Las Islas Canarias fueron uno de los lugares del mundo donde más zifios quedaban varados por el uso de sónares militares antisubmarinos, una técnica que se emplea para detectar naves en profundidad utilizando la propagación del sonido bajo el agua.
En el año 2003, un estudio liderado por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria estableció una relación entre la utilización de los sónares con la muerte de estos cetáceos y en 2004, el Gobierno español estableció una moratoria al uso de sónares a 12 millas náuticas alrededor de Canarias para mejorar la conservación de los zifios. Desde entonces, no se han vuelto a registrar varamientos masivos anómalos en aguas canarias.
Nadie mejor para hablarnos de los zifios y de la importancia de la biología de la conservación que Natacha Aguilar de Soto, responsable de investigación en cetáceos y bioacústica marina del grupo de investigación BIOECOMAC de la Universidad de La Laguna (Tenerife).
Los zifios son una familia de cetáceos que habitan aguas profundas de los océanos. Según explicó Aguilar de Soto en su participación en la segunda jornada de Naukas en Bilbao, el zifio es “un animal misterioso” que raramente vemos en superficie, por lo que para muchos es aún un desconocido. Estos mamíferos marinos de mediano tamaño realizan proezas de buceo que igualan e incluso superan las del titánico cachalote: los zifios pueden aguantar hasta dos horas bajo el agua y llegar a tres kilómetros de profundidad, después de permanecer durante cinco minutos en la superficie para almacenar en sus músculos el oxígeno necesario para su inmersión.
Una vez bajo el agua, aproximadamente a 500 metros de la superficie, comienzan a emitir chasquidos de ecolocalización (un bio-sonar que ha evolucionado separadamente en murciélagos y cetáceos), para buscar y localizar a la presa idónea. Ya seleccionada, los cetáceos emiten zumbidos, que son una serie de chasquidos producidos muy rápidamente que les permiten seguir a su presa con mayor precisión para finalmente cazarla.
Entre los buceos profundos, los zifios realizan periodos de recuperación, de alrededor de 1 a 1,5 horas, en los que realizan buceos más someros de hasta 400 metros de profundidad y 10-20 minutos de duración, separados por tan solo 2 minutos en la superficie marina entre buceos consecutivos. Son precisamente estos momentos los que Natacha y su equipo aprovechan para colocar con ventosa un dispositivo similar a un teléfono móvil en el lomo de los cetáceos, la DTAG.
Este dispositivo permite a los investigadores obtener información precisa y detallada del comportamiento y movimientos de los cetáceos, desde la profundidad y duración de los buceos hasta detalles de la frecuencia de coleteo, las reacciones ante estímulos del medio, comunicación acústica e incluso datos fisiológicos, como la tasa de respiración de la que se extrae la tasa metabólica. “Ahora estamos trabajando para detectar la frecuencia cardíaca de los zifios, en colaboración con las universidades de St Andrews (Escocia), Aarhus (Dinamarca) y el Moss Landing Institute (EEUU)”, explica Natacha.
Los zifios, como el resto de cetáceos, son especies protegidas que requieren medidas para su conservación; son animales longevos con una estrategia de la “K”, que significa que tienen un ritmo reproductivo bajo y se involucran en los cuidados de sus pocas crías. “Cada vez que se extrae un animal importa”, asegura Natacha. “Si disfrutamos tanto de los misterios de la mar, necesitamos conservarlos. Cada especie es única, y no se va a cuidar sola si seguimos la inercia de alterar su hábitat marino con nuestras actividades humanas”, continúa.
En este sentido, la investigadora recalcó en Naukas la importancia de la Biología de la Conservación y la necesidad de proteger todas las especies del impacto de la actividad humana. Al igual que muchos cetáceos, los zifios también han sufrido la contaminación de los plásticos en el mar; recientemente apareció en Noruega un zifio muerto con el estómago colapsado por 30 bolsas de plástico. Esto originó una amplia movilización social y un documental de SKY TV en el que participó en equipo de la ULL en sus trabajos de investigación de zifios en El Hierro.
Por eso es tan necesaria la biología de la conservación, una ciencia multidisciplinar que requiere de conocimientos científicos de la biodiversidad y del hábitat, además de conocimientos sociales sobre las interrelaciones entre las especies y el ser humano.
El objetivo principal de esta ciencia es precisamente mantener la biodiversidad del planeta. Para ello, y según explica Natacha, es necesario armonizar los usos humanos con las necesidades de la fauna y la flora. “Solo tenemos un planeta y cada vez somos más seres humanos; tenemos que organizarnos bien y tener responsabilidad hacia los otros seres vivos con los que compartimos este barco planetario”, asegura.
Gracias a la biología de la conservación, se aplican en el medio ambiente diversas medidas de corrección para que las actividades humanas tengan el menor impacto posible sobre la biodiversidad, promoviendo desarrollos tecnológicos que permitan que estas acciones generen menos residuos, consuman menos energía y sean lo más eficientes posible.
Una medida ejemplar de esta ciencia es la prohibición que en algunos lugares del mundo, como Nueva Zelanda o Nigeria, se está haciendo de la minería de fondos marinos profundos, que consiste en la extracción de nódulos ferromagnéticos y costras de poliminerales que existen en los fondos marinos; una actividad que moviliza tóxicos y destruye comunidades biológicas que han tardado miles de años en desarrollarse.
Natacha lo tiene claro; la biología de la conservación es vital y así lo constató en la entrevista que protagonizó en la segunda jornada de Naukas. “Las actividades humanas alcanzan cada vez más los fondos profundos de los océanos y mares, y es necesario que tomemos una posición activa para protegerlos; es decir, ser animales responsables”, explica Natacha. “Necesitamos que el mar esté en equilibrio para que el planeta también lo esté”, corrobora la bióloga.
Sobre la autora: Iraide Olalde, es periodista en la agencia de comunicación GUK y colaboradora de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU