Asesinos en serie

La biología estupenda Preparados para matar Artículo 6 de 10

Este capítulo, así como el que se refiere a la utilización política de la violencia que vendrá más adelante, no me dan para escribir mucho. Es un tema poco estudiado con enfoque científico y, a la vez, es muy popular. Una pequeña introducción, aclarar algunos conceptos y dejar hablar a los asesinos, ellos lo dicen todo y, espero, nos quedarán pocas dudas sobre lo que son. Y es difícil encontrar una explicación evolutiva a su existencia. Por ahora sigo en la duda.

Uno de los más famosos asesinos en serie, Jack «el destripador», representado en una caricatura de «Punch» de 1888 como el fantasma de la muerte que recorre Whitechapel.

Los asesinos en serie, que forman parte de la humanidad desde siempre, y solo hay que recordar los 28 cadáveres de la Sima de los Huesos en Atapuerca, quizá más crimen en masa que asesinatos en serie, son el 1% del total en Estados Unidos, el país donde más abundan las investigaciones y las estadísticas sobre este asunto. Se define al asesino en serie como el que comete tres o más asesinatos en lugares y tiempos diferentes, con fases temporales de recuperación y con fallos emocionales o psicopatológicos. Pueden ser organizados o desorganizados, localizados o itinerantes, visionarios o controladores, y otros tipos.

Peter Kurten: La verdadera historia de Peter Lorre

Tenía un pequeño cuchillo de bolsillo con el cual corté su garganta. Oí los chorros y el goteo de la sangre en la estera al lado de la cama. Salió a borbotones en un arco. La cosa entera duró cerca de tres minutos. Entonces salí, cerré la puerta otra vez y regresé a mi casa en Düsseldorf.”

Siempre recordaré a El Vampiro de Düsseldorf, con el rostro atormentado y los ojos saltones de Peter Lorre en la película, dirigida por Fritz Lang, estrenada en 1931, el mismo año en que el verdadero Vampiro fue ejecutado. Se llamaba Peter Kurten y había nacido el 26 de mayo de 1893 en Mülheim, que hoy forma parte de Colonia. Era el tercero de 13 hermanos de una familia pobre sometida a un padre alcohólico y violento que los maltrataba y llegó a violar a alguna de las hermanas de Peter; es probable que el mismo Peter también fuera violado. A los ocho años huyó de casa y cometió diversos delitos y eran frecuentes sus entradas y salidas de la cárcel. A los nueve años, y según propia confesión, asesinó a dos amigos ahogándolos en el Rhin. Fueron sus primeros asesinatos. También violaba, torturaba y mataba animales, sobre todo perros, e incluso llegó a trabajar en una perrera. Entre 1902 y 1913, es acusado de estafa, robo con fractura, pirómano y desertor.

En 1913 estranguló y degolló a Kristine Klein, de trece años, que se encontraba en una casa en la que entró a robar. Kurten se casó en 1921 y se trasladó a Altenburg donde encontró trabajo de camionero. Su boda, una condena en la cárcel y la Primera Guerra Mundial interrumpieron los asesinatos. Pero en 1925 volvió a Düsseldorf y volvió a matar.

Su año más sangriento fue 1929. El 8 de febrero, atacó a una joven y violó y mató a Rosa Ohliger, una niña de ocho años; el 13, apuñala veinte veces a un inválido borracho, mecánico de oficio, y cuando es descubierto el cadáver, Kurten aparece por allí y charla sobre el caso con la policía; el 11 de agosto, estrangula y apuñala a una criada llamada Marie Hahn; el 21, ataca con su navaja a tres personas; el 23, dos hermanas de cinco y catorce años; el 24, mata a un hombre; en septiembre, comete dos violaciones y dos asesinatos, y en uno de ellos mata a una mujer con un martillo; y el 7 de noviembre, otra niña de cinco años. De este último asesinato, envió a la prensa un mapa para que pudieran localizar el cadáver. La policía, ante la cantidad de ataques y la diversidad de armas y víctimas, empieza a creer que hay más de un loco suelto. En febrero y marzo de 1930, ataca a varias personas con el martillo pero ninguna muere.

