Explicaciones hay, y las ha habido siempre; para cada problema humano hay siempre una solución bien conocida, elegante, plausible y equivocada. H. L. Mencken
La mente humana es una máquina maravillosa que está poseída por un insaciable deseo de conocer, de satisfacer su curiosidad, pero como todos los sistemas biológicos tiene sus defectos. Y uno de ellos es particularmente perverso: la vagancia. La mente humana quiere saber, pero el cerebro tiene un infinito anhelo de trabajar lo menos posible. Por eso siempre prefiere una explicación sencilla a una compleja; un razonamiento simple a uno más alambicado, una historia directa y sin demasiados condicionales que otra repleta de apartes, casos particulares y rincones que necesitan explicaciones complementarias. No hablamos aquí de la llamada Navaja de Ockham, un principio metodológico razonable, sino del simple problema de la pereza que hace que los seres vivos prefieran el camino con menos cuestas. Y eso, para la ciencia, es un problema, porque resulta que nuestro Universo es complejo, sutil, a veces contradictorio y siempre anti-intuitivo. Comprender el cosmos es siempre cuesta arriba.
Por eso la respuesta a casi cualquier pregunta realmente interesante se puede resumir igual que esas tortuosas relaciones personales se etiquetan en Facebook: Es Complicado.
Pongamos un ejemplo relacionado con la actualidad. El pasado domingo 4 de junio de 2017 la periodista Rosa Montero publicó en la revista El País Semanal un artículo sobre intolerancias alimenticias, transgénicos, el poder de la industria farmacéutica y la demonización de la homeopatía. No se trata de desmontar sus numerosos, variados y profundos errores; otros ya lo han hecho, con brillantez. Lo que se pretende aquí es subrayar hasta qué punto este tipo de argumentos revelan el daño que hace el afán de simplicidad enfrentado a la complejidad del conocimiento científico. Porque puramente por casualidad y coincidiendo con el artículo citado la revista The Scientist publicó un amplio repaso de lo que la ciencia conoce ahora mismo sobre la celiaquía, las intolerancias alimentarias no celiacas, su prevalencia, causas y posibles orígenes, además de potenciales avenidas de tratamiento. A diferencia de la elegante, plausible y equivocada explicación defendida por Rosa Montero lo que conocemos es mucho más complejo.
La prevalencia de estas enfermedades está aumentando, es cierto, y no sabemos por qué; pero no se debe a transgénicos (que no están en nuestros campos de cultivo) y mucho menos a que la labor del gran Norman Borlaug y la Revolución Verde crearan nuevos tipos de trigo con un gluten distinto, cosa que no hizo. Sabemos que la verdadera intolerancia celiaca se comporta como una enfermedad autoinmune, creando respuesta de nuestras defensas no sólo contra algunas de las proteínas del gluten, sino sobre células propias del cuerpo. Hay un componente genético, pero resulta que casi el 40% de la población lleva variantes génicas relacionadas con la enfermedad y sólo entre el 1 y el 3% del total la desarrollan, y aún no conocemos el agente detonante que podría ser cualquier cosa en nuestro medio ambiente, tal vez la más insospechada. Existen, además, intolerancias a los cereales que no están relacionadas con el gluten, pero que pueden interactuar modificando el curso de la enfermedad.
Los síntomas abdominales son los más típicos y pueden dañar el intestino, pero ahora están apareciendo otros de síntomas en adultos (osteoporosis, anemia) cuya conexión no conocemos. Sabemos que la composición del microbioma intestinal es diferente en los celiacos, pero no sabemos de qué manera afecta a la enfermedad; aunque resulta que al menos parte del aumento del número de casos podría deberse a nuestra exitosa lucha contra las úlceras de estómago, porque la presencia de Helicobacter pylori (la bacteria que causa muchas de ellas) coincide con menos celiaquía. Y sabemos que en algunas circunstancias la infección deliberada con parásitos, como lombrices intestinales, alivia a algunos enfermos, pero no sabemos cómo ni por qué. Hay pocas certezas y muchos factores en juego. En otras palabras: es complicado.
