El astrónomo Johannes Kepler (1571-1630) escribió en 1611 una carta dirigida a su benefactor y amigo Johannes Matthäus Wackher von Wackhenfels (1550-1619): Strena seu de nive sexángula –De la nieve sexángula–.
Raúl Ibáñez ya habló de este texto en su entrada El rombododecaedro estrellado: arte, abejas y puzzles (primera parte), al comentar la especial simetría de los panales de abeja.
En esta carta, Kepler medita sobre lo que podría ser un ‘regalo digno de un matemático’. La respuesta es tan científica… como poética (extraído de [1]):
“Al ilustre consejero de la corte imperial Don Johannes Matthäus Wackher von Wackhenfels Caballero del Toisón de Oro y titular de otras distinciones, mecenas de literatos y filósofos, mi señor y gran benefactor.
Como yo sé muy bien de qué modo sabes tú apreciar las cosas pequeñas que son casi Nada, y en verdad no lo haces, ni mucho menos, por su valor despreciable sino que, como suele suceder, te entusiasmas con el gracioso movimiento de un pajarito juguetón, digno de admiración. Por esto me resulta en verdad fácil llegar a comprender que tanto más grato te resultará aceptar un regalo, cuanto más se asemeje a la Nada. Porque cualquier cosa que sea, aunque de poco valor, es suficiente para que la acojas con agrado aunque se trate de una fruslería y aun poco duradera, que para la común estimación equivale a Nada.
Pero de este género de cosas minúsculas está llena la Naturaleza y, quizá por esta razón, la mayor parte de ellas resultan muy deleitables y amables.
[…]
Dándole vueltas en mi cabeza a todas estas ideas, un tanto preocupado mientras atravesaba el puente, angustiado y avergonzado por mi falta de atención hacia tu persona, ya que había de presentarme a ti sin llevarte algún regalo, si no fuera porque siempre incurro en el mismo defecto de no ofrecer nunca Nada, pero dándole vueltas en mi cabeza sobre qué cosa estaría más cerca de la Nada, se me iluminó la mente cuando me sucedió esta oportunidad: que fue entre los vapores de las neblinas que recibían la fuerza y el choque del frío, formaron copos de nieve con unos pequeños flecos que por aquí y por allá iban cayendo y posándose sobre mis ropas de vestir y todos eran sexángulos, que con sus filamentos iban formándose radios.
¡¡Vaya…!!, ¡¡por Hércules…!!, pues una de las gotas formó una figura, ciertamente menor, pero que por suerte constituyó un regalo maravilloso y apropiado al caso, por demás para alguien que es un enamorado de la Nada, y muy digna para ser regalada por un matemático que Nada posee, que Nada recibe, porque hasta me venía desde el cielo, con semejanza a las mismas estrellas.
[…]
Pero dejando a un lado lo que esto tiene de anécdota, vengamos ya al fondo de la cuestión. Como esto es algo perpetuo y normal, siempre que comienza a nevar, al caer los primeros copos de nieve, ya se presentan exhibiendo una forma de estrella sexángula; este hecho tiene que obedecer a una causa determinada y concreta.”
Referencias:
[1] Johannes Kepler, De la nieve sexángula, traducción de Vidal González Sánchez, Encasa, 2010 (páginas 77, 81-82 y 83-84)
[2] Ralf Schauerhammer,El copo de nieve de seis ángulos y la geometría pentagonal, Instituto Schiller
[3] Manuel de León, La fascinación de los cristales de nieve, Matemáticas y sus fronteras, Madri+d, 2014
Sobre la autora: Marta Macho Stadler es profesora de Topología en el Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU, y colaboradora asidua en ZTFNews, el blog de la Facultad de Ciencia y Tecnología de esta universidad.
Un regalo digno de un matemático | Matem…
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