La cultura no protege de la selección natural

La naturaleza humana

Todavía hay quien piensa que, en cierto modo, la cultura o la tecnología nos protege de determinadas presiones selectivas. La ropa nos protege del frío, la medicina de las enfermedades, la agricultura del hambre, etc. Desde ese punto de vista, la cultura humana estaría actuando contra la selección natural que es, como es bien sabido, el principal motor de la evolución de las especies.

Sin embargo, la cultura ejerce un papel muy diferente en la evolución humana. Dado que la cultura puede definirse, de forma amplia, como cualquier comportamiento aprendido, si alguno de esos comportamientos aprendidos se convierte, por las razones que fuese, en un factor selectivo, tendríamos que concluir que incide en la evolución de la especie humana, no sólo porque neutraliza ciertas presiones selectivas, sino también porque genera otras. Kevin N. Laland (St. Andrews, RU), John Odling-Smee (Oxford, RU) y Sean Myles (Cornell, EEUU y Acadia, Canadá), entre otros, desarrollaron esa noción de forma brillante en un artículo publicado hace unos años y que se ha convertido ya en un clásico. Laland, Odling-Smee y Myles hicieron referencia a dos aproximaciones diferentes a la interacción entre cultura y selección natural. Una es la conocida como hipótesis de la construcción del nicho, según la cual los organismos tienen una cierta capacidad para, modificando las condiciones físicas del entorno, incidir en la selección natural; actuarían de esa forma como codirectores de su propia evolución y de la de otras especies.

Y la otra aproximación es la de la coevolución genético-cultural, para la que los estudios antropológicos han proporcionado cierto respaldo. Los genetistas son capaces de identificar los genes que se encuentran sometidos a mayor presión selectiva en la actualidad. Calculan que son unos 2.000 genes (el 10%) los que muestran alguna evidencia de estar sometidos a presión selectiva, y el periodo de tiempo durante el que se viene ejerciendo esa presión es de entre 10.000 y 20.000 años. Muchos de esos genes se encuentran bajo presión “convencional”, como pueden ser los responsables de codificar el sistema inmune, o como los responsables del color de la piel, relacionada, quizás, con el clima y la geografía.

De entre los casos en los que una práctica cultural ha afectado al genoma, el ejemplo mejor conocido es el de la ganadería para producción de leche y el gen de la lactasa. La mayor parte de los individuos de nuestra especie “apaga” el gen de la lactasa poco tiempo después de ser destetados, pero los europeos del norte, que descienden de un grupo de pastores de ganado de hace unos 7.000 años, mantienen el gen “encendido” durante toda la vida. Gracias a ello, pueden consumir leche, ya que la lactasa es el enzima que digiere la lactosa, el azúcar de la leche. Sin ese enzima no se puede digerir y ello causa problemas digestivos que pueden llegar a ser muy severos. Pero resulta que la tolerancia a la lactosa no sólo ha aparecido en europeos del norte; en tres pueblos africanos de pastores también se ha producido y lo más curioso es que la mutación que lo permite es diferente en cada uno de los cuatro casos. La ventaja derivada de esa mutación debió de ser muy importante, ya que se ha extendido de forma considerable en un tiempo relativamente breve.

Además del de la lactasa, hay otros genes que están siendo afectados por cambios en la dieta y en el metabolismo. Se trata de comportamientos culturales que, muy probablemente, reflejan el gran cambio que se produjo hace 10.000 años en la dieta humana durante la transición al Neolítico y la aparición de la agricultura y la ganadería. Las gentes que viven en sociedades agrarias consumen más almidón y tienen copias extra del gen que codifica la síntesis de la amilasa (la enzima que digiere el almidón) que quienes dependen más de la caza o de la pesca.

Muchos genes relacionados con el gusto y el olfato también dan muestras de estar sometidos a fuerte presión selectiva, lo que quizás refleja un cambio de dieta de gran importancia. Y finalmente, también los genes que afectan al crecimiento óseo se encuentran sometidos a presión, debido seguramente a la pérdida de peso que ha experimentado el esqueleto humano al pasar de la vida nómada a la vida sedentaria.

Referencia:

Kevin N. Laland, John Odling-Smee y Sean Myles (2010): “How culture shaped the human genome: bringing genetics and the human sciences together”, Nature Reviews Genetics 11: 137-148 doi: 10.1038/nrg2734

Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

3 comentarios

  • Avatar de Masgüel

    Si, pero no solo. Estoy muy de acuerdo con todo lo que se dice en esta entrada, pero cabe matizar:

    «Dado que la cultura puede definirse, de forma amplia, como cualquier comportamiento aprendido, si alguno de esos comportamientos aprendidos se convierte, por las razones que fuese, en un factor selectivo, tendríamos que concluir que incide en la evolución de la especie humana»

    Señalar los procesos de construcción de nicho y de coevolución gen-cultura es una corrección necesaria a la interpretación reduccionista y unidireccional de la evolución. Como bien dices «los organismos (…) actuarían de esa forma como codirectores de su propia evolución y de la de otras especies». La corrección, sin embargo, se queda corta.

    Es importante comprender que la mayor parte de los comportamientos aprendidos no necesitan ni conducen a procesos de asimilación genética. No por ello dejan de ser muy a menudo factores selectivos de individuos y grupos. Y aunque Laland, siendo uno de los autores que mejor han tratado el tema de la evolución cultural, como indica M. Pigliucci, tampoco ofrece una teoría satisfactoria, me refiero a otra cosa. El factor más importante de la evolución humana, dice Ignacio Martinez Mendizabal, es la transferencia de necesidades biológicas a tecnología. Y no solo las adaptaciones extrasomáticas que estudia como paleoantropólogo. También a tecnologías que no fosilizan, como los idiomas. La cultura (discutí con Pablo Malo aquí y aquí), no es una capa de barniz que decora la naturaleza humana. Nuestra naturaleza es cultural y la evolución de las culturas es la evolución de nuestra especie, tanto si los genes acompañan, como si no.

    Disculpa el ladrillo.

  • Avatar de Juan Ignacio Pérez

    Gracias por el comentario.
    Me temo que en esta anotación, como en todas las de esta sección, me he limitado a resumir (demasiado, quizás) un artículo que creo importante. No hay ni una sola idea propia en la anotación (creo).
    Me ha interesado el apunte.

  • Avatar de Néstor

    Una acotación. Para que haya selección tiene que haber cambios consistentes de las frecuencias alelicas a lo largo de las generaciones. El mecanismo mejor comprendido es la supervivencia y el éxito reproductivo diferencial de los individuos portadores de variantes ventajosas. Esto es así en el ser humano moderno? Los individuos portadores de determinados alelos viven más y tienen más hijos que los demás? O la supervivencia y la cantidad de hijos depende de factores culturales como nivel socioeconómico, acceso a servicios de salud, país de residencia, religión u otros? No lo veo claro y de ahí mí pregunta…

    • Avatar de Cultura Cientifica

      Gracias por el comentario, Néstor.
      La cuestión que planteas es muy pertinente. En los seres humanos contemporáneos hay una relación inversa entre crecimiento poblacional y nivel de desarrollo. Parece ser un fenómeno cultural, por lo que no tendría base biológica. A mí me convence la hipótesis de que ese fenómeno es una manifestación de evolución cultural, aunque según muchos autores se trata de un efecto económico directo.
      En todo caso, en los últimos siglos sí parece haber habido evolución por selección natural. Mira: https://culturacientifica.com/2018/09/27/seleccion-natural-en-poblaciones-humanas-actuales/

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