A finales del siglo XV se empieza a ver la luz al final del túnel. Una serie de acontecimientos de tipo tecnológico y cultural marcarán el fin de una época antes incluso de que el descubrimiento del continente americano por los europeos en 1492 proporcione el empuje final a esa transformación.
En 1453 Constantinopla cae a manos de los turcos otomanos y los sabios que viven en ella se convierten en refugiados, mayoritariamente en Europa Occidental.
La imprenta de tipos móviles de Gutenberg imprime la Biblia en 1455 señalando el comienzo de una revolución en la propagación del conocimiento. Para 1480 habrá 110 imprentas operativas en toda Europa y, a partir de ese momento, los libros impresos se consideran de uso universal en Europa.
En 1464, el castillo de Bamburgh (Reino Unido), considerado inexpugnable, fue rendido durante la Guerra de las Rosas (guerra civil) por Richard Neville, Conde de Warwick, haciendo uso de la pólvora y los últimos desarrollos en artillería, marcando el principio del fin de una época en lo que ha forma de hacer la guerra y defender los territorios se refiere.
En 1492 la corona castellano-aragonesa concluye la conquista del territorio de la Península Ibérica hasta ese momento bajo control musulmán. También decreta la expulsión de los judíos del territorio, lo que enviará un flujo de refugiados al Norte de África, a Portugal, en primera instancia, y después al resto de Europa. Con ellos se marcha una parte de la población que está alfabetizada en su mayoría y dedicada a labores comerciales e intelectuales.
En paralelo a estos acontecimientos, el mundo de las ideas también se mueve. La situación desastrosa del siglo XIV hace que surja un movimiento de oposición al escolasticismo que desembocaría en el siglo XV en lo que conocemos como Renacimiento. Este movimiento sin embargo no empezó simpatizando demasiado con la alquimia; así Petrarca, padre con Boccaccio del primer Renacimiento italiano en el siglo XIV, describía a los alquimistas como “Son tontos que buscan comprender los secretos de la naturaleza”. Y es que la búsqueda alquímica de la obtención del oro había degenerado en misticismo y magia y algunos lo aprovecharon para sacar provecho propio. Sin embargo, el estudio alquímico de las interacciones materiales terminó encontrando una aplicación una vez que se reformó ligera pero radicalmente.
El cambio de siglo trajo un cambio profundo en la mentalidad del conjunto de los europeos, no solo de las élites eruditas. El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero clavaba un texto suyo titulado Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. El cuestionamiento abierto del poder absoluto de la Iglesia de Roma en los ámbitos de la fe y el pensamiento había comenzado.
El rechazo a la autoridad eclesiástica llevó a levantamientos, opresiones, y sangrientas guerras de religión que cambiaron la faz de Europa.
La Reforma de la química estuvo acompañada de un derramamiento de sangre mucho menor pero también supuso una ruptura con la forma en la que las cosas se habían venido haciendo. La nueva idea revolucionaria era que la química podía usarse para algo más que para fabricar oro: también podía usarse para obtener medicamentos; los europeos se adentraban en el mundo de la iatroquímica que indios y chinos ya exploraban desde hacía siglos.
Vista desde hoy la aplicación de la química a la medicina puede parecer trivial, pero en la época ello suponía rechazar a unas autoridades tan asentadas como Galeno, Hipócrates o Avicena. De hecho esta Reforma necesitó a un equivalente a Lutero para poder sacarla adelante: Phillippus Theophrastus Aureolus Bombastus von Hohenheim, quien, no demasiado humilde, se comparaba a sí mismo con Aulus Cornelius Celsus, el autor romano del s. I de De medicina, de ahí su sobrenombre, “Paracelsus”.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
La Reforma química – Cuaderno de Cultura…
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