La subdeterminación de las teorías

Experientia docet La tesis de Duhem-Quine Artículo 4 de 6

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Llegamos ahora a una de las fuentes de fricción y desencuentro más habituales entre “filósofos” y “científicos”. Para muchos de los primeros afirmar que se conoce o se pueda llegar a conocer la realidad es una afirmación que carece de sentido ontológico y para los segundos escuchar que una teoría científica es algo que depende del contexto social es la encarnación del absurdo. Veamos de dónde surge el problema.

Recordemos que en las partes anteriores de esta serie hemos visto que las hipótesis, en general, pueden preservarse en caso de que haya datos experimentales en su contra y que, también en general, será difícil, si no imposible, diseñar un experimento crucial que nos ayude a decidir entre dos hipótesis en conflicto. Añadamos a esto lo que vimos en Provisional y perfectible, a saber, que dada la naturaleza inductiva de los resultados confirmatorios, este tipo de resultados sólo pueden como mucho apoyar una teoría, pero que nunca podrán demostrar que la teoría es correcta.

Poniendo todo lo anterior junto llegamos fácilmente a una conclusión:

Los datos disponibles, incluyendo los resultados de los experimentos relevantes, nunca pueden determinar que una hipótesis sea correcta. Pero es que los datos y resultados experimentales tampoco pueden determinar completamente que una hipótesis competidora sea incorrecta. De hecho, varias hipótesis competidoras pueden ser compatibles con los datos disponibles. A esto es a lo que se suele llamar subdeterminación de las teorías.

Como todos los aspectos de la tesis de Duhem-Quine el concepto de subdeterminación puede tener varias lecturas, habitualmente más controvertidas cuanto más fuerte sea la versión preferida.

No hay duda de que a veces los datos disponibles pueden apuntar a una o varias hipótesis competidoras. Recordemos por ejemplo las Observaciones de Galileo que si bien ponían en cuestión algunos aspectos de la visión geocéntrica, eran perfectamente compatibles con ésta, con la copernicana y, andando el tiempo, con la Kepler. Si entendemos la subdeterminación de las teorías en este sentido relativamente laxo, prácticamente nadie tiene problemas en admitirlo. Aquí podrían estar cómodamente los científicos experimentados.

En el otro extremo del espectro, existe una visión mucho más radical de la subdeterminación. En esta visión, relativamente común entre filósofos/antropólogos/sociólogos, las teorías científicas y el conocimiento científico se ven como “constructos sociales”, es decir, poco más o menos, que invenciones de una comunidad de individuos determinada. Según esta posición las teorías científicas no sólo están íntimamente ligadas a las condiciones sociales en las que surgen sino que son reflejo de éstas, más que reflejos del mundo físico.

En esta visión radical de la subdeterminación no existe una teoría científica determinada unívoca y objetivamente correcta de la misma forma que no existe un conjunto determinado unívoca y objetivamente de modales en la mesa. Los modales en la mesa y las teorías científicas son ambos reflejos de la sociedad en la que surgen y no se puede afirmar que una teoría sea correcta (y que las otras no lo sean) en el sentido objetivo y profundo del término correcto.

Vemos pues que el concepto de subdeterminación se construye de distintas maneras sobre unos cimientos comunes, y que estas construcciones distintas tienen como resultado visiones diametralmente distintas de la realidad, con los problemas de entendimiento asociados, severos en algunos casos.

En resumen, los tres aspectos que hemos considerado de la tesis de Duhem-Quine, a saber, la subdeterminación de las teorías, la idea de que las hipótesis generalmente no se comprueban aisladas y que habitualmente diseñar un experimento crucial no es posible, no son controvertidos en sí mismos. Siempre y cuando, claro está, que no hagamos una lectura extrema de ellos. Pues, si bien pueden encontrarse ejemplos en la historia de la ciencia en los que se muestran claramente los tres aspectos en acción en su forma moderada (como en el caso de Galileo vs. la Iglesia Católica), parece mucho más difícil encontrar algún ejemplo que justifique la posición más radical.

En las dos próximas entregas de la serie veremos qué implicaciones tiene la tesis de Duhem-Quine para “el método científico” y para el popular, por su simpleza, falsacionismo de Popper.

Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance

5 comentarios

  • Avatar de Juan

    En dos palabras : im – presionante !
    Me ha gustado mucho sur artículos sobre Galileo.
    Esta serie también es estupenda…

    ¿para cuando un libro ?
    Si algún día se decide, uno pa’mí.

  • Avatar de Santiago

    Excelente tratado, lo que pasa que con la manía de esquematizar todo y caer en una especie de remolino teorizante, el ser humano se pasa la vida entre si filosofía y ciencia o lo que es lo mismo… ¿galgos o podencos? Mientras unos pocos -los fermentos que revolucionan las cosas- nacen y no se hacen; pero se pasan la vida por el camino de la observación, reflexión y resultados prácticos para que luego vengan los «teorizantes» de turno y pretendan poner en cuestión todo, faltos de perspectivas objetivas y con un bagaje limitado, pontifican sobre lo que no tienen mas que una visión subjetiva limitada a su propio entorno… El ser humano pretende ser «la medida de todas las cosas» como decía el filósofo y no es más que «resultado» y no principio. Como digo yo: «Principio de nada y continuador de todo».

  • […] R. Desde luego. Pero esto ocurre precisamente por el hecho de que muchos científicos no se preocupan por conocer las ideas de los filósofos sobre el alcance de la ciencia. Los filósofos pueden ayudarnos a los científicos a, no a pararnos un poco los pies, pero sí a ser conscientes de que la ciencia tiene una historia en la que principalmente lo que ha hecho siempre ha sido construir marcos y modelos de pensamiento. […]

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