Historias de la malaria: La guerra y la historia

La biología estupenda Historias de la malaria Artículo 10 de 10

«Quizás sea un duro golpe para el amor propio de nuestra especie pensar que los humildes mosquitos y los virus sin cerebro pueden condicionar nuestros asuntos internacionales. Pero pueden.”

John R. McNeill, Ecology and war in the Greater Caribbean, 1620-1914, 2010.

Estamos en guerra con los mosquitos … De media, el número anual de muertes es de unos dos millones … se calcula que la mitad de todos los humanos que han vivido hasta ahora han muerto por los mosquitos”.

Timothy Winegard, El mosquito, 2019.

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.

Karl Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, 1852.

Creemos que hacemos la historia, pero es la historia la que nos hace a nosotros”.

Martin Luther King.

La historia de la malaria está ligada a la historia de los países, sobre todo a sus crónicas militares. O viceversa, y es la historia de los países la que está condicionada por las enfermedades y, en este caso, por la malaria. Poco dicen los historiadores de “la obra de los invisibles”, como la llama Wilhelm von Drigalski. Esa “obra” difundió, casi más que otros poderes más conocidos, el terror, el miedo, la muerte, la devastación y la ruina. Aunque todavía se ignora mucho de cómo lo conseguían “los invisibles”, es evidente su importancia en el transcurrir de la historia de la humanidad. El plasmodio de la malaria fue, y todavía lo es en muchas zonas del planeta, un actor histórico inadvertido, sobre todo en las áreas rurales. Nuestra historia, la de la especie humana, es un juego complicado con guerras, política, viajes, comercio y enfermedades.

Además, para los occidentales, la colonización de los trópicos por los países europeos cambió su ecología. Tal como ocurrió cuando apareció la agricultura, la tala de los bosques tropicales para el desarrollo de plantaciones mejoró las condiciones ambientales para la alimentación y reproducción de mosquitos y, en consecuencia, para la extensión de la malaria. La enfermedad se convirtió en un factor importante en las luchas geopolíticas por las colonias cercanas al trópico.

En África occidental se seleccionó una adaptación genética, la anemia falciforme, con glóbulos rojos defectuosos y menos receptivos al plasmodio de la malaria. Los pueblos agricultores bantúes, con esta mutación, se extendieron por el centro, el este y el sur de África. Vivían en comunidades estables, a diferencia del movimiento continuo de los cazadores recolectores. La malaria, sobre todo con el Plasmodium falciparum, mataba regularmente a sus niños y, ocasionalmente, también a las madres. Pero los que sobrevivían adquirían una cierta inmunidad y, de adultos, podían salir adelante. Así, los pueblos bantúes comenzaron su expansión, hace unos 7000 años, y, 700 años después apareció la mutación de la anemia falciforme. Se calcula que la tasa de mortalidad cayó hasta un 55%. Y los bantúes llegaron al Índico en África oriental, y hacia el sur hasta Sudáfrica. Además, ayudaron las armas de hierro que utilizaban en la guerra. Y, también, la agricultura del ñame que, incluso, inhibe la reproducción del plasmodio de la malaria en la sangre. Los pocos pueblos que quedan y no hablan dialectos de origen bantú, ocupan entornos marginales, más duros y pobres y, además, son marginados sociales.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la guerra es una “emergencia compleja” que crea las condiciones ideales para mosquitos y plasmodios. La guerra, según la OMS, es incompatible con los avances en el control de la malaria.

«Lord Byron en su lecho de muerte» de Joseph Denis Odevaere (c. 1826). Óleo sobre lienzo, 166 × 234,5 cm. Groeningemuseum, Brujas. Fuente: Wikimedia Commons

Hay evidencias de malaria en algunos restos óseos de hace 9000 años recuperados en Catalhuyuk, en la actual Turquía. El faraón Tutankamon murió de malaria hace unos 3500 años. La malaria atacó a los galos cuando sitiaban Roma en el siglo IV antes de nuestra era, aunque tomaron la ciudad. La enfermedad atacó a las expediciones militares contra Roma del emperador Lotario y de Federico Barbarroja en la Edad Media, en los siglos IX y XII. La expedición portuguesa que subió el río Zambeze, en el sur de África, en 1569, murió casi en su totalidad por las enfermedades. En el siglo XVIII golpeó a los ejércitos ingleses en los Países Bajos. Lord Byron murió de malaria en 1824 cuando luchaba con los griegos por su independencia del Imperio Otomano. Murieron 88 de los 108 europeos de la expedición a Gambia de 1825. Y en 1865, al terminar la Guerra de Secesión de Estados Unidos, las tropas de la Unión tuvieron 1.3 millones de casos de malaria con unas 10000 bajas. En la expedición al río Níger en 1841 enfermó el 80% de los componentes. Las campañas para la colonización, por Francia, de Argelia y Madagascar, durante el siglo XIX fueron un paseo militar y un desastre sanitario. En conclusión, el significado estratégico de la malaria es conocido desde hace cientos de años.

Y, también, la muerte por malaria de dirigentes e intelectuales. Por ejemplo, los emperadores romanos Vespasiano, Tito, Adriano y Constantino, entre el siglo I y el IV; Alarico, rey de los visigodos; los Papas Gregorio V y Sixto V, en el siglo X y el XVI; el emperador de Bizancio Alexius I; o Dante y Petrarca en los siglos XIII y XIV.

La Segunda Guerra Púnica, entre Roma y Cartago, terminó con la derrota de Aníbal en Zama en el año 202 antes de nuestra era. Su ejército estaba debilitado por la malaria contraída en las Marismas Pontinas, junto a Roma, una de sus mejores defensas, peligrosa incluso para los propios romanos, durante siglos. Por allí pasaron con sus ejército, y sufrieron o utilizaron la malaria como defensa, desde Julio César a Napoleón. Incluso, en la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados invadieron Italia y se acercaban a la capital contrajeron la malaria provocada por los alemanes. La malaria de las Marismas Pontinas destruyó ejércitos invasores durante siglos.

En el siglo XVIII cambió la historia de Inglaterra por la malaria. Oliver Cromwell inició la llamada Revolución Inglesa, derrotó a Carlos I, que fue ejecutado en 1649, e instauró la República. En 1653, se nombró Lord Protector de Inglaterra y acaparó el poder que había tenido el decapitado rey Carlos I. Pero, un lustro después, en 1658, Cromwell sufrió “calenturas”, o sea, fiebres causadas por la malaria. No quiso medicarse con quina, el llamado “polvo de los jesuitas”, y el único remedio conocido entonces. Era un protestante fanático, y los prejuicios antipapistas no le dejaron utilizar la quina. Cromwell murió aquel año de 1658. Desapareció la República, la corona fue a Carlos II, hijo de Carlos II, y volvió la monarquía a Inglaterra.

A finales del siglo XVIII, después de la Revolución Francesa, el ejército de Napoleón desembarcó en Alejandría y, desde Egipto, emprendió la campaña para llegar a Siria. En San Juan de Acre, cerca de la actual Haifa, en Israel, era un ejército diezmado por la malaria. Solo quedaban 8000 hombres de los más de 40000 que habían llegado a Egipto. Napoleón retrocedió hasta El Cairo.

La malaria fue un adversario no esperado en la Primera Guerra Mundial. Atacó ejércitos y civiles, y los movimientos de personas, militares o no, extendieron la enfermedad por todo el continente. Hubo enfermos en el sudeste de Inglaterra, en el centro de Italia, en el sur de los Balcanes y, en concreto, en Albania, Macedonia y Grecia. Y en Oriente Próximo, desde Egipto hasta Georgia y de Turquía a Irán. Eran áreas endémicas de la enfermedad desde Inglaterra a Irán y en el centro y el este del Mediterráneo.

Según las estadísticas militares de la época, los casos de malaria en los ejércitos aliados superaron los 600000, con casi 4000 fallecidos. Entre los alemanes y sus aliados, el número de casos superó los 500000 con más de 23000 muertes. Además, los soldados con malaria estaban debilitados y, si eran heridos en el combate, sucumbían con facilidad. En el frente occidental, la malaria no fue tan importante como en Grecia y el Oriente Próximo, con ejemplos como Macedonia donde eran 300 enfermos por cada mil, o en el ejército otomano y en los alemanes estacionados en Turquía.

Militares estadounidenses rastrean la selva en la Guayana Holandesa en 1942. Fuente.

En oriente, la armada francesa tuvo el 50% de sus hombres con malaria y provocó 20000 repatriaciones. En aquellos años, en 1917, y por el empuje de Lawrence de Arabia, el general Allenby y el ejército británico tomaron Jerusalén y se dirigieron al valle del Jordán para cruzar el río y llegar a Damasco. Pero el valle era cálido y húmedo, lleno de mosquitos y un hábitat perfecto para la malaria endémica. Los soldados cayeron enfermos y tuvieron que ser evacuados a Jerusalén. Murieron por miles.

Muy al norte de Palestina, en el valle del río Struna, entre Grecia y Bulgaria, se estacionó el ejército del general francés Maurice Sarrail. Estaba formado por británicos, franceses e italianos. En poco tiempo, tenía 6000 enfermos de malaria de un total de 15000 hombres. Y tuvieron que ser evacuados a Salónica. Hubo momentos en que solo tenía 2000 soldados listos para el combate. Cuando le ordenaron atacar, respondió que “mi ejército está inmovilizado en los hospitales”. Una queja parecida escribió el general McArthur en la campaña de Filipinas, durante la Segunda Guerra Mundial.

En Italia, en 1914, al comienzo de la guerra, las estadísticas sobre la malaria eran de 57 fallecidos por millón de habitantes. En 1918, al final de la guerra, la cifra era de 325 fallecidos por millón de habitantes. Para 1923, cinco años después, fueron 61 muertos por millón de habitantes, casi la cifra de antes de la guerra.

A principios del siglo XX, entre 1911 y 1927, la guerra de España en Marruecos supuso el ataque de la malaria tanto a los reclutas españoles como a la población indígena. En Melilla, casi toda la guarnición pasó, en un momento u otro, por el hospital y, para 1918, eran 2600 enfermos de más de 23000 de guarnición. En 1918, en Ceuta había casi 6000 casos de malaria en un total de 23500 militares. Cerca de Tetuán, en uno de los campamentos, hasta el 80% de los soldados estuvo afectado por la malaria cada verano. O, en otro ejemplo, un batallón con 800 soldados quedó reducido a 150, con 87 fallecidos, y tuvo que ser relevado.

En la Segunda Guerra Mundial, cerca de medio millón de soldados de Estados Unidos fueron hospitalizados con malaria. En las islas del Pacífico conquistadas por el ejército japonés, era la malaria la mejor defensa contra los aliados. En Guadalcanal, en 1942, todos los soldados de Estados Unidos tuvieron malaria. En Papua Nueva Guinea, el 70% de los soldados australianos enfermaron de malaria.

En el campo de concentración de Dachau, el profesor Claus Schilling inoculó a prisioneros con malaria. Fue ejecutado por condena del Tribunal de Nuremberg. En ese campo de Dachau se instaló el Instituto Entomológico de las Waffen-SS, creado en 1942 para estudiar la transmisión de malaria por el mosquito Anopheles, parece ser, sin confirmación escrita, para su utilización como arma biológica.

Las tropas del Vietcong llegaban a Vietnam del Sur por el llamado Camino Ho Chi Minh desde Vietnam del Norte. En 1965, de un regimiento con 1200 soldados, cuando llevaba un mes de viaje, solo 120 podían luchar. Un médico del Vietcong recordaba que “nosotros no teníamos miedo de los imperialistas americanos, solo temíamos a la malaria”.

Los artrópodos que llevan patógenos, como el plasmodio de la malaria, se ha utilizado como armas biológicas desde hace siglos. Los mongoles y las pulgas que llevan la Yersinia pestis, causa de la peste, las moscas que ensayó el Ejército Imperial del Japón para infectar Mongolia en la Segunda Guerra Mundial y, como hemos visto, las SS nazis de Alemania con sus investigaciones con mosquitos y el plasmodio de la malaria. En conclusión, malaria y guerra están unidas en la historia de nuestra especie.

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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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