Düsseldorf enloqueció de terror. Nadie se atrevía a salir solo a la calle. La recompensa por la captura del asesino alcanzó cifras fabulosas y la policía recibió denuncias de hasta 900000 personas. Se siguieron 12000 pistas y hasta 200 personas se acusaron de ser los autores de los crímenes del Vampiro.

Maria Budlick era criada. Conoció a Kurten el 14 de mayo de 1930. La convenció para ir a un bosque y allí la estranguló y violó. Pero Maria sobrevivió al ataque. Acudió a la policía y describió a Kurten y pronto su retrato robot circulaba por toda Alemania. Era cuestión de tiempo.

Kurten, con su habitual y extraña conducta, le confesó a su esposa quien era y, para no perder el dinero de la recompensa por su captura, le pidió que le delatara a la policía. El 24 de mayo de 1930, el Vampiro de Düsseldorf se entregó a la policía. Confesó sus crímenes, aunque en el juicio que se celebró un año después, en mayo de 1931, cambió varias veces su declaración. Con un acuerdo muy amplio entre los conocedores de la historia de Kurten, se le atribuyen nueve asesinatos, siete intentos frustrados y unas ochenta agresiones sexuales. Los expertos psiquiatras lo declararon responsable de sus actos y fue condenado a muerte.

Peter Kurten murió guillotinado en el patio de la prisión de Klügelputts el 2 de julio de 1931, a los 48 años. Según cuentan, quizá es una leyenda, una de las últimas frases de Kurten, raro como era, fue preguntar si “una vez guillotinado, aunque sea por poco tiempo, ¿podré oír la sangre saliendo de mi cuello?”

El 11 de mayo de 1931, durante el juicio de Kurten y mes y medio antes de su ejecución, Fritz Lang había estrenado en Berlín M, El Vampiro de Düsseldorf. Sólo dirigió una película más en Alemania; pronto marcharía, primero a Francia y después a Estados Unidos. El fantasma del nazismo cubría Alemania. Hasta 1959 no volvería a dirigir películas en su país.

Saber por qué un asesino mata a menudo es una incógnita de difícil respuesta. Kurten, en el juicio, habló de su pasión por beber la sangre de sus víctimas, en un síndrome llamado hematodipsia, del placer sexual en el momento de matar y, también, de matar para “aleccionar a una sociedad opresiva”. También declaró que llegaba al orgasmo cuando mataba y que variaba el número de puñaladas según el tiempo que tardaba en eyacular. Además, estaba su vampirismo, su afán de beber sangre, con implicaciones sexuales. El vampirismo se define, en términos psiquiátricos, como el acto de extraer sangre de un objeto, normalmente un objeto de amor, y recibir excitación sexual y placer. La sangre se puede obtener de varias maneras, aunque las usuales son la puñalada y el mordisco. El momento de extraer o sorber la sangre de la herida es una parte importante de la acción del vampiro. Como ven, todo coincide con las declaraciones de Peter Kurten.

El Vampiro de Düsseldorf fue la cristalización del miedo de todo un pueblo. Como ocurre con nuestro Sacamantecas, al que tanto se parece, el Vampiro sigue dando miedo en la actualidad. Un vampiro siempre ejerce una cierta fascinación, tiene poder sobre otras personas y produce terror. Hablar del Vampiro es hablar de un ser maléfico difícil de encarnar en una persona concreta, en el ciudadano llamado Peter Kurten (o en el rostro de Peter Lorre). El Vampiro es, al final, un mito cuyas apariciones traen, y a la vez predicen, los malos tiempos que se viven. Hay que recordar que estamos en la torturada Alemania de entreguerras, y pronto llegará el nazismo, que ya era entonces una realidad palpable en las calles de Alemania.

Arnold Edelstein, del Sistema de Prisiones de Israel, publicó hace unos años una revisión de los tipos de asesinos en serie. Para el autor está el asesino en serie en sentido estricto, con una víctima en cada crimen y repitiendo después de un intervalo de tiempo, hasta llegar a las tres víctimas y convertirse, oficialmente, en asesino en serie. En cambio, el asesino de masas llega a las tres víctimas en un solo episodio. Y también define Edelstein al asesino de masas en serie como el que coloca bombas, con muchas víctimas, en varias ocasiones. Finalmente, el autor comenta la orgía de asesinatos de quien mata a tres o más víctimas en varios episodios separados por horas o por pocos días.

Cuesta encontrar un motivo o, si se quiere, un móvil, para estos crímenes. O. por lo menos, un motivo que entendamos los demás. Ya veremos más adelante que, viendo sus antecedentes y la historia de su vida, sobre todo en la infancia, quizá podamos llegar a las causas de su conducta pero es difícil captar la justificación de sus actos. Como ocurre a menudo en este libro, podemos explicar pero eso no justifica en absoluto el comportamiento de los asesinos desde nuestra cultura y sociedad.

En general, se afirma que, para los asesinos de un solo crimen, la violencia quizá sea un experimento sin control. Sin embargo, para el asesino en serie, la violencia es el equivalente de un programa de intenciones, incluso de un programa de investigación, con diferentes experimentos para mejorar lo que busca el autor, sea lo que sea.

El asesino en serie se enfrenta al caos o al disparate que para él es su vida e intenta, con sus crímenes, ponerle un orden y encontrarle un sentido. Como escribió hace unos años un asesino en serie “se convierte la vida en un cómic en el que cualquier cosa es posible”. Por ejemplo, es, en el fondo, lo que intentan conseguir los profesionales de la medicina que matan deliberadamente a sus pacientes con la excusa de liberarles de su sufrimiento.

Sylvestre Matuska: El amante de los trenes

Austríaco, de origen húngaro, era un ingeniero de ferrocarriles que, por lo que cuentan, solo alcanzaba el orgasmo ante una catástrofe ferroviaria con descarrilamiento incluido. Quizá, en psiquiatría, esta obsesión hasta tiene un nombre específico; lo ignoro, pero la obsesión es fascinante.

Nació Sylvestre Matuska, o Szilveszter Matuschka, el 29 de enero de 1892 en Csantaver, en la Vojvodina, pueblo que ahora se llama Cantavir y pertenece a Serbia. Hijo de un zapatero, fue movilizado en 1914 por el ejército austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial. En 1915 pertenece a un regimiento de zapadores que cubre la retirada ante el avance de los rusos en Galitza, hoy Polonia. Su regimiento vuela puentes, carreteras, vías de tren y esclusas y Matuska, ya ingeniero, destaca por su habilidad y sangre fría. Ingeniero mecánico especializado en trenes, inventó un sistema de frenos para locomotoras y tenía otras 92 patentes depositadas.

Aunque incluso es condecorado, cuando la guerra termina, la vida en Hungría derrotada es difícil. Prueba varios oficios y fracasa; es comerciante, tendero, albañil, transportista y, por fin, prospera con la explotación de una cantera. Excelente marido y padre, se instala en Viena como un buen burgués y un católico practicante

En Austria, en diciembre de 1930 y enero de 1931, hizo sus dos primeros intentos, uno en Viena y otro en Berlín, ambos fallidos, para descarrilar un tren y provocar un desastre. Tuvo éxito el 8 de agosto de 1931 al conseguir que descarrilara el tren expreso Berlín- Basilea. No hubo víctimas. Entre los restos se encontró un medio destrozado periódico nazi y, por ello, se supuso que había sido un atentado con trasfondo político. Se ofreció una fuerte suma como recompensa por la captura de los culpables.

Un mes más tarde, el 13 de septiembre, a las 12.20 horas, el expreso de Viena descarriló y cayó del viaducto de Biatorbagy, cerca de Budapest. Matuska voló parte del puente y la locomotora y nueve de los once vagones cayeron unos 30 metros al barranco. Murieron 22 personas y 120 resultaron heridas, 17 de ellas de gravedad. Entre los pasajeros que se salvaron estaba la cantante y actriz Josephine Baker, que entretuvo a los heridos y a los viajeros ilesos con sus canciones.

Matuska, que, por supuesto, estaba en la escena del crimen observando, y supongo que disfrutando, todo lo que veía, se hizo pasar por un pasajero del tren que no había resultado herido y le dejaron marchar.

Sin embargo, ya en ese momento, la policía de varios países perseguía al autor de los cuatro descarrilamientos o intentos de descarrilamientos. Sospechaban de Matuska y le detuvieron en Viena un mes más tarde, el 10 de octubre de 1931, y pronto confesó.

En Austria le juzgaron y le condenaron por los atentados fallidos pero, a continuación, fue extraditado a Hungría, con la condición de que no fuera ejecutado. Así ocurrió: fue condenado a muerte y su pena conmutada por cadena perpetua.

Escapó de la cárcel en 1944, en la confusión del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército soviético invadió Hungría, todavía aliada de los alemanes. Matuska desapareció, aunque hay quien asegura que se convirtió en un experto en explosivos en el Ejército Rojo y que, incluso, participó en la guerra de Corea.

Los motivos de Matuska para descarrilar trenes son, por supuesto, o desconocidos o estrambóticos. En el juicio declaró que se lo había ordenado Dios. Además se explayó afirmando que “destrozo trenes porque me gusta ver a la gente morir, me gusta escuchar como gritan”. También se afirmó en el juicio que Matuska solo alcanzaba el orgasmo cuando veía los trenes que había descarrilado.

Un personaje así parecía fuera de lugar en nuestra época pero, en 1990, la banda Lard, de heavy metal, lo recuperó y compuso una canción con su nombre y su historia (se puede escuchar en YouTube). Es obvio que es un tema heavy metal y, por lo tanto, feroz y ruidoso. Una de las estrofas dice así:

Es un mensaje de Dios

Dinamita

Fin de la línea

Rechina el metal

Gritan los heridos

Explotan las bombas”.

Cuenta Juan Antonio Cebrián que hay tres características en los niños que les hacen candidatos a asesinos en serie: micción nocturna, hacer daño a animales o amiguitos, y atracción por el fuego. Por supuesto, no todos los que llevan estas conductas serán, al crecer, asesinos. Sería terrible porque esas conductas se dan en muchos niños. Vienen de la incompetencia de los padres, a menudo delictiva, con un entorno social poco eficaz y con fantasías ligadas al sexo y a la violencia.

Los asesinos en serie no sienten que sean malos sino, más bien, que las humillaciones y las provocaciones les obligan a cometer todo tipo de actos terribles. Eran, muchos de ellos, psicópatas, pero no enfermos mentales y distinguían con claridad el bien y el mal.

Todas estas características de los asesinos en serie las comenzó a organizar a finales de los ochenta Robert Ressler, entonces en el FBI. Fue el primero en utilizar el término de asesino en serie después de que, en una conferencia, uno de los asistentes hiciera una referencia a “crímenes en serie”. A Ressler le gustó el término y, a su vuelta al cuartel del FBI, comenzó a utilizar el concepto de asesinos en serie para aquel que “comete un crimen, y otro y otro de manera repetitiva”.

Definió asesino en serie y enumeró las conductas y comportamientos que lo caracterizaban. También afirmó que un asesino en serie es un don nadie que quiere ser alguien, y no a través de una fama positiva, sino de la infamia y la crueldad. Cualquier tipo de reconocimiento es bueno para él. Muchos comienzan a matar porque son tan inadecuados para otra cosa que se sienten incapaces de sentir reconocimiento por lo que hacen. Fantasean con ser asesinos, con matar, con ser famosos,… Son el centro de atención, se sienten bien, aunque la atención sea positiva o negativa, les da igual.

Pittsburgh Phil Strauss: El mejor trabajador de la empresa

Es el más profesional de los asesinos de la Mafia y fascina por su sangre fría y su indiferencia ante el dolor de los demás. Declaró en una ocasión que, como un jugador de fútbol, “me preparé para hacer este trabajo; los jefes se fijaron en mí, y acabé jugando en primera división”. Es cierto, personas con tanta experiencia y criterio como Lucky Luciano, Joe Adonis o Albert Anastasia se fijaron en Pittsburgh Phil Strauss y terminó siendo el asesino más eficaz de la Murder, Inc., la empresa de crímenes por encargo con sede en Nueva York y contratos por todo Estados Unidos. De Brooklyn al cielo, si lo deseabas, y los expertos de Murder, Inc., te facilitaban el tránsito al otro mundo.

Nacido en Brooklyn como Harry Strauss en 1908, adoptó el alias de Pittsburgh Phil aunque no tenía nada que ver con la ciudad del mismo nombre, pero le sonaba bien. De todas formas, sus amigos de confianza le llamaban “Pep”.

Era todo un experto en mil maneras de matar, como el buen profesional y artesano que aspiraba a ser. Cuando tenía que cumplir un contrato en cualquier lugar del país, ponía en su maleta una camisa, unos calcetines, unos calzoncillos, una pistola, un cuchillo, un trozo de cuerda bueno para estrangular y un pico de hielo, herramienta que le gustaba especialmente. Iba en tren o en avión, hacía su trabajo y cogía el siguiente enlace a Nueva York. A menudo, Pittsburgh Phil no sabía quién era el muerto, es más, no le importaba en absoluto no saberlo.

Cuando en 1940 la fiscalía de Brooklyn, dirigida por William O’Dwyer, desmanteló Murder, Inc., encontraron pruebas suficientes como para acusar a Pittsburgh Phil de 28 asesinatos. Son los probados; hay quien afirma que el total se acercaría a los 500. Quizá es exagerado, pero es muy probable que superen en mucho los 100.

Era y se sentía un dandi, elegante y mujeriego, y ocupaba la habitación de hotel más cara y lucía la ropa más fina de la ciudad. Un comisario de policía que le interrogó dijo que era el tío más elegante del lugar y, sin embargo, no había tenido un trabajo honrado en su vida. Es obvio que el bribón, alto, esbelto y elegante Pittsburgh Phil tuvo gran éxito con las mujeres. En Brooklyn, donde le conocían bien, le perseguían y su romance con Evelyn Mittelman, incluido el asesinato de un rival, contribuyó a que la chica fuera conocida como “Miss Beso Mortal”.

En su trabajo, Pittsburgh Phil era eficaz y salvaje. Uno de los asesinatos que se le atribuyen es el de George Rudnick, que tenía la mala fama de ser confidente de la policía. Cuando se encontró su cuerpo, la descripción del forense es fría y directa: “Es un varón adulto, algo desnutrido, con un peso aproximado de 140 libras y 6 pies de altura. Presenta 63 heridas de puñales en el cuerpo. En el cuello tiene 13 puñaladas. En la parte derecha del tórax tiene 50 heridas circulares. Tiene una laceración en la región frontal de la cabeza; la herida es abierta y el hueso está hundido. El rostro está azul. La lengua sobresale de la boca. A la altura de la laringe se observa un surco, blanco y hundido, más o menos de la anchura de una cuerda de colgar la ropa (de tendedero). En la disección del corazón se observó que su pared estaba completamente atravesada por puñaladas. Mi conclusión es que la causa de la muerte fueron múltiples puñaladas y asfixia debida a estrangulamiento.”

