La producción y el comercio de bienes genera a menudo lo que se denominan externalidades negativas, o sea, consecuencias negativas para terceras personas. Entre esas consecuencias, se suelen citar las condiciones laborales peligrosas o insanas, el trabajo infantil, el sufrimiento de animales, o el daño ambiental. Y según algunas interpretaciones, eso ocurre porque, al participar en los mercados, estamos dispuestos a rebajar nuestros estándares morales, dando por buenas situaciones que no aceptaríamos en otros contextos.
Cuando se crían ratones de laboratorio con alguna característica especial (transgénicos, mutantes en algún gen, o cualquier otra) y si, por las razones que fuere, no son después utilizados, se sacrifican. Salvo por el rasgo que los distingue y que es el motivo por el que fueron criados, son ratones normales y sanos. Se sacrifican porque se considera que no hay razón que justifique el gasto que supondría el mantenerlos con vida.
Veremos a continuación los resultados de cinco experimentos, los más significativos de un estudio que comprendía nueve. Los otros cuatro se hicieron principalmente para dilucidar cuestiones colaterales o de índole metodológica que no afectan al núcleo de las conclusiones. No los he incluido por no alargar en exceso esta anotación.
En un primer experimento a los participantes se les dio a elegir: o permitir que uno de esos ratones sobrantes de los estudios científicos viviese el resto de su vida (unos dos años más) en condiciones cómodas y saludables, o recibir 10€ si estaban dispuestos a que el ratón fuese sacrificado. El 46% de los participantes optaron por los 10 €.
En un segundo experimento, en vez de realizar ofertas individuales, se organizaron mercados bilaterales, formados por parejas en las que al vendedor se le encomendaba la vida del ratón y, tras una serie de regateos o negociaciones (se estableció un máximo de diez rondas de oferta y contraoferta), podía acordar con el comprador la forma de repartirse 20€ a cambio de la vida del ratón. Una vez alcanzado un acuerdo, el vendedor recibiría el precio estipulado y el comprador el resto del dinero hasta los 20 €. Si alguno de los dos no aceptaba participar, ninguno recibía nada. En este experimento, el 72% de los vendedores estuvieron dispuestos a que se sacrificase el ratón a cambio de una cantidad igual o inferior a 10 €.
El tercer experimento era igual que el anterior, pero los mercados eran multilaterales, formados por nueve vendedores y siete compradores. También a lo largo de diez rondas podían hacer ofertas unos a los otros; los precios ofertados eran visibles para todos los participantes pues se proyectaban en una pantalla de manera continua. En este experimento el 76% de los vendedores estuvieron dispuestos a que se sacrificase el ratón a cambio de una cantidad igual o inferior a 10 €.
En el cuarto experimento se ofrecieron a los participantes cantidades crecientes de dinero (con incrementos sucesivos de 2,5 €) a cambio de la vida del ratón. El 43% de los participantes estuvieron dispuestos a aceptar cantidades iguales o inferiores a 10 € a cambio de permitir su sacrificio. Adicionalmente, en este experimento se comprobó que para que un 72% de los participantes aceptasen que el ratón fuese sacrificado (porcentaje que aceptó en el experimento N.º 2 cantidades de 10 € o inferiores), la oferta tuvo que llegar a los 47,5 €. Y para que ese porcentaje fuese del 76% (porcentaje que aceptó en el experimento N.º 3 cantidades de 10 € o inferiores), la oferta debía llegar a 50 €.
En el quinto experimento se reprodujo el N.º 3, solo que en este no era la vida del ratón la que estaba en juego, sino un cupón para adquirir bienes en la tienda de la universidad. Esto es, lo que estaba en juego no era un valor moral, sino un valor material. Este experimento permitió comprobar que mientras la vida del ratón iba perdiendo valor de una ronda a la siguiente (de las 10 en las que se regateaba), el valor del cupón se mantuvo constante. La vida del ratón empezó valiendo 6’4 € y acabó en 4,5 €.
Llegados a este punto habrá quien objete que el comportamiento de las personas dependería mucho de su situación económica particular. Y seguramente así es, pero en estos experimentos, las personas que participan se encuentran en situaciones similares, por lo que ese posible efecto está descartado a priori.
Otros objetarán que la vida de un ratón no tiene ningún valor en términos morales. Pero tanto si la tiene como si no, lo que se hace en estos experimentos es comparar. En principio cabe suponer que la consideración moral de la muerte o el mantenimiento con vida de un ratón es algo que no debería variar entre unas condiciones experimentales y otras. O sea, si la vida de un ratón es o no un bien moral que debe preservarse, no debería depender de que la persona concernida actúe en privado o lo haga en un mercado.
Sin embargo, estos resultados confirman que, al menos bajo las condiciones utilizadas en este trabajo y por comparación con las decisiones que se toman en la esfera individual, el mercado tiende a erosionar valores morales. Los autores del trabajo proponen que hay tres tipos de razones para que esa erosión ocurra. En primer lugar, para cerrar un trato, en los mercados se requiere el concurso de, al menos, dos personas, por lo que la responsabilidad y los posibles sentimientos de culpa se pueden compartir y, por lo tanto, pueden perder intensidad. En segundo lugar, la interacción en el mercado proporciona información acerca de las normas que prevalecen en la sociedad. Al fin y al cabo, el observar a otros comerciar e ignorar los estándares morales puede hacer que la búsqueda en exclusiva del interés propio se considere éticamente permisible. Y en tercer lugar, los mercados hacen que se ponga el foco en aspectos tales como el regateo, la negociación y la competencia, lo que puede distraer la atención de las posibles consecuencias adversas y de las implicaciones morales del comercio.
Así pues, si estas conclusiones son extrapolables al mundo real, al de la producción e intercambios de bienes y servicios en la vida real, sería cierto que el mercado, por comparación con las acciones individuales, rebaja los estándares morales.
Referencia
Armin Falk, Nora Szech, Morals and Markets. Science 340, 707-711 (2013). DOI:10.1126/science.1231566
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Iggy Carro
Creí que el ratón se sacrificaba para evitar la propagación accidental de genes modificados. Eso no quita que el experimento sea válido.