Los principios de la estratigrafía, el estudio de los estratos (capas de rocas sedimentarias) de la corteza terrestre, y la geocronología, nombrar y describir (aunque, paradójicamnete, no necesariamente datar) los periodos de la historia de la Tierra, se establecieron muy rápidamente entre 1810 y 1840. Durante el siglo siguiente los estratígrafos completaron los detalles de la llamada columna estratigráfica con cada vez más precisión. El resultado de estas investigaciones fue de gran provecho para la minería, primero, y entre 1920 y 1940 especialmente, para la industria petrolera.
Aunque la estratigrafía floreció en la primera mitad del siglo XIX sus raíces están en el siglo XVII. Niels Stensen (Steno) en su De solido intra solidum naturaliter contento dissertationis prodromus (1669) estudiaba los cuerpos que componen la Tierra especialmente fósiles, cristales y estratos. Llegaba a la conclusión de que en los estratos inalterados los más antiguos se corresponden con los que están abajo y los más modernos con los que están arriba. Esta era una primera versión de lo que después sería el primero de los tres principios de la estratigrafía, el principio de superposición.
El segundo, el principio de regularidad litológica, esto es, que los tipos de rocas (la litología) aparecen habitualmente en una secuencia predecible, se estableció a partir del trabajo de loa mineralogistas alemanes, británicos, italianos, franceses y rusos del siglo XVIII. Independientemente unos de otros llegaron al convencimiento de que los estratos aparecen en el mismo orden en todas partes. A pequeña escala sabían que en una zona minera, por ejemplo, encontrarían las mismas rocas en la misma secuencia en pozos adyacentes. A gran escala pensaban que, en todo el planeta, las rocas podían clasificarse en tres grupos principales que representaban una secuencia temporal: las rocas primarias, duras y a menudo cristalinas; las secundarias, más blandas, en capas y a menudo con fósiles; y las terciarias, las más superficiales y blandas.
Desafortunadamente el principio de superposición fallaba cuando los estratos se habían visto alterados después de su formación, y el de regularidad litológica se venía abajo en cuanto la misma litología aparecía más de una vez en la misma secuencia.
En la segunda década del siglo XIX el principio de la correlación, que los fósiles pueden usarse para identificar y correlacionar estratos, había quedado establecido. Durante el siglo y medio siguiente la paleontología no fue más que una herramienta de la estratigrafía.
Armados con estos tres principios (después vendrían más) los geólogos y mineralogistas establecieron, entre 1820 y 1840, los nombres de la mayor parte de la columna estratigráfica, un logro que se ha mantenido prácticamente inalterado hasta nuestros días. Sin embargo, en la práctica, su consecución implicó una discusión tras otra (alguna muy acalorada) acerca de cada problema de la secuencia.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
La columna estratigráfica | Hacia una Cultura Científica
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