Todo un profesional Pittsburgh Phil Strauss. Si le encargan un asesinato, se asegura a conciencia de que el “contrato” está muerto y bien muerto. Vamos, ni siquiera el forense sabe de qué ha muerto al haber tantas causas probables.

En otra ocasión, en un contrato en Detroit no encontraba manera de cumplirlo pues el condenado, Harry Millman, siempre se mantenía a cubierto o entre multitudes o comía en restaurantes repletos de comensales. Es igual, nuestro asesino se harto de esperar y, cuando Millman estaba comiendo, apareció armado con dos revólveres y lo mató y, de paso, hirió a otros cinco clientes del establecimiento. O como cuando mató a un tipo al que se acusaba de quedarse el dinero de las tragaperras. Se lo cargó con 32 golpes de un pico para el hielo, lo ató a una tragaperras y lo tiró a un lago en las montañas Catskills. Una semana más tarde, el cadáver subió a la superficie del agua, hinchado por los gases de la descomposición. Pittsburgh Phil comentó a sus colegas que para conseguir que este tipo no flotara había que ser doctor en medicina. Así, nuestro experto asesino aprendió algo más sobre el caprichoso comportamiento de los cadáveres.

Que se sepa, Pittsburgh Phil solo falló en el cumplimiento de un contrato. Fue a Florida a matar a un mafioso. Lo siguió, entró en un cine y se sentó en la última fila. Pittsburgh Phil llevaba una pistola pero pensó, con razón, que usarla sería muy ruidoso. Vio un hacha en un armario contraincendios. La cogió y, cuando se acercaba a su víctima, esta se levantó y se volvió a sentar unas filas más adelante, en el centro del patio de butacas. Nuestro asesino se hartó y dejó el hacha, salió del cine y volvió a Brooklyn. Allí contó a sus amigos que el tipo era “un maldito culo inquieto”.

A veces, un experto, si no encuentra las circunstancias apropiadas, las crea. También fue en Florida donde Pittsburgh Phil Strauss tenía que asesinar a un mafioso ya entrado en años y que no hablaba ni palabra en inglés. Nuestro experto no encontraba forma de llevarle a algún lugar discreto donde asesinarlo sin testigos. Se le ocurrió una solución ingeniosa pero, también complicada. Visitó al mafioso, le enseñó una maleta llena de armas y, por señas, le pidió ayuda para cumplir un contrato. El viejo mafioso, feliz de volver a ser útil, cogió una cuerda de la maleta y llevó a Phil a un callejón oscuro muy apropiado para cumplir un contrato. Y se cumplió el contrato. Phil le quitó la cuerda de las manos y le estranguló allí mismo.

Fue Abe Reles, su compañero de negocios en Murder, Inc., quien comenzó a cantar para la policía y la fiscalía de O’Dwyer y no paró y acabó por enviar a todos sus colegas a la silla eléctrica. Así pasó hasta que el mismo Reles fue objeto de contrato y saltó desde la ventana de la habitación del hotel, la 623 del Half Moon Hotel de Coney Island, en el que vivía protegido por las fuerzas del orden.

Mientras Abe Reles volaba, Pittsburgh Phil Strauss iba a juicio el 4 de septiembre de 1939, junto a su compañero en Murder, Inc., Martin “Buggsy” Goldstein, por el asesinato por estrangulamiento del corredor de apuestas Irving “Puggy” Feinstein, cuyo cadáver apareció quemado en un solar. Phil, para salvarse en el juicio, se hizo el loco y él, tan elegante, dejó de afeitarse y lavarse, iba con la ropa sucia y sus declaraciones eran un balbuceo incoherente a la vez que mascaba sin parar la correa de un maletín. No convenció a nadie y el 12 de junio de 1941, en una calurosa noche de verano, Pittsburgh Phil Strauss, a los 31 años de edad, se sentó en la maldita silla eléctrica del penal de Sing Sing.

Referencias:

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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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