Jan (o Joan o Johannes) Baptista van Helmont nació en Bruselas probablemente en 1580 (aunque hay fuentes que dan distintas fechas anteriores hasta 1577). Nacer en Bruselas a finales del XVI suponía hacerlo en un dominio español y, por tanto, vivir sujeto a la Inquisición española, lo que tendría después consecuencias mayores en la vida de van Helmont.
Hijo de la baja nobleza flamenca, van Helmont tuvo los medios para poder seguir sus inquietudes intelectuales. Quizás esta libertad económica le permitió seguir sus impulsos más de lo conveniente. Inicialmente dijo de estudiar artes en Lovaina, pero llegó al convencimiento de que los grados académicos eran pura vanidad, por lo que dejó la universidad antes de conseguir titulación alguna afirmando que no había aprendido nada. Después estudió con místicos variados y con los jesuitas, explorando de paso la literatura clásica y la contemporánea. Tampoco le satisfizo. Decidió entonces estudiar medicina pero, tras un tiempo, lo dejó regalando sus costosos libros a otros estudiantes, aunque más tarde diría que los tenía que haber quemado (en la mejor tradición paracelsiana). Al igual que Paracelso, finalmente decidió que la mejor forma de aprender medicina era viajar.
Para el nuevo siglo XVII, van Helmont se vuelve menos errático en sus planteamientos. En 1599 había obtenido finalmente un primer grado en medicina (Lovaina) y había comenzado a ejercerla. Tuvo algo de éxito como médico y, por lo que parece, fue capaz de ayudar a algunas personas durante la epidemia de 1605 en Amberes. En 1609 obtendría el doctorado.
Sin embargo, el ejercicio de la medicina en primera línea tuvo un enorme efecto sobre él, llegando a afirmar: “Rechazo vivir de la miseria de mis semejantes” o “acumular riquezas y poner en peligro mi alma”. Tras lo cual decidió abandonar la práctica de la medicina y dedicarse a la investigación privada.
Esto fue posible porque el mismo año en el que obtuvo su doctorado se casó con la rica heredera Margaret van Rast. En su casa de Vilvoorde ya solo se dedicaría a reproducirse (5 o 6 hijas y 1 varón tuvo, al que llamó Franciscus Mercurius, como homenaje a su arte) y a investigar. Él lo expresaba así:
“Dios me ha dado una esposa pía y noble. Me retiré con ella […] y durante siete años me dediqué a la pirotecnia [química] y a la caridad con los pobres.”
En la época de van Helmont la palabra químico había venido a nombrar a cualquiera que preparase medicinas, extractos y sales, y la palabra alquimista se había convertido ya en sinónimo de estafador. Por tanto, van Helmont se encontró con que no había un término que describiese con propiedad a qué se dedicaba, y aunque a veces empleaba la palabra pirotecnia para referirse a su arte, para referirse a su ocupación creó uno: cuando se le preguntaba decía que él era philosophus per ignem, esto es, filósofo por el fuego (hay quien, incomprensiblemente, traduce como filósofo de fuego).
En el siglo de la esquizofrenia química, van Helmont la encarna como nadie. Como veremos, fue muy avanzado en algunas cosas y, sin embargo, en otras tremendamente retrógrado hasta lo mágico. Baste como ejemplo de esto último el motivo por el que la Inquisición mostró algo más que interés en su persona.
En 1625 apareció publicado, no se sabe si con la autorización o no de van Helmont, un tratamiento “revolucionario” para las heridas por arma blanca. La herida había que lavarla con agua limpia y vendarla con vendajes también limpios, y nada más; por otra parte al arma causante de la herida había que tratarla con ungüentos medicinales y bálsamos. Irónicamente, el tratamiento tenía éxito comparado con la práctica habitual de llenar la herida de sucios preparados herbáceos o aplicarle preparados alquímicos mayormente tóxicos, simplemente porque prevenía las infecciones mucho mejor y no empeoraba la situación del herido.
Pero eso de que un laico anduviese por ahí aplicando tratamientos medio mágicos era algo que la Inquisición tenía que investigar. Encontró culpable a van Helmont de herejía, arrogancia y asociación con grupos calvinistas y luteranos (evidentes manifestaciones corpóreas del maligno). Como Galileo, van Helmont no era tonto, y como Galileo se apresuró a reconocer sus errores y sus “manifestaciones escandalosas”; pero, como a Galileo, eso no le libró de ser arrestado, interrogado reiteradamente y, finalmente, ser puesto bajo arresto domiciliario, a efectos prácticos, por lo que le quedaba de vida.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Manuel López Rosas
¡Qué importante podernos acercar a los rasgos de otras trayectorias no tan conocidas de fundadores y antecedentes de la ciencia actual!
Impresionante la importancia del medio político, económicoy sociocultural en el que estos fundadores debían definir su participación.
Seguiremos leyendo estas series con gran interés. Gracias Cesar Tomé.
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