No está claro de dónde se sacó Paracelso el tratamiento para la sífilis a base de mercurio. Pudo haberlo aprendido en alguno de sus viajes; hay indicios, por ejemplo, de que en la India algunos iatroquímicos recomendaban mercurio para la enfermedad de los portugueses (sífilis). Pero perfectamente el descubrimiento pudo ser un caso de serendipia dado que Paracelso había extendido la dualidad mercurio-azufre tan habitual en los textos alquímicos musulmanes a la tria prima (la Santísima Trnidad), consistente en mercurio (alma), azufre (espíritu) y sal (cuerpo), y experimentaba con ella siempre que tenía ocasión.
Pero, si bien había tenido un éxito mayúsculo con el tratamiento de la sífilis, no se suele hacer mención de la cantidad considerable de gente a la que pudo perjudicar haciendo experimentos con pócimas y mezclas que, no solo no eran efectivas, sino manifiestamente tóxicas.
Con todo, Paracelso era un gran observador y algo aprendía siempre de todos los pacientes a los que trataba. Por ejemplo, describió la relación existente entre niños con cretinismo (una enfermedad congénita asociada a una deficiencia en la glándula tiroides) y padres con bocio (un aumento de tamaño de la glándula tiroides). De hecho, la mayor contribución de Paracelso a la medicina, sin duda, es la idea de que los médicos deben actuar sobre lo que observan más que seguir ciegamente lo que diga la autoridad.
Sus éxitos le dieron la confianza (algo de lo que, por otra parte, nunca anduvo escaso) para criticar abiertamente a los médicos de su época y señalar públicamente su ignorancia y codicia. Sin embargo, de los iatroquímicos (a los que él se refiere como médicos espagiritas, donde espagiria es un término inventado por él para referirse a la producción de medicamentos por métodos alquímicos) dice lo siguiente:
“Alabo a los […] médicos espagiritas, porque no se asocian con gandules o van por ahí majestuosos en su satenes, sedas y terciopelos […] sino que están a su trabajo junto al fuego pacientemente noche y día. No se dedican a pasearse, sino que buscan su entretenimiento en el laboratorio, usan vestidos sencillos de piel y mandiles de cuero en los que limpian sus manos [porque] introducen sus dedos entre los carbones, en la suciedad y la basura y no en anillos de oro. Están manchados de hollín y suciedad como los herreros y los carboneros, y por tanto lucen poco […] no alaban sus remedios sin mesura, ya que saben que el trabajo debe alabar al maestro y no el maestro al trabajo. […] Por tanto se dejan de todas esas cosas y se ocupan de trabajar con sus fuegos y de aprender los pasos de la alquimia”
Entonces, alrededor de 1525, cuando Paracelso se acercaba a los cuarenta, tuvo la fortuna de ser llamados a consultas a Basilea por Johann Froben (Frobenius) a causa de una importante infección en la pierna, un humanista y editor de enorme influencia. La infección era de tal entidad que se consideró la amputación para salvar su vida, pero Paracelso recomendó un tratamiento mucho menos drástico y Frobenius, por la razón que fuese, sobrevivió, llevándose Paracelso el mérito. Esto junto a los consejos médicos que dio a un buen amigo de Frobenius, y visitante en esos momentos, llamado Erasmo de Rotterdam, fue lo que le consiguió a Paracelso el puesto de médico municipal en Basilea.
Poco después comenzó a dar clases de medicina en la universidad. Y aquello fue la revolución.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance