Bernini, un genio con grietas

Conferencia Crónicas Artículo 29 de 29

¿Cómo es posible que uno de los mayores artistas de la historia del arte estuviera a punto de cargarse la basílica más emblemática del catolicismo? La pregunta, que podría parecer exagerada, resume a la perfección el episodio que el divulgador e historiador de arte Miguel Ángel Cajigal, más conocido como El Barroquista, revivió en Naukas Bilbao 2025.

© Iñigo Sierra | Cátedra de Cultura Científica de la EHU.

En apenas diez minutos de charla, El Barroquista cerró la decimoquinta edición de Naukas Bilbao con la reconstrucción de una historia apasionante y no muy conocida. El protagonista, Gian Lorenzo Bernini, uno de los grandes artistas del Barroco, que se vio al borde del desastre arquitectónico por no saber decirle no a su jefe, el papa. Esta es una historia sobre torres que (casi) se caen, de egos que pesan más que un edificio, pero, sobre todo, de genios con grietas.

Bernini, el Barroco con mayúsculas

Bernini es sinónimo de grandiosidad barroca. Escultor prodigioso, arquitecto todoterreno, y un artista querido y protegido por casi todos los papas con los que trabajó. Sin embargo, tal y como recordó el divulgador, también fue un profesional que no fue capaz de escapar de la presión y del poder de sus jefes, ni de su propio ego, lo que le llevó a cometer graves errores en algunas de sus obras.

Cajigal desmontó con agilidad el mito del “genio infalible”, esa figura intelectual, artística o científica que hemos elevado culturalmente como si estuviera por encima del bien y del mal, y sobre la que se ha proyectado una imagen muchas veces alejada de la realidad, por interés político o cultural de una determinada época.

© Iñigo Sierra | Cátedra de Cultura Científica de la EHU.

“Los genios, que no son ‘dioses’ sino humanos, con sus aciertos y errores, también se equivocan, pelean o, incluso se pegan con sus jefes como Johann Sebastian Bach. A veces también metían la pata como Bernini, que estuvo a punto de colapsar el edificio de los papas, irónicamente por cumplir el capricho de uno de ellos, el papa Urbano VIII”, explicó.

Las torres malditas del Vaticano

La cronología es la siguiente. Urbano VIII, papa con gusto por lo monumental, quería torres en la fachada de la basílica de San Pedro. Bernini, bien por presión, por un exceso de confianza, o por una mezcla de ambas, aceptó levantar unas estructuras que los arquitectos anteriores que trabajaron en el edificio, como Carlo Maderno, ya habían descartado por inviables. El suelo no era el mejor: endeble, irregular, con restos de necrópolis, ríos subterráneos y ruinas romanas.

Al poco de empezar los trabajos en la primera torre, las grietas no tardaron en asomarse. Bernini trató entonces de convencer al papa de parar las obras. E incluso se planteó construir la parte superior de la torre en madera para aligerar peso. Sus esfuerzos resultaron en balde. El papa le ordenó continuar con las obras y así sucedió hasta que la amenaza de colapso fue inminente. “Menos mal que a Bernini no se le ocurrió construir ambas torres a la vez, porque tuvo que desmontar la torre a toda prisa, piedra a piedra, con cuidado de que no se llevara por delante media basílica”, añadió.

© Iñigo Sierra | Cátedra de Cultura Científica de la EHU.

El pueblo de Roma, a quien por aquel entonces ya le interesaba el cotilleo, no tuvo piedad. Durante meses el arquitecto fue objeto de burlas, bromas y chascarrillos de artistas, clérigos y ciudadanos de a pie. El arquitecto italiano enfermó -probablemente de puro estrés- y su prestigio se tambaleó, al igual que la torre que acababa desmontar.

De entre esos artistas que esperaban la catástrofe se encontraba Francesco Borromini, arquitecto brillante y, a la postre, su eterno rival. Borromini, que era arquitectónicamente superior, sabía que aquello no iba a funcionar y seguramente estaba esperando que el edificio se viniera abajo. La competencia por llevarse los mejores encargos era feroz, y como recordó Cajigal, más que un debate de estilo aquello se convirtió en una guerra total de egos. “Si esto hubiera ocurrido en nuestra época -bromeó- seguramente hubiéramos podido disfrutar de grandes momentos gracias a su beef en el antiguo Twitter”.

© Iñigo Sierra | Cátedra de Cultura Científica de la EHU.

La historia de las torres que no fueron casi termina con la carrera de Bernini, pero logró sobrevivir a este error e incluso remontar. Años después diseñó la famosa columnata de San Pedro, pórtico barroco que “abraza” de forma simbólica a los fieles que llegan a la plaza. Esta obra, probablemente la mejor del Bernini arquitecto, además de sorprender, consigue ocultar en gran medida el caos arquitectónico que reina en el Vaticano.

Sin embargo, el diseño de este pórtico junto con esculturas como Apolo y Dafne o El rapto de Proserpina, piezas artísticas que forman parte de la historia de la humanidad por derecho propio, no le eximió de tener fama de “chapucero” y de falto de gusto el resto de su vida en la ciudad de Roma. Prueba de ello son los campanarios que colocó en el Panteón de Agripa, posteriormente retirados, y que el pueblo romano bautizó como “orejas de asno”, por su semejanza con la parte visible del oído de este animal.

La charla finalizó con una reflexión sobre el mito, el error y el poder. “Bernini no fue el único que metió la pata a nivel personal y artístico, pero sí uno de los pocos a los que la historia perdonó y convirtió en icono como a Miguel Ángel, Borromini o Caravaggio, entre otros”. Cuanto antes asumamos que el artista convive tanto con sus obras como con sus errores, mejor entenderemos que lo humano, también en el arte, nunca es perfecto.

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Sobre la autora: María Larumbe es periodista y responsable de comunicación de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibersitatea.

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