La piel es un órgano

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Foto: Nsey Benajah / Unsplash

La piel es la frontera. Aísla el organismo del mundo exterior. De esa manera facilita que ciertas características internas –estado de hidratación, concentración de sales y temperatura, fundamentalmente– apenas varíen. La piel nos defiende; es la primera barrera que se opone a la entrada de patógenos en nuestro interior. Al contar con buen número y variedad de receptores sensoriales –de presión, dolor, temperatura–, es también fuente importante de información externa. Y tiene encomendadas algunas tareas más.

Representa del orden del 10% de la masa corporal, por lo que es el órgano más pesado. Su grosor varía desde los 0,5 a los 4 o 5 mm. Es también, con una superficie de 1,8 m2, el más extenso que tenemos. Aunque esa no es la mayor área superficial que un órgano humano expone al medio externo; la superficie interna de los alveolos pulmonares es enorme: cada pulmón tiene una superficie alveolar agregada de 70 m2, la de un apartamento grande o un piso pequeño.

En contraste con la gran mayoría de especies de mamíferos y con todos los primates, la piel humana está, casi en su totalidad, desprovista de pelaje. No se puede decir que carezca de vello, porque en realidad, tiene una densidad equivalente a la de los simios antropoides, como chimpancés o gorilas, pero nuestro pelo corporal es mucho más fino y más corto, hasta el punto de que muchos individuos parecen carecer de él. Las excepciones son el de la cabeza, que probablemente nos protege de golpes, calor y quemaduras solares, y el de axilas y pubis, cuyas funciones están seguramente relacionadas con la señalización de la madurez sexual.

Además de la aparente ausencia de vello, la otra característica distintiva de la piel humana es la capacidad para producir sudor. Tenemos dos tipos de glándulas sudoríparas, ecrinas y apocrinas. Estas segundas se limitan, principalmente, a las axilas, las areolas, el área perineal, las orejas y los párpados. No se abren directamente a la superficie de la epidermis, sino que lo hacen al canal de los folículos pilosos. Empiezan a producir sudor tras la pubertad y su actividad es máxima en momentos de estrés o de excitación sexual. Las glándulas sudoríparas ecrinas se distribuyen por gran parte del cuerpo y son responsables de secretar el sudor acuoso y salobre que se produce de forma más abundante, normalmente en respuesta a una temperatura corporal demasiado alta.

Tenemos entre 2 y 4 millones de glándulas sudoríparas ecrinas, tanto en la piel desnuda (palmas de las manos y plantas de los pies), como en la vellosa. En las palmas de las manos y las plantas de los pies hay entre 250 y 550 glándulas/cm2. La densidad propia de las zonas vellosas es 2 a 5 veces menor, pero como abarcan una superficie muy superior, pueden producir grandes volúmenes de sudor. En reposo y sin que nos demos cuenta, eliminamos 500 ml de sudor al día; la llamamos sudoración insensible. La máxima de un adulto puede consistir en una producción de 2 a 4 –aunque algunas fuentes reducen esas cifras a un intervalo de 0,7 a 1,5– litros por hora, o de 10 a 14 litros por día, pero es menor en los niños antes de la pubertad.

La humanidad “civilizada” le ha declarado la guerra al sudor. Dedicamos muchos recursos a eliminarlo. Pero casi nada en un organismo es ocioso. Olores corporales al margen –que también han cumplido su función–, la evaporación de un gramo de sudor extrae de nuestro cuerpo cerca de 600 calorías. Recuerde esto en medio de una ola de calor.

Para saber más:

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Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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