Sería mucho más sencillo, comprensible y satisfactorio tener un único enemigo contra el que poder luchar. Sería mucho más heroico que ese enemigo tuviese defensores poderosos para así luchar hasta derrotarlos en defensa de la verdad. Sería mucho más elegante y plausible que las cosas tuviesen una explicación sencilla. Pero la realidad no es así. En ciencia muchos fenómenos surgen de la interacción de múltiples factores, lo que complica entenderlos. Por eso uno de los principios metodológicos básicos es el reduccionismo: controlar los factores que participan en un sistema complejo y modificarlos de uno en uno, de modo controlado y sistemático, para detectar cuáles influyen y de qué manera afecta cada uno. Cuando se trata de objetos o seres vivos es fácil realizar este tipo de investigación en un laboratorio. Pero cuando se trata de seres humanos no se pueden hacer experimentos, así que hay que usar los grandes números, las estadísticas y la historia para intentar conseguir los datos. Esto obliga a tratar con múltiples factores y a usar sofisticados métodos de análisis para separar sus efectos. El proceso no es simple y puede conducir a errores que luego hay que corregir, pero es el único disponible.
Esto exige años de estudio, décadas de dedicación, grandes presupuestos, captación de datos a gran escala, y también personas que dedican su carrera y deben vivir con la posibilidad, siempre presente, de que el trabajo de su vida resulte ser uno de esos errores que se descartan en los pies de página de los libros de ciencia. Exige mucho trabajo mental sin ninguna garantía de que el resultado final sea positivo y con la certeza de que, aun siéndolo, la explicación nunca será elegante y sencilla sino retorcida, compleja, llena de excepciones y sutilezas difíciles de entender. La práctica de la ciencia a veces genera la sensación de estar golpeándote la cabeza contra la pared, de estar desperdiciando tu vida dedicándote a pensar con feroz intensidad en resolver un problema que no se puede resolver. Y hacerlo antes de que los chinos, o los estadounidenses, lo consigan antes que tú.
Cuánto más fácil es buscar un culpable, un enemigo malvado, plausible y que explique todo y enfocar en la ira sobre esa imagen, sobre todo cuando lo que se quiere es la explicación de un sufrimiento humano real; cuánto más satisfactorio sentirse seguro y lleno de justicia con una explicación simple y un enemigo claro en lugar de frustrado, inseguro e incluso ignorante. La ciencia no ofrece respuestas sencillas, ni morales, ni justas: busca respuestas reales. El cerebro a veces prefiere ahorrarse el trabajo y las dudas, y es comprensible: siempre es más fácil remar a favor que en contra de la corriente. Pero aunque cueste más trabajo hay que ir donde está la verdad; por eso merece la pena. Aunque sea complicado.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.
Abraham
Curiosamente, ese apelar a la tendencia a la demonización, a la pereza del cerebro, a la promiscuidad de lo fácil… también es una solución «elegante, plausible y «presumiblemente» equivocada».
Precisamente por lo bien que, en este artículo, ha quedado expuesto lo complejo y fragmentario de la investigación científica, merece la pena matizar esto.
Apelar a las complejidades lógicas de las «explicaciones» es señalar a las leyes del «discurso», algo que no investiga ni la biología, ni siquiera la neurología. Cómo la percepción genera en cognición y cómo esta desemboca en un discurso, y cómo los discursos afectan de vuelta a la cognición e incluso a la percepción, por mucho que lleve tiempo estudiado, lejos está (creo) de haber quedado comprendido satisfactoriamente. La divulgación recurre a metáforas como «camino con menos cuestas» y acaba perdiéndose en sus propias alegorías.
«Muchos fenómenos surgen de la interacción de múltiples factores, lo que complica entenderlos». En el éxito o predominio de opiniones poco fundamentadas también concurren diversos factores: neurología, psicología, semiología, semántica, probabilidad, gramática, historia, geografía, moda, azar, medios de comunicación, economía, política, religión, medicina, discurso moral… En unos ámbitos es más facil que en otros ser rigurosos y científicos en nuestro estudio.
Los mecanismos de opinión son complejos y descorazonadoramente difíciles de comprender y explicar.
Me uno, pues al recordatorio de complejidad y a la apelación de paciencia, también con nuestros propios usos del lenguaje.