La Epopeya de Gilgamesh también ponía de manifiesto la creencia en que un destino anónimo, impersonal y misterioso, abarcaba todos los ámbitos de la vida. Cada persona tenía un destino, pero su conocimiento estaba limitado por el hecho de que todo lo que se podía entender de la vida y la naturaleza provenía bien de vagas y esporádicas insinuaciones proporcionadas por los dioses, o era inherente al propio orden de las cosas. El destino ataba a los mismos dioses, que tenían más conocimiento que los humanos sobre el curso predestinado de la existencia, pero tenían tan poco poder para alterarlo como la propia humanidad. Los humanos podían persuadir a los dioses para que actuasen a su favor en diversos asuntos; pero si un suceso estaba predestinado a ocurrir, nada, ni los mismos dioses, podía cambiarlo.
No es de extrañar, pues, que los mesopotámicos y otros pueblos del antiguo Oriente Próximo miraran a lo divino y al universo con una mezcla de asombro y temor. La piedad religiosa fue una consecuencia, otro fue la curiosidad y la búsqueda del conocimiento. Los sumerios más curiosos encontraron pistas en el funcionamiento regular de los fenómenos naturales.
Pero el destino tenía sus propias leyes internas inherentes que cautivaban y desconcertaban a la vez. Y todos sabemos que no hay nada que le guste más a un científico que un rompecabezas. El destino parecía menos desconcertante una vez que los sumerios se dieron cuenta de que la naturaleza daba indicios de eventos futuros. Los dioses, como los humanos, también conocían el futuro aunque no pudieran cambiarlo. Con objeto de obtener una mejor visión del futuro era necesario combinar ambas fuentes de conocimiento: un objetivo de los ritos religiosos era apelar a los dioses para que les guiaran en cuanto al curso de los acontecimientos futuros.
Los primeros científicos, adivinos, augures, astrólogos, pronosticadores o, en general como Homero se refirió a ellos repetidamente en la Ilíada, los «versados en el vuelo de los pájaros», examinaron los fenómenos naturales en busca de pistas sobre la manera en que sucedían las cosas. La tarea de los astrólogos sumerios y babilónicos era estudiar sistemáticamente el cielo, registrando meticulosamente por la noche los ciclos de la luna y los movimientos de los planetas y durante el día la posición en cambio permanente del sol, buscando presagios que indicasen el futuro de la naturaleza y de los humanos. Las tormentas eléctricas, los terremotos, las inundaciones, las sequías, las epidemias, las guerras, las muertes súbitas, las cosas extrañas que ocurrían por azar e incluso un error al hablar, un lapsus linguae, tenían un significado oculto para los profetas y videntes.
La cosmovisión del astrólogo y el adivino, esto es, que se puede anticipar y tomar medidas para afrontar lo que está por venir, no es muy diferente de la cosmovisión de una persona de ciencia, que al observar la naturaleza puede comprender los fenómenos naturales, lo que permite estar mejor preparado para lo que vendrá. Los antiguos sumerios de los valles de los ríos Tigris y Éufrates fueron los primeros científicos en la historia mundial porque fueron los primeros en dar este salto intelectual de la cosmovisión puramente supersticiosa a una con un importante componente científico.
Los primeros relatos científicos estaban necesariamente vinculados a historias míticas. Así, una historia identifica a un hortelano llamado Shukallituda cuyas cosechas eran destruidas repetidamente por el calor y el viento. Oró al cielo pidiendo ayuda y la recibió en forma de una nueva idea, decidió plantar su huerto a la sombra de árboles frondosos a ver qué pasaba. La idea funcionó: la sombra ayudó a las verduras a sobrevivir en el clima cálido. Shukallituda identificó un problema, concibió una solución hipotética, la probó y logró un resultado deseable que podría repetirse en otros lugares.
Otras tablillas de arcilla con escritura cuneiforme que sobreviven en Irak indican que, hace cuatro mil años, los agricultores sumerios tenían un enfoque empírico de la agricultura y usaban almanaques para registrar datos y dar consejos. El babilónico Código de Hammurabi ya incluye el uso en Mesopotamia del shaduf o, más castellano, cigoñal (un ingenioso uso de la ley de la palanca) para el riego, que luego se extendería por todo el Mediterráneo, especialmente Egipto.
Los sumerios del tercer milenio a.e.c. también recolectaron hierbas y sustancias que creían que ayudan en la curación del cuerpo, y en un momento alguien registró estos datos en una tablilla de arcilla, en la que describe qué medicamento tomar para qué enfermedad. No registra los resultados, y es más un manual que un texto de observaciones clínicas. Estas personas dedicadas a la sanación usaban sal y nitrato de sodio, aceites de plantas e infusiones hechas a partir de mirto o tomillo. Algunos medicamentos eran ungüentos que se usaban externamente. Otros era necesario ingerirlos, habitualmente ayudándose con cerveza que, por su contenido alcohólico era mucho más higiénica que el agua disponible en muchos casos. Esta logro de preparar una materia médica fue notable porque en la tablilla no aparece ningún hechizo mágico o encantamiento para reforzar los efectos de la medicina. El enfoque científico de la persona que la elaboró se muestra en el uso físico de varios productos para lograr un resultado puramente físico, la curación del cuerpo humano.
Los mesopotámicos hicieron también algunos descubrimientos notables ciencias físicas y matemáticas. Los químicos sumerios descubrieron una técnica para fundir cobre y estaño para producir bronce, que revolucionó el uso de herramientas en la paz y en la guerra. La gente de Sumeria también desarrolló un sistema aritmético sexagesimal que se convirtió en la base del modo más antiguo de marcar el paso del tiempo diario: sesenta segundos es un minuto, sesenta minutos es una hora. El interés inicial en la astrología se convirtió en un interés más práctico en la astronomía: los mesopotámicos se volvieron expertos en seguir el movimiento de los planetas, identificar las constelaciones del cielo nocturno y predecir las fases de la luna. Las observaciones astronómicas permitieron a los babilonios construir calendarios lunares increíblemente precisos.
Los antiguos mesopotámicos desarrollaron las primeras explicaciones de los orígenes y la composición de la tierra, los dioses y la humanidad. No las expresaron en lo que hoy llamaríamos un lenguaje descriptivo, científico, sino como mitos. Los sumerios fueron los primeros en construir embarcaciones capaces de navegar por los mares, y sus ideas se extendieron a Egipto, India, al Mediterráneo en su conjunto y al Egeo en particular.
La ciencia mesopotámica tuvo un claro impacto en el desarrollo de la ciencia griega durante el primer milenio antes de nuestra era. Los mesopotámicos anticiparon los teoremas matemáticos de Pitágoras y Euclides. La astronomía y las matemáticas babilónicas influyeron en Tales, el primer científico griego notable. Su idea de que el elemento primordial es el agua se deriva de los sumerios del milenio anterior. Las culturas antiguas adoptaron el sistema mesopotámico de medir el tiempo y calcular del calendario anual. La astronomía y la astrología mesopotámicas llegaron a ser representadas por los caldeos y los magos del antiguo Oriente Próximo.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance