¿Acaso no vuelan todos los encantos
Al mero toque de la fría filosofía?
Una vez hubo en el cielo un arcoíris tremendo;
Conocemos su trama, su textura; está indicada
En el insulso catálogo de las cosas comunes.
La filosofía cercenará las alas de un Ángel,
Conquistará todos los misterios con la regla y la línea,
Vaciará el aire de fantasmas, y la mina de gnomos,
Destejerá un arcoíris, como antes hizo
que la tierna Lamia se fundiera en sombra.John Keats, “Lamia”, 18201
Estos son, probablemente, algunos de los versos más famosos que se han escrito sobre ciencia, y por desgracia no dan una valoración demasiado positiva. Fueron escritos por John Keats en 1819. Se trata de una digresión en un largo poema que cuenta cómo Hermes libera a Lamia y la transforma en una hermosa mujer. En su banquete de bodas, Lamia es descubierta por el filósofo Apolonio, el hechizo se rompe y ella regresa a su forma original de serpiente. En este fragmento, sin embargo, la cosa no va sobre mitología. Keats se detiene para criticar de manera no tan velada la teoría óptica de Newton, a quien culpaba de haber “destruido la poesía del arco iris, reduciéndola a los colores de un prisma”2. Debía de tenerle bastante tierra al físico inglés porque también se cuenta que, durante una cena navideña y en compañía de otros escritores y amigos, propuso un brindis3 “¡a la salud de Newton y confusión a las matemáticas!”.
Desgraciadamente, no era el único en pensar de forma parecida. La todavía reciente revolución científica había cambiado la forma en que la gente pensaba sobre el mundo y buscaba conocimiento, y muchos pensadores románticos culpaban a la ciencia, simbolizada por el estudio de la óptica de Newton, de destruir la magia del mundo natural.
No era una crítica unánime, ni falta de matices, por supuesto. Algunos poetas elogiaron a la ciencia. Y algunos científicos del siglo XIX, como Alexander von Humbold, se convirtieron en verdaderos símbolos de su época. El célebre naturalista prusiano fue íntimo amigo de Goethe y se codeó con los artistas más célebres de su tiempo. Sus libros de viajes, su imaginación y su manera holística y multidisciplinar de entender la naturaleza resonaron profundamente con los valores estéticos del Romanticismo4.
Pero es cierto que las ideas de otros científicos, sobre todo en ciertas ramas de la física y las matemáticas, no gozaron de tanta popularidad. En general, los Románticos rechazaban el énfasis en la racionalidad pura que había traído consigo la Ilustración. Acusaba a la ciencia de reduccionismo, de querer explicar el mundo como una suma de átomos, de presentar la naturaleza como un autómata frío y manipulable, sin tener en cuenta las emociones humanas. La ciencia, bajo el legado estético de Newton, era para ellos una máquina apisonadora y sin alma. Los científicos, escribas miopes incapaces de ver más allá de su especialidad, les parecían estatuas de cemento, sin imaginación ni sentimientos, que buscaban maquinalmente la verdad.
En fin, está claro que Romanticismo tuvo sus más y sus menos5. Probablemente, la opinión de unos cuantos poetas de hace doscientos años no tendría la menor importancia, si no fuera porque gran parte de los valores estéticos que compartimos en la actualidad, provienen precisamente de esa época. La forma en la que pensamos y valoramos el Arte se forjó precisamente en el Romanticismo6. Muchas de las ideas que compartimos sobre la ciencia, y la imagen popular de cómo son los científicos, también.
Fueron, en parte, poemas como el de John Keats los que nos contaron que la Física y las Matemáticas son disciplinas frías, ajenas a lo estético, vacías de emoción o imaginación. Personalmente, pasé por la adolescencia convencida de que no había en el mundo nada más gris, mecánico y poco creativo que mover números de ecuación en ecuación. Probablemente, el método de aprendizaje tampoco ayudó, está claro. Pero más allá de eso, sospecho que el estereotipo de científico, tal como nos lo pintaron los poetas del Romanticismo, tuvo mucho que ver con mi decisión: al terminar bachillerato de ciencias, decidí matricularme en Bellas Artes. Años más tarde, y mientras estudiaba Física, me sorprendió descubrir que en esa facultad los profesores exclamaban «¡qué bonito!» con mucha más frecuencia y alegría que en mi primera carrera.
Es una anécdota que suelo contar en mis charlas de divulgación, porque siempre despierta risas y sorpresa entre los asistentes. ¿Qué tendrá que ver la Física con lo “bonito”? ¡Nunca nadie pintó un cuadro al óleo con una ecuación! De nuevo, es el relato Romántico el que habla. Y ese relato contrasta con los cientos de textos, citas y charlas, en que estos científicos han hablado de su interés por la belleza, de la emoción que sienten al descubrir las matemáticas que describen el mundo.
En cualquier caso, y para cerrar la anotación, me gustaría lanzar una pregunta. Más allá de esta anotación, o de la simpatía que cada cual le tenga al Romanticismo: ¿tú cómo lo sientes?, ¿crees que Newton le robó su magia al arcoíris? Saber que los colores que ves en el cielo son trocitos de la luz del Sol, a ti, lector, ¿te emociona más, o te emociona menos?
Notas y referencias:
2Gigante, Denise (May 2002). «The Monster in the Rainbow: Keats and the Science of Life». PMLA. 117 (3): 433–448. doi:10.1632/003081202X60396. ISSN 0030-8129.
4Sobre este tema, recomiendo leer “The Invention of Nature” de Andrea Wulf
5A veces, me enfado mucho con el Romanticismo. Pero luego escucho a Tchaikovsky y se me pasa.
6Argumentaría que, a menudo, la polémica que suscitan ciertas obras de Arte Contemporáneo (léase, arte académico contemporáneo), está causada por un conflicto entre los valores estéticos populares —esencialmente románticos— y los valores estéticos de la academia. Pero esto daría para otro post.
Para saber más:
La ciencia romántica
¿Qué le debemos a la ciencia del Romanticismo?
Naturaleza, ciencia y cultura en el bicentenario de Henry David Thoreau
Sobre la autora: Almudena M. Castro es pianista, licenciada en bellas artes, graduada en física y divulgadora científica
Manolo Cabrera
Me ha encantado el artículo.
Ante tu pregunta, a mi me emociona profundamente. Como leí una vez en «El conocimiento no desteje el placer sensual, es más, añade una capa de disfrute a la realidad».
Yo me emociono pensando en la fotosíntesis.
Iñaki
Buenos días.
En mi opinión, Newton no le quitó un ápice de belleza al mundo. Más bien se la dio. Creo que la principal belleza consiste en que el mundo es entendible, y la ciencia hace que lo sea.
La belleza o la fealdad están en los ojos de quien lo mira.
Buen artículo
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