El sistema límbico no constituye una región encefálica separada, con entidad propia, sino que lo integran un conjunto de estructuras ubicadas en diferentes áreas que se hallan dispuestas, principalmente, a ambos lados del tálamo, justo por debajo del cerebro, y que establecen múltiples e intrincadas conexiones neuronales entre ellas. A este sistema pertenecen ciertas porciones de áreas tales como la corteza cerebral, los núcleos basales, el tálamo y el hipotálamo, por lo que incluye estructuras con origen en diferentes vesículas embrionarias (telencéfalo, mesencéfalo y diencéfalo).
El sistema límbico está implicado en numerosas funciones, como la génesis de las emociones, la motivación, la memoria a largo plazo, la olfacción, el comportamiento sociosexual y la supervivencia.
En el pasado también ha sido denominado cerebro paleomamífero o corteza paleomamífera, un nombre que tiene que ver con una concepción de la arquitectura encefálica basada en su supuesta antigüedad evolutiva. Según esa concepción, los componentes del encéfalo serían: (1) el encéfalo primitivo (o reptiliano), al que corresponden el tallo encefálico, el puente, el cerebelo, el mesencéfalo, los ganglios basales más antiguos y los bulbos olfatorios; (2) el encéfalo intermedio (o “mamífero antiguo”), al que corresponden las estructuras del sistema límbico; y (3) el encéfalo superior o racional (o “mamífero nuevo”), integrado por los hemisferios cerebrales y algunas áreas subcorticales. No obstante, esa clasificación de las estructuras y sus funciones no se compadece con la historia evolutiva real de las correspondientes áreas, porque la distinción entre “reptiliano”, “mamífero antiguo” y “mamífero nuevo” carece de la debida fundamentación. Los ancestros comunes de reptiles y mamíferos ya tenían un sistema límbico bien desarrollado y configurado de forma similar al actual. Y las aves, que evolucionaron de los dinosaurios en la misma época en que aparecieron los mamíferos también tienen un sistema límbico bien desarrollado.
Uno de los componentes más importantes de este sistema es la amígdala, una estructura subcortical doble (una en cada hemisferio) que se encuentra por debajo del lóbulo temporal. Desempeña funciones importantes en el procesamiento de la memoria, la toma de decisiones y las reacciones emocionales. Es de especial importancia su rol en el procesamiento de señales que generan miedo. La amígdala activa el sistema de estrés de lucha o huida controlado por el hipotálamo y que permite preparar al organismo para que adopte uno de esos dos comportamientos. Aunque la decisión relativa a la adopción de uno de ellos es posterior y corre a cargo de la corteza, el sistema activado por la amígdala permite que, sea cual sea, la respuesta se produzca con la máxima intensidad ya que hace que el organismo disponga de abundante energía y oxígeno para ello.
El hipotálamo mantiene una intrincada red de relaciones con las áreas corticales superiores y con el resto del sistema límbico, principalmente con la amígdala. Juega, como ya vimos en una anotación anterior, un papel clave en la coordinación de diferentes respuestas a cargo del sistema nervioso autónomo y el sistema hormonal. Y es, como acabamos de ver, el centro que desencadena las acciones propias de la respuesta de lucha o huida que activa la amígdala.
La corteza superior también juega un papel importante en el desarrollo de comportamientos en los que está implicado el sistema límbico. Si bien este último desencadena acciones fisiológicas rápidas en respuesta a señales que le llegan directamente, la corteza cerebral interviene para hacer una valoración precisa de la información que ha desencadenado la primera respuesta, y también para dar lugar a la secuencia de respuestas motoras adecuadas. Las respuestas consistentes en atacar o huir de un adversario, desplegar la actividad de emparejamiento o la expresión de emociones pueden ser inducidos por el sistema límbico, pero la valoración precisa de su conveniencia e intensidad y la ejecución de las órdenes motoras que dan lugar a los movimientos que las desarrollan son tareas propias del cerebro. Un ejemplo ilustrativo del papel de la corteza en determinadas respuestas en las que participa el sistema límbico es su intervención en la génesis de la sonrisa. La secuencia estereotipada de movimientos que la producen está preprogramada en la corteza cerebral y, en determinadas circunstancias, el sistema límbico puede invocarla para dar lugar a su expresión de forma involuntaria. Pero como sabemos, también podemos ejecutar la misma secuencia de forma voluntaria como consecuencia de una decisión consciente como, por ejemplo, al posar para una fotografía.
Otra vertiente importante de la actividad del sistema límbico es su implicación en el refuerzo o supresión de comportamientos que han sido, respectivamente, placenteros o desagradables. Las regiones del sistema límbico implicadas en esas funciones se denominan centros de recompensa o de castigo, porque su estimulación provoca sensaciones placenteras o desagradables. Los centros de recompensa son especialmente abundantes en áreas que intervienen en actividades tales como la alimentación, la bebida y la actividad sexual, razón por la cual beber, comer y practicar sexo son actividades que reportan placer.
Fuentes:
Eric R. Kandel, James H. Schwartz, Thomas M. Jessell, Steven A. Siegelbaum & A. J. Hudspeth (2012): Principles of Neural Science, Mc Graw Hill, New York
Lauralee Sherwood, Hillar Klandorf & Paul H. Yancey (2005): Animal Physiology: from genes to organisms. Brooks/Cole, Belmont.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Consejos para combatir la ansiedad por comer – Dietowell – Nutrición Personalizada
[…] estas sustancias estimulan el sistema límbico del cerebro, encargado del placer. El principal problema es que generan dependencia y tolerancia en […]