Genocidio: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo por motivos de raza, etnia, religión, política o cionalidad».
Diccionario de la lengua española / RAE.
“El Nacionalsocialismo no es otra cosa que Biología Aplicada”.
Rudolf Franz Ferdinand Höss, comandante de Auschwitz.
El genocidio, como concepto, definición y delito, es una creación moderna, aunque los antecedentes han acompañado a nuestra especie en toda su historia evolutiva. El término lo utilizó por primera vez el jurista polaco Rafael Lemkin, y lo describió como un crimen de extermino. Tomó carácter oficial en los procesos de Nuremberg a los dirigentes nazis al terminar la Segunda Guerra Mundial. Aparece entre los delitos del acta de acusación de Nuremberg el 8 de octubre de 1945. Cuenta Manuel Ollé Sesé, de la Universidad Complutense, que el Convenio para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio se aprobó en la Asamblea General de las Naciones Unidas con fecha de 9 de diciembre de 1948, y entró en vigor el 12 de enero de 1951. El artículo 607 del Código Penal español establece que los delitos de genocidio tienen “el propósito de destruir total o parcialmente un grupo nacional, étnico, racial, religioso o determinado por la discapacidad de sus integrantes”, según Ley Orgánica aprobada el 23 de noviembre de 1995. Hay que recordar que un grupo, sean cuales sean las razones para que sea un grupo, tiene derecho a existir como una colectividad.
E s más, tal como escribió Hannah Arendt en su crónica sobre el juicio a Eichmann, “el genocidio es un ataque a la diversidad humana como tal, es decir, a una de las características de la “condición humana”, sin la cual los términos “humanidad” y “género humano” carecerían de sentido”. Llega a proponer, como término más adecuado que genocidio, que se denomine “matanza administrativa”.
El concepto de genocidio lo amplió el profesor Baruk, en 1967, cuando añadió que es la destrucción de “todo gen, de toda posibilidad de reproducción, de persistencia, de un pueblo”.
Según solicita Xaimán Aizenstadt, de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, la definición de genocidio no se debe considerar cerrada sino que debe ser tan flexible e imaginativa como la capacidad humana para el mal.
Aunque el concepto, la definición y la jurisprudencia sobre genocidio comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, la historia de nuestra especie está llena de genocidios. Sin entrar en detalles, centraremos el texto en el genocidio nazi, pero hay que recordar la destrucción de Cartago, los anasazi del suroeste del actual Estados Unidos, la cruzada albigense en la Francia del siglo XIII, el exterminio de los armenios al principio del siglo XX, las matanzas de Ruanda o Bosnia … Y, además, aún sin nombre ni concepto, la idea del genocidio viene de lejos en el tiempo y acompaña desde siempre nuestra historia. Y, también, la historia de la evolución biológica. Solo hay que recordar el título completo del libro de Charles Darwin: “Sobre el origen de la especies por medio de la selección natural, o la preservación de razas favorecidas en la lucha por la vida”.
La violación se reconoció como delito de genocidio en el Tribunal Internacional de Ruanda para hechos ocurridos en 1993 y 1994 contra refugiados tutsis. Todo acto de violencia sexual, incluyendo embarazos forzosos, pueden constituir genocidio cuando son cometidos con la intención de destruir un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
El Tercer Reich fue un periodo en el que la violencia masiva organizada, a una escala inigualada en la historia moderna, se canalizó contra millones de seres humanos que, según la sociobiología nazi, eran política, racial, étnica y económicamente inferiores. Escribió Zygmunt Bauman que el genocidio nazi no fue un proceso bárbaro sino moderno y civilizado. Los nazis utilizaron muchos de los logros y herramientas de la era industrial –la fábrica, el tren, los productos químicos sintéticos y la organización administrativa de todo el proceso- con efectos letales, confiando en la ciencia moderna y la planificación racional, en la que todo se subordina a un único objetivo limitado y definido. Pelagia Lewinska, comunista polaca que estuvo internada en Auschwitz y sobrevivió, declaró años después que “no me queda otro remedio que admirar la habilidad con que los alemanes habían introducida en la organización de la vida del campo de Auschwitz la ciencia moderna. Habían aplicado no solo un sistema de condiciones materiales que aniquilaba a la gente, sino que empleaban también con precisión la psicología para desorganizar el alma humana, para destruir moralmente al ser racional”.
Los hombres corrientes de la Alemania nazi participaron en el genocidio porque creían que los judíos debían morir, que su aniquilación era socialmente deseable, que eran una raza inferior de infrahumanos. Para los ciudadanos corrientes, el exterminio de los judíos no era un crimen. Era la culminación del antisemitismo que existía desde hace siglos en Europa central.
Kurt Gerstein: El Espía de Dios
Nació en 1905 en Munster y murió en París en 1945. Ingeniero de minas, se afilió al Partido Nazi el 12 de mayo de 1933, y a las SS y fue destinado al Instituto de Higiene de las SS.
Por su preparación técnica fue destinado a la unidad encargada de la Solución Final y presenció las primeras ejecuciones con gas en agosto de 1942. Fue testigo del exterminio judío en los campos de Sobibor, Belzec y Treblinka y decidió transmitir la información de lo que ocurría a los aliados y a la Iglesia Católica. En Belzec, Gerstein vio morir a 5000 judíos en 1942. El texto que redactó, conocido como Informe Gerstein, fue utilizado en los juicios de Nuremberg. Por su profunda fe religiosa fue conocido como El Espía de Dios. Toda su vida, desde su afiliación al partido, fue una constante lucha entre su fe religiosa y su ideología nazi.
Protestó por la absorción de los movimientos juveniles protestantes en las Juventudes Hitlerianas. Lo hizo ante Baldur von Schirach, líder de las Juventudes, y Monseñor Müller, obispo protestante. En otra ocasión, en 1935, durante el estreno de una obra de teatro pronazi, y con un explícito mensaje anticristiano, protestó en el teatro y recibió una paliza que le costó tres dientes.
También tuvo algún enfrentamiento con las Gestapo por la organización de campamentos juveniles que mezclaban religión y nazismo. Por todo ello, en 1936 fue detenido y expulsado del Partido. Al comenzar la guerra, en 1940, se alistó voluntario en las SS.
Pasó información a diplomáticos a Suecia y Suiza, a la resistencia holandesa, autoridades religiosas e, incluso, intentó una entrevista con el Nuncio de la Santa Sede en Berlín y no lo consiguió. Nadie le creía por lo terrible de lo que contaba. Apuntaba todo lo que veía y sus notas fueron la base del Informe Gerstein.
Fue uno de los encargados de transportar el Zyklon B utilizado en las cámaras de gas. El Zyklon B lo suministraban a los campos de exterminio las empresas Degesch y Testa de I.G. Farben Konzern, y contenía ácido prúsico o ácido cianhídrico, componente esencial de insecticidas que fabricaba desde 1924. Para envenenar a una persona bastaban 0.12 miligramos por litro de aire. La muerte es casi instantánea.
En 1943, las empresas suministraron 12174,09 kilogramos y obtuvieron un beneficio de 127985,79 marcos. Se ha calculado que Gerstein, por su trabajo en el Servicio de Higiene, que incluía los gases tóxicos, suministró 3790 kilogramos de Zyklon B a los campos de Auschwitz y Oranienburg. Bastaban para matar a 450000 personas solo en Auschwitz.
Los crematorios de los campos de concentración los suministró la empresa J.A. Topf & Sohne, de Wiesbaden, que años después, el 5 de enero de 1953, obtuvo en la República Federal Alemana la patente nº 861731 para un “Procedimiento y dispositivo para la incineración de cuerpos, cadáveres y partes de los mismos”.
Desertó al final de la guerra y se entregó a los aliados el 22 de abril de 1945. Ingresó en la prisión de Cherche-Midi, en París, acusado del delito de genocidio. Apareció ahorcado en su celda el 25 de julio de 1945. En 1965 fue rehabilitado en Alemania como resistente por el Canciller Kurt Georg Kiesinger.
Y todo el esfuerzo, por lo menos en los primeros años del régimen nazi, fue contra judíos y gitanos. Ya en enero de 1939, meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Hitler mencionó como objetivo “la destrucción de la raza judía en Europa”.
Más adelante, con la invasión de Rusia, se extendió a los eslavos. Las órdenes incluían ejecutar a los comisarios soviéticos.
De nuevo Pelagia Lewinska nos ofrece sus reflexiones cuando explica que, en Auschwitz, los alemanes “internaban a todos: a los que les parecían inútiles; a los que consideraban como un peso muerto en la obra creadora de la gran Alemania; a los que juzgaban peligrosos; a los que podían constituir una amenaza para el Estado hitleriano; o cuya muerte se hacía necesaria para proveer de oro al Tesoro alemán y procurar a los alemanes bienes y comodidades como era el caso de los judíos … Al lado de los detenidos políticos estaban gentes recogidas en la calle, en los cines, en las iglesias, en los cafés, en los trenes, en el mercado negro y en los lugares de placer. Los había que no eran culpables de actividades políticas conscientes ni contrarios al hitlerismo”.
Para Stephen Chorover, profesor del MIT y judío que perdió a gran parte de su familia en el genocidio nazi, las ideas sociobiológicas ya existentes desempeñaron una función doblemente influyente en el proceso de exterminio. En primer lugar, suministraron el aparato conceptual que médicos y científicos necesitaban para concebir, planificar y realizar la “destrucción de las vidas carentes de valor” o, si se quiere, para la eutanasia de degenerados, desviados, enfermos, … En segundo lugar, ayudaron a construir y ratificar la tesis nazi según la cual la calidad racial es el criterio para juzgar el valor de individuos y países.
Esas ideas habían comenzado con Charles Darwin y su “Origen de las especies”, Herbert Spencer y su naturaleza de “dientes y garras”, Francis Galton y la eugenesia, y tantos otros en Europa y Estados Unidos. Y, no hay que olvidar, que, desde la biología, el genocidio es siempre agresión intraespecífica, o sea, entre individuos de la misma especie.
Konrad Lorenz: El pasado del Premio Nobel
Nació en Viena en 1903 y murió en Alterberg, Austria, en 1989. Estudió medicina en la Universidad Columbia de Nueva York, y se doctoró en la Universidad de Viena. La lectura de las aventuras de Nils Holgerson, de la autora sueca Selma Lagerlof, le llevó, como a tantos otros, al interés por los animales, las aves en concreto, y al estudio de la zoología. Acepta estudiar medicina para contentar a su padre, y el contacto con los profesores Ferdinand Hochstetter, de anatomía, y Karl Buhler, de psicología, le llevan a utilizar el método comparativo para estudiar el comportamiento. Una vez graduado, en 1939, fue nombrado profesor de psicología con orientación biológica en la Universidad de Konigsberg, en Alemania.
En 1938 se afilió al Partido Nazi, Escribió, en su petición de afiliación, que “puedo decir que todo mi trabajo científico está dedicado a las ideas de los nacionalsocialistas”. Sus escritos de la época apoyaban la ideología nazi de la higiene racial con el apoyo de la terminología científica. Por ejemplo, en junio de 1940, apareció un artículo de Lorenz titulado, en traducción “Alteraciones del comportamiento propio de la raza causadas por la domesticación”. Escribe que “de la amplia analogía biológica de la relación entre el cuerpo y la úlcera cancerosa por una parte, y de un pueblo y sus miembros convertidos en asociales por deficientes por otra, se deducen grandes paralelismos, salvando las naturales diferencias … Todo intento de reconstrucción de los elementos destruidos en relación con la totalidad es, por tanto, desesperado. Por suerte, su extirpación es más fácil para el médico del cuerpo social, y para el organismo supraindividual menos peligrosa que la operación del cirujano en el cuerpo individual”. Terminaba con “la idea racial como base de nuestro estado ya ha logrado mucho en este sentido”. Lorenz jamás escondió esta publicación y repitió las ideas que escribió en muchos de sus libros.
Loren Eisenberg, de la Universidad de Harvard, añade que Lorenz fue explícito en la defensa de los conceptos nazis de pureza racial y, por ejemplo, justificó las restricciones legales al matrimonio con no-arios como medida social para corregir “la degeneración inducida por la domesticación”. Algo similar escribía Lorenz en su libro, publicado en 1975, y titulado “Los ocho pecados mortales de la Humanidad” y, sobre todo, en el capítulo titulado “Decadencia genética”, uno de los “pecados mortales” del título. Menciona que, en un péndulo de ideologías y conductas, en un extremo está que todos los hombres son iguales desde su nacimiento y, en el otro extremo, coloca, literalmente, a ”Eichmann, Auschwitz, la eutanasia y el odio racista”. Para Lorenz, en este péndulo en medio está la virtud o, si se quiere, todos los hombres no son iguales pero ello no nos debe llevar a Eichmann o Auschwitz.
En 1941, una vez comenzó la guerra, fue movilizado como médico militar destinado en Poznan, en Polonia, como neurólogo y psiquiatra, y, en 1944, enviado al frente oriental. Capturado por los rusos, fue su prisionero durante seis años. Allí conoció de primera mano el adoctrinamiento marxista y lo comparó con el nazismo, que conocía en detalle.
Hasta febrero de 1948 no pudo regresar a Austria y declaró su arrepentimiento por su afiliación al Partido Nazi. En principio, negó haber pertenecido al Partido, hasta que se demostró que era cierto. También negó haber conocido el alcance del genocidio, a pesar de su puesto como psicólogo en la Oficina de Política Racial.
Con una financiación escasa y muchos problemas, organizó, en 1949, la estación de investigación de Altenberg. Marchó a Alemania, a la estación de Buldeon, donde fundó el Instituto Max Planck de Fisiología del Comportamiento. En este centro, a comienzos de los sesenta, desarrolló su teoría del comportamiento que unía la evolución, lo innato y lo aprendido. Por todo ello, en 1973 recibió el Premio Nobel.
En su autobiografía, publicada en 1988, Lorenz recordó que, en aquellos años, “estaba asustado, como todavía lo estoy, por la idea de que procesos genéticos de deterioro puedan estar funcionando en la humanidad civilizada. Movido por este miedo, hice algo muy poco aconsejable poco después de que los alemanes invadieran Austria: escribí sobre los peligros de la domesticación y, para ser entendido, expresé mis escritos en la peor terminología nazi. No quiero presentar atenuantes de estos escritos. En realidad, creía que algo bueno vendría del nuevo gobierno … Ninguno sospechaba que la palabra “selección”, utilizada por estos gobernantes, significaba asesinato”.
La Universidad de Salzburgo le retiró, en 2015, el título de Doctor Honoris Causa, concedido en 1983. La universidad argumentó que fue la difusión, por Lorenz, de las ideas nacionalsocialista y, por declarar en aquellos años, que era “siempre un nacionalista”, y utilizar su trabajo para difundir “elementos básicos de la ideología racista del nacionasocialismo”.
Lo había definido Adolf Hitler años antes: “Hemos de crear una técnica de despoblación. Si me pregunta usted lo que entiendo yo por despoblación, le diré a usted que veo la liquidación de unidades raciales, y lo haré, puesto que veo en ella, a grandes rasgos, mi misión fundamental. La Naturaleza es cruel y, por este motivo, también nosotros podemos ser crueles. Si mando a lo mejor del pueblo alemán a la guerra sin lamentos, en ningún momento, el derramamiento de la valiosa sangre alemana en el infierno de la guerra, también tengo el derecho de destruir millones de hombres de razas inferiores, que se multiplican como los parásitos”. Detrás de estas declaraciones está la biología de la época, está el genocidio. Ya lo había expuesto Hitler en 1925 en su libro Mi lucha. Hitler trataba de crear, en el este de Europa, un “espacio vacío”, que era el lugar donde viviría la raza de señores que debía ser creada y organizada por Himmler. Es lo que afirmaba Erich Koch, comisario del Reich y responsable de la administración nazi en Ucrania: “Somos un pueblo de señores que ha de tener en cuenta que el obrero alemán más bajo es mil veces mejor, desde el punto de vista racial y biológico, que cualquier exponente de la población local”.
Detrás de esta ideología supremacista estaba lo que Alfred Rosenberg, ideólogo del Partido Nazi, declaró en el juicio de Nuremberg que “… y finalmente en Munich me especialicé en los estudios de la nueva investigación biológica”. Afirmó que el sentimiento de humanidad iba “contra el proceso de selección natural”. Por ello, consigue que el genocidio se base en la evolución. El mismo Rosenberg escribió que la humanidad trata del individuo y olvida al Estado y al pueblo. Es un concepto que niega las diferencias nacionales y raciales y considera la Humanidad sin diferencias.
Como explicó Heinrich Himmler en una conferencia en enero de 1937, la biología, según los nazis