Desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII se produjeron clasificaciones de minerales y rocas una tras otra. Entre las más importantes cabe mencionar la del ingeniero de minas y alquimista alemán Georg Pawer (también Bauer), más conocido como Agricola, la del químico sueco Johan G. Wallerius (considerado el padre de la química agrícola, por cierto) o la del geólogo alemán Abraham Gottlob Werner (otro padre, en este caso del neptunismo, algo de lo que nos ocuparemos más adelante).
Todas estas clasificaciones tenían un trasfondo alquímico y todas tenían en común la clasificación general en cuatro grupos en función de sus “químicas”, más concretamente en su relación con el calor y los fluidos: tierras, metales, sales y combustibles. Así, las tierras resistían el calor y el agua, los metales se volvían fluidos al calentarse, las sales se disolvían en los fluidos y los combustibles (como el carbón, por ejemplo) generaban calor al arder.
Como la química era la base de la clasificación de las rocas y minerales, los aprendices y estudiantes pasaban más tiempo en talleres, fundiciones, gabinetes y laboratorios trabajando con sustancias y aparataje químicos que sobre el terreno.
Después de siglos de clasificaciones minerales, Werner sería el primero en expresar la frustración que producía el estudio de minerales y rocas desde el punto de vista científico a principios del siglo XIX, concluyendo que no existían y, por tanto, no podían encontrarse, principios teóricos consistentes para la clasificación de los minerales. Una consecuencia de este convencimiento es que Werner empieza a dar instrucciones a sus estudiantes de clasificar las rocas en función del tiempo de su formación (lo que se enmarca en lo que se conoce como estratigrafía, que también veremos más avanzada la serie) y los minerales aparte de la clasificación general se asocian al tipo y antigüedad de las rocas en las que aparecen, algo que estrá relacionado con el origen mismo de esas rocas.
La creciente industrialización junto a la aparición de estados nacionales ilustrados lleva a que los gobiernos comiencen a contratar inspectores de minas, especialistas en sondeos mineros y mineralogistas para que estudien el territorio nacional concienzudamente en busca de riquezas y recursos. Los mineralogistas abandonan sus cubículos para convertirse en montañeros, espeleólogos y mineros.
En la segunda mitad del siglo XVIII, estos mineralogistas de aire libre, entre ellos, Lazzaro Moro y Giovanni Arduino en Italia, Johann Lehmann en Alemania o Guillaume-François Rouelle en Francia, encuentran conveniente clasificar las rocas en dos tipos fundamentales: primarias y secundarias.
Las rocas primarias eran duras, a menudo cristalinas, y la matriz en la que se encontraban los metales y minerales preciosos; constituían el núcleo de las cadenas montañosas.
Las rocas secundarias eran relativamente blandas y granulares, a menudo formaban capas o estratos en las laderas de las montañas cuyos núcleos eran las rocas primarias. A menudo, las rocas secundarias contenían fósiles, que ya entonces los mineralogistas consideraban restos endurecidos de animales y plantas.
Esta clasificación tenía que ver con la cosmogonía: el estudio del desarrollo del planeta.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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