Abū Bakr Muhammad ibn Zakarīyā al-Rāzī, en adelante al-Razi (aunque también se le conoce como Rhazes o Rasis), debió haber pertenecido a una familia acaudalada de Rey (cerca de Teherán, Irán actual) allá por el siglo IX porque tuvo la oportunidad de estudiar música, literatura, filosofía y magia, además de alquimia. También estudió medicina con un judío converso al Islam, y escribió mucho sobre medicina, ciencias naturales, matemáticas, astronomía, filosofía, lógica, teología y, por supuesto, alquimia.
Cuentan los cronistas que era un hombre con una gran cabeza cuadrada y que cuadrada era también su forma de enseñar. En clase sentaba a sus alumnos directos justo delante de él; los alumnos de sus alumnos se sentaban justo detrás y, si éstos tenían aprendices, detrás de ellos, al fondo de la clase. Si alguien llegaba con una pregunta o una consulta de cualquier tipo eran los aprendices los que tenían que intentar contestarla; si estos no sabían lo suficiente, correspondía a sus maestros responder; si, aún así, la respuesta no era satisfactoria, eran los alumnos de al-Razi los encargados de aclararla. Solo si era necesario, al-Razi daba una respuesta.
Debido a la extensión del imperio musulmán, sus estudiosos conocían y usaban muchos más productos químicos que se encuentran como tales en la naturaleza que los alquimistas alejandrinos. En el que probablemente sea su tratado más importante de alquimia, El secreto de los secretos, al-Razi sistematiza buena parte de este conocimiento, clasificando las sustancias químicas por su origen (animal, vegetal, mineral y derivado de otras sustancias) y dividiendo los minerales en seis categorías (una ampliación de la idea de Zósimo de Panápolis).
Estas categorías de los minerales reflejan una forma diferente, incluso moderna en el sentido que se encuentra todavía en el siglo XVII, de considerar las sustancias. Eran:
- Cuerpos. Incluía a los metales y, en general, cualquier sustancia que pudiese trabajar un herrero o un orfebre calentándola o amartillándola.
- Piedras. La marcasita, la magnesia y, en general, cualquier sustancia que se quiebre al amartillarla.
- Espíritus. Aquí estaban el arsénico, el azufre, el mercurio y la sal amoníaca (cloruro de amonio) y, en general, cualquier sustancia que se volatilice con el fuego.
- Vitriolos. Los sulfatos en general y cualquier sustancia soluble en agua que contenga azufre y metal. Hay que mencionar que al-Razi fue el primero en obtener ácido sulfúrico.
- Boratos. Por supuesto aquí estaba la sustancia que daba nombre a la categoría, el bórax (borato de sodio) pero también el natrón (carbonato sódico) y la ceniza de plantas.
- Sales. La sal común (cloruro sódico), la potasa (carbonato de potasio obtenido lixiviando cenizas de madera; el mismo método que industrializó y patentó Nicolas Leblanc en 1791) y el nitro (nitrato de sodio y potasio).
Extremadamente sistemático, al-Razi siempre se basaba en hechos observados y verificados repetidamente, y sus textos están exentos prácticamente en su totalidad de misticismo de ninguna especie. Tanto es así, que los textos de al-Razi se convierten en recetarios que se pueden seguir en un laboratorio de química general actual sin problema. Valga como ejemplo la preparación de las aguas agudas, una disolución cáustica fuerte:
Tómense partes iguales de al-qili calcinado [carbonato de sodio] y cal viva [óxido de calcio] y viértanse sobre ellas 4 veces su cantidad de agua y déjese reposar durante 3 días. Fíltrese la mezcla y añádase de nuevo al-qili y cal hasta un cuarto de la disolución filtrada. Hágase esto 7 veces. Viértase sobre la mitad [del volumen] de sal amónica [cloruro amónico] disuelta. Consérvese entonces; porque realmente esta es el agua aguda más fuerte. Disolverá el talq (mica, talco) inmediatamente.
Muy importante para entender la aproximación de al-Razi a la alquimia es su filosofía moral, que se basaba solo en fuentes racionales, rechazando completamente cualquier tipo de intervención divina. En pleno siglo X expresó claramente que no encontraba valor alguno en las creencias religiosas tradicionales, llegando a afirmar que esas creencias eran la única causa de la guerra. Que pudiese expresar esa convicción y pudiese ejercer como médico y moverse libremente en la sociedad musulmana de la época habla a las claras de la seguridad en sí misma de esa misma sociedad, que permitía tener esa libertad de pensamiento.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Marco A. Gutiérrez
Mis más sinceras felicitaciones por vuestra idea y por vuestra profesionalidad de divulgar con el mayor rigor y seriedad temas de tantas ramas de la ciencia.