La leyes de Newton, publicadas en 1687, representan la culminación de la Revolución Científica del siglo XVII. Sin embargo, estas leyes del movimiento solo aplican a objetos macroscópicos: balas de cañón, bolas de billar y lunas. Para los químicos no eran de utilidad alguna par describir lo que ocurría en sus crisoles u hornos. La Revolución Científica solo sirvió para dar ánimos a los protoquímicos. Y es que, para la ciencia central, el siglo XVII fue el año de la esquizofrenia.
Efectivamente, el siglo XVII fue el siglo en el que convivieron la sociedad rosacruciana de alquimistas místicos con los protoquímicos que presentarían sus trabajos en la Académie des sciences francesa o en la Royal Society británica.
La palabra “química” se hace común a muy principios de siglo pero no debe ser entendida como lo hacemos hoy. Es un término mucho más vago y ambiguo que engloba a cualquier actividad que tenga que ver con la alquimia, la iatroquímica y la metalurgia; solo mucho más tarde adquirirá el sentido de campo de estudio científico.
Si la química en el XVII se practicaba más para fabricar medicamentos (iatroquímica) que oro era solo por una razón económica. El oro y la plata provenientes de América habían hecho disminuir el valor de estos metales y ya no merecía tanto la pena. Sin embargo, no faltaron quienes lo intentaron y sufrieron sus consecuencias. Así en 1603 el alquimista escocés Alexander Seton fue hecho prisionaro y torturado para arrancarle el secreto de sus muy publicitadas transmutaciones; a mediados de siglo, en 1667, el filósofo Spinoza se ve envuelto en la investigación de la veracidad de la transmutación presuntamente conseguida por Helvetius; y, finalmente, hay quien afirma que en la muerte de Carlos II de Inglaterra habría influido no poco la cantidad de humos inhalados mientras intentaba convertir el mercurio en oro. Incluso Newton, cuya idea de la gravedad era un triunfo para la concepción mecánica del universo, empleó no poco tiempo intentando descifrar todo tipo de libros alquímicos.
Pero el XVII también vio el descubrimiento del fósforo por Hennig Brand; a Johann Glauber fabricar productos iatroquímicos a escala industrial; y a Nicholas Lemery poder vivir de los réditos de su Course de chimie, un libro de texto de química, conciso y claro, y de impartir conferencias sobre química.
Pero si alguien encarna como nadie la esquizofrenia del XVII en la química, ese es Johannes van Helmont. Increíblemente avanzado para su época en algunas cosas, será deprimentemente arcaico en otras. En cualquier caso, merece capítulo aparte.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance