Agrícola de la Universidad de Granada CC BY-NC 4.0

Otro tipo de suelos muy comunes son los denominados arenosos o silíceos. Estos se forman en áreas donde encontramos areniscas, granitos y rocas volcánicas ricas en cuarzo. Son suelos que han sufrido poca maduración con el paso del tiempo, ya que el cuarzo es un mineral muy resistente a la alteración química, pero no a la mecánica. En este caso, nos encontramos con un suelo de colores pardos claros y blanquecinos, más ácido que el carbonatado y con menor capacidad para retener el agua, por lo que predomina la vegetación de zonas áridas, como las sabinas.

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Perfil de un suelo arenoso que conserva en la base algunas de las rocas areniscas que le han dado origen. Imagen: Departamento de Edafología y Química Agrícola de la Universidad de Granada CC BY-NC 4.0

Y voy a terminar con un par de suelos muy curiosos que también abundan por nuestro país. El primero de ellos es el suelo salino, que no sólo lo encontramos en zonas costeras, sino que aparece en áreas continentales interiores muy alejadas del litoral, formados por la alteración de rocas salinas depositadas en el fondo del mar hace millones de años. Gracias a estos suelos crece vegetación típica costera, como los carrizos, en lugares actualmente muy alejados del mar. Y el otro tipo de suelo es el ferruginoso, como el famoso «terra rossa», que se genera a partir de la alteración de minerales de hierro, lo que le aporta unas coloraciones amarillentas, anaranjadas y rojizas (de ahí el nombre de «tierra roja» que os acabo de comentar) y que es el más buscado para plantar vides.

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Perfil de un suelo ferruginoso con un alto contenido en óxidos de hierro de coloración rojiza. Imagen : F. Macías / Departamento de Edafología y Química Agrícola de la Universidad de Granada CC BY-NC 4.0

Como habéis podido intuir, saber un poquito de botánica nos viene muy bien a las geólogas y geólogos para hacernos una idea general del tipo de rocas que nos vamos a encontrar cuando hacemos los trabajos de campo, ya que, además, los cambios en la vegetación nos pueden chivar dónde se encuentran, también, los cambios en el tipo de roca que afloran sobre el terreno. Así se explica que tengamos, por ejemplo, un denso encinar que, de repente, se transforma en un hermoso prado verde: hemos pasado de un depósito de calizas a un afloramiento de margas. Seguro que ahora miráis los cambios naturales en la vegetación con otros ojos, los geológicos.

Agradecimientos:

A mi colega y amiga Jone Mendicia, gracias por darme tanto la idea como las principales pautas para escribir este artículo.

Para saber más:

Departamento de Edafología y Química Agrícola de la Universidad de Granada

Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la EHU

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