Al principio, hasta el Renacimiento, eran las fiebres y, después y a la vez, según el lugar, era la malaria o el paludismo. No tenía cura y las mezclas para aliviar las fiebres, hasta el siglo XVII, eran variadas, extrañas, bárbaras y hasta milagrosas. Entonces llegó de Sudamérica, a través de los jesuitas y del Vaticano, el remedio indígena para las fiebres. Era la corteza del árbol de la quina, los llamados “polvos de los jesuitas” o “polvos de la condesa”, por la intervención que tuvo, quizá, la Condesa de Chinchón, esposa del Virrey del Perú, en su llegada a Europa. Pero la medicina oficial tardó dos siglos en aceptar el remedio americano. Lo habitual entonces era purgar y sangrar al enfermo.
En Inglaterra y hacia 1650, la malaria era una enfermedad endémica en las tierras bajas de sudeste, cerca de Londres. Por esos años llegó a Inglaterra la corteza de la quina. Se publicaron panfletos sobre su eficacia y aparecieron anuncios en los periódicos para su venta. El remedio lo aprobó el Colegio de Médicos pero, cuando enfermó un regidor de Londres, no lo alivió y el paciente murió. Fue un caso muy conocido y supuso un duro golpe para el uso generalizado de la quina.
Por aquellos años, Oliver Cromwell derrocó al rey y se nombró Lord Protector. Era un protestante fanático y cuando, en 1658, enfermó de malaria se negó a tomar la corteza de la quina por considerarlo un remedio papista. Murió en septiembre de ese año.
Pasaron otros diez años y, entonces, de Essex llegaron a Londres noticias extraordinarias sobre la cura de la malaria. Un hombre llamado Robert Talbor o Tabor o Tabord o Talbot, que se movía por las marismas de Essex, vendía una cura infalible para las fiebres, para las “agues”, como las llamaban en Inglaterra.
Había nacido en Ely, al norte de Cambridge, en 1642 y era hijo del archivero del obispo de Ely y nieto del archivero de la Universidad de Cambridge. Pasó por la escuela, fue aprendiz de boticario, de mancebo de farmacia diríamos ahora, y entró de becario en el St. John’s College en 1663, a los 20 años. Su objetivo era ya, a esa edad, estudiar y curar las fiebres. Pero abandonó sus estudios en 1668, sin graduarse, y marchó a las marismas de Essex para vivir, escribió más adelante, “cerca del mar, donde las fiebres eran un mal epidémico”. Su objetivo declarado era aliviar a los enfermos con “agues”.
De pueblo en pueblo, en las marismas de Essex, Talbor prepara y vende su remedio, ensaya y cura y, por fin, encuentra lo que suaviza las fiebres de los enfermos. Pero mantiene la composición en secreto. Solo él la conoce y fabrica el remedio en soledad. En su libro “Pyretologia”, poco más que un panfleto de unas 60 páginas publicado en 1672, describe cómo se administra a los enfermos y revela que, en su composición, entran cuatro plantas y, de ellas, dos son del país y las otras viene de fuera. Y sobre el “polvo de los jesuitas” advierte que “hay que aconsejar a todo el mundo que tenga cuidado con todas las curaciones paliativas y, especialmente, el que se conoce con el nombre de Polvo de los Jesuitas… porque he visto que los efectos más peligrosos siguen a tomar el medicamento sin corregir y no estar preparado… pero es una medicina noble y segura si está preparada con razón y corregida y administrada por mano hábil”. O sea, por su mano, la mano de Robert Talbor. Está protegiendo su posición de curador eficaz y seguro.
No se conoció la fórmula del remedio hasta después de la muerte de Talbor, en 1682, después de viajes, aventuras y curaciones de nuestro buhonero y buen curador de Essex, que voy a relatar a continuación.
Mientras todavía estaba en los pantanos de Essex, Talbor tuvo la oportunidad de curar a un oficial del ejército francés, entonces aliados de Inglaterra en la guerra contra Holanda, que había contraído las fiebres en las marismas holandesas. Según declaró el oficial francés, Talbor le daba su remedio tres veces al día y era “polvo de los jesuitas” disuelto en vino blanco, agua y, a veces, añadía opio.
Poco después llegó el rey de Inglaterra, Carlos II, a Essex en el barco real para visitar a las tropas. El oficial francés se presentó al rey de sus aliados y, entre otras cosas, le contó la historia de su curación de las fiebres por el buhonero Robert Talbor.
El rey le llamó y ordenó a la Royal Society que experimentara con el remedio de Talbor. Los resultados impresionaron a Carlos II que incluyó a Talbor entre los médicos que le atendían y unos años más tarde le nombró caballero. Ya era Sir Robert Talbor. En 1679 el mismo rey contrajo las fiebres y nuestro caballero le curó. A pesar de todo, el Colegio de Médicos de Inglaterra le consideraba un charlatán incompetente.
El rey lo envió a París, con cartas de presentación para el Cardenal Mazarino, a curar de las fiebres a su sobrina María Luisa, y la acompañó a España, hasta Madrid, a su boda con Carlos II de España. Ya había curado al rey de Inglaterra y a la reina de España. Vuelve a París, atiende a La Rochefoucauld, pero no consigue aliviarle y el famoso noble, militar y escritor fallece. Sin embargo, tenía a su favor a la influyente Madame de Sévigné, que escribía y difundía todos sus triunfos.
Alcanzaría el mayor éxito de su carrera cuando curó al Delfín, heredero del trono de Francia y el único hijo varón vivo de Luis XIV. Le atendió en 1680 y mejoró, recayó en las fiebres y volvió a curarle. Durante el proceso de cura, Luis XIV le ordenó que preparara su remedio siempre en su presencia. Se adivina que no se fiaba de nadie.
Un año después regresó a Inglaterra y, poco después, murió en 1681 a los 39 años. Luis XIV había comprado la fórmula de su remedio por un buen precio pero prometió que no se haría pública hasta después de la muerte de Tabor. Por cierto, Luis XIV le pagó 3000 luises de oro y una pensión para toda la vida.
En 1681 se publicó en Paris un panfleto con el título “El conocimiento cierto y la rápida y fácil curación de las fiebres, con particularidades curiosas y útiles del remedio inglés, que ha sido publicado por orden del Rey”. Al año siguiente se publicó la traducción en inglés, con parte del texto escrito por el propio Talbor antes de morir.
Algún cronista anónimo francés que conoció a Talbor escribió que “era muy ignorante, pero tan dedicado a su proyecto que se había trasladado a un distrito insano para ensayar y mejorar su remedio”. Incluso le acusaron de no saber leer y escribir en latín, algo obligatorio para los médicos de la época. Cuando los médicos de la corte de Luis XIV le acusaron de ignorar la causa de las fiebres, Talbor respondió que “no pretendía saber nada de las fiebres excepto que es una enfermedad que todos ustedes no saben curar, y que yo curo infaliblemente”.
El secreto de su remedio, del “remedio inglés” como se le conocía, era la repetición de las dosis, tal como relató el oficial francés curado en Essex, y, además, no purgaba ni sangraba a sus pacientes, según el tratamiento de los médicos de entonces, que conseguía debilitar todavía más a los enfermos. En su composición estaba la corteza de quina, molida hasta conseguir un polvo muy fino, disuelto en vino blanco y aromatizado con hierbas y flores como pétalos de rosas rojas, zumo de limón, genciana, serpentaria, perifollo, perejil, anís, ajenjo,…, aunque cambiaba la composición cuando lo consideraba oportuno sin dar razones para ello. Lo esencial eran los polvos de la quina y el vino y el resto era para mejorar el sabor, muy amargo, y facilitar la toma de las dosis por el enfermo.
Y, para terminar, Talbor era también un buen negociante pues, en Francia, y con el dinero que obtenía de Luis XIV compró toda la corteza de quina que encontró. Quería conseguir el monopolio de su “remedio inglés” pero, a al vez, Luis XIV, que ya tenía la fórmula del remedio, hacía lo mismo pero, claro está, a nivel de un gobierno poderoso. Incluso desapareció un barco español que venía de Sudamérica cargado por completo de corteza y, no está claro cómo ocurrió, pero esa quina apareció en los almacenes del rey. Entre Talbor y Luis XIV, consiguieron que el precio de la corteza se multiplicara hasta extremos escandalosos y, en muchos años, solo la podían adquirir nobles y aristócratas y, sobre todo, personas de gran fortuna.
Y esta es la historia de Robert Talbor, buhonero, charlatán, curador y caballero, que hizo fortuna curando las fiebres y que difundió por Europa el uso de la corteza de la quina para aliviar la malaria.
Referencias:
Dobson, M.J. 1998. Bitter-sweet solutions for malaria: exploring natural remedies from the past. Parassitologia 40: 69-81.
Dock, G. 1922. Robert Talbor, Madame de Sévigné, and the introduction of Cinchona. An apisode illustrating the influence of women in medicine. Annals of Medical History 4: 241-247.
Keeble, T.W. 1997. A cure for the ague: the contribution of Robert Talbor (1642-1681). Journal of the Royal Society of Medicine 90: 285-290.
Siegel, R.E. & F.N.L. Poynter. 1962. Robert Talbor, Charles II, and Cinchona. A contemporary document. Medical History 6: 82-85.
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
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