Ramon Llull, el siervo de Dios, el beato por culto inmemorial, el misionero, el filósofo, el poeta, el místico, el teólogo, el pionero de las letras catalanas, el doctor iluminado, no fue alquimista. De hecho condenó las prácticas asociadas a la alquimia. Pero su nombre consta como autor de varios textos alquímicos que aparecieron tras su muerte. Textos que están a la altura de su genio.
Ramon nació en 1232, año arriba, año abajo, en Palma, en la recién conquistada isla de Mallorca, de padres barceloneses pertenecientes a la pequeña nobleza catalana. Criado en la corte mallorquina fue primero poeta, después estudioso y finalmente escritor en catalán, latín y árabe. Se casó y llevó la perfecta vida del cortesano, incluida la persecución y enamoramiento de doncellas, hasta que a los 30 años, inspirado por varias visiones de la crucifixión de Jesús, Llull lo dejó todo, propiedades y familia (tuvo dos hijos), y dedicó sus energías, esfuerzos y talento a la teología, las lenguas y la mística.
Llull desarrolló una forma de filosofía teológica en la que relacionaba todas las formas de conocimiento y, por tanto, demostraba la presencia de Dios en el universo. Su presentación era muy original: usaba tablas muy complejas donde interrelacionaba proposiciones teológicas.
También era de la convicción de que a los musulmanes, población mayoritaria en la Mallorca en la que creció, se les podía convertir usando la lógica para refutar el islam, por lo que era de la opinión de que si había que recuperar los Santos Lugares era mejor hacerlo por la predicación que militarmente (Llull nació tras la sexta cruzada y fue contemporáneo de la séptima, la octava y la novena). Como parte de su autoformación, Llull buscó los medios para aprender el árabe (para ello compró un esclavo musulmán apropiado) e intentó organizar una escuela de lenguas orientales de tal manera que los misioneros pudiesen predicar a los musulmanes en su propia lengua.
Pero todos estos esfuerzos tuvieron un éxito muy limitado. Tan limitado que Llull murió apedreado en Argelia por el mismo grupo de musulmanes a los que intentaba convertir.
Fue probablemente el misticismo de Llull (que culmina en el Llibre d’amic e amat incluido dentro del Llibre d’Evast e d’Aloma e de Blaquerna son fill publicado en Montpellier en 1283) y su lógica compleja y críptica para la inmensa mayoría los que atrajeron a los alquimistas a su órbita, y a que terminaran adoptando su nombre como el de uno de los suyos, dando comienzo de esta manera el proceso casi milagroso de la multiplicación de las personalidades de Llull.
Los textos sobre alquimia en los que aparece Llull como autor están fechados años después de su muerte (probablemente) en 1316. Si bien es posible que fuesen obra suya que no se atrevió a publicar por lo comprometido que hubiese sido dedicarse a la alquimia, no parece probable debido precisamente al enfoque tan centrado en la lógica y la palabra de Llull.
Efectivamente, sea quien sea el autor, las obras alquímicas que llevan el nombre de Llull son dignas de destacar dentro de la alquimia, paradójicamente, menos mística, y sí como continuación de las muy prácticas y empíricas de al-Razi o Bacon. Todas estas obras contienen relaciones sistemáticas de la teoría y práctica de la alquimia y en ellas están llamativamente ausentes las alegorías y la oscuridad deliberada de obras posteriores.
De hecho, el autor (posiblemente Ramon de Tàrrega) es tan anacrónicamente sistemático que emplea letras del alfabeto para simbolizar los principios, las sustancias y las operaciones alquímicos, y los presenta en tablas. No solo eso, las recetas se dan como combinaciones de esas letras, incluidas recetas para unos productos que aparecen por primera vez en la literatura: ácidos minerales y un alcohol que puede arder.
Llull no será el autor, pero si lo fuese estas obras no desmerecerían en nada a su genio.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Llull no fue alquimista | Experientia docet | C…
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Manuel López Rosas
Queda claro que no todos los brujos fueron científicos, ni los alquimistas filósofos, ni los pecadores santos. Y habrá que distinguir o aprender a distinguir o por lo menos a poner a prueba posibles comparaciones y análisis de lo que nos presenta cada estudioso (aunque tampoco todos tengan la misma calidad resultante o el mismo compromiso con lo tratado).
🙂