En los siglos XIV y XV las artes químicas, como tales, avanzaron poco, salvo en lo que se refiere a los trucos del alquimista estafador. Las avances técnicos del siglo XVI tampoco fueron espectaculares. De hecho, este periodo no fue otra cosa que una pausa en la investigación que se empleó en la reforma de la propia consideración de la química.
El objetivo de la química fue redefinido y reajustado. La minería, la medicina y la parte noble de la alquimia pasaron a estar interrelacionadas. Se pusieron en su sitio a las autoridades del pasado y surgieron nuevas basadas en nuevos libros cuyas afirmaciones podían comprobase en la práctica por mineros, metalúrgicos, farmacéuticos y médicos. Se puso un énfasis especial en los preparados químicos de uso en medicina y en la forma de prepararlos por parte de los farmacéuticos, que ahora debían ser también alquimistas, lo que tuvo un efecto muy estimulante en las investigaciones de los siglos posteriores.
Si bien no se avanzó mucho teóricamente, sí se pusieron las bases durante la Reforma para lo que después se llamaría la Revolución Química. Pero con la reforma también llegó la reacción, y en el siglo XVII habría casi tantos pasos para atrás como pasos hacia adelante.
La Europa del siglo XVII estaba en una etapa de grandes cambios, de ambigüedades y al frente del inicio de la globalización. Un ejemplo en lo político es Inglaterra donde, en la primera mitad de siglo, el rey Carlos I era descabezado (literalmente) durante la Guerra Civil Inglesa, para, en la segunda mitad, sustituir al católico Jacobo II por su protestante hija María II, tras una votación en el Parlamento que incluyó la Declaración de Derechos (1689), limitando los poderes del monarca.
Mientras, la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) es la última gran guerra de religión pero la primera gran lucha nacionalista por la hegemonía continental, barriendo prácticamente las últimas trazas de feudalismo.
La exploración y colonización del mundo (África, Asia, América, Australia) supuso la aparición de un flujo continuo de nuevos productos (azúcar, café, tabaco, tomates, patatas, maíz, por nombrar algunos), que cambiaron muchos usos y costumbres. También un torrente de nueva información que forzaron a muchos a cambiar su cosmovisión. La creencia en la superioridad europea también llevó al restablecimiento de una práctica perdida con el Imperio Romano, la esclavitud.
La higiene brillaba por su ausencia y las grandes ciudades de Europa eran básicamente un pestilente foco de basuras y enfermedades. Los ricos comienzan con la costumbre de huir de ellas en verano, hacia mansiones que construyen en el campo.
El siglo XVII será el de la Revolución Científica pero, y esto se subraya poco, para las ciencias macroscópicas, física y astronomía, no así para la química.
Efectivamente, cuando a Richard Feynman le pidieron que resumiera en una frase el conocimiento científico más importante que tenemos, tras reflexionar un momento, dijo: “Todo está hecho de átomos”. Esto, que hoy damos por sentado y como algo poco menos que evidente, fue una suposición que ganó peso en el siglo XIX y que sólo se pudo confirmar más allá de toda duda razonable cuando Jean Perrin demostró en 1908 que la teoría del movimiento browniano formulada por Albert Einstein en 1905 era correcta.
En el siglo XVII, por tanto, para los químicos los principios fundamentales de su arte les eran desconocidos. Se intuía que la materia estaba compuesta por algún número indeterminado de los llamados “elementos” (que no hay que confundir con los actuales) y que éstos estaban presentes en todas las clases de materia. Esta hipótesis, muy vaga, era de poca utilidad práctica. Sin embargo, a finales de siglo se producirán aproximaciones a una definición alternativa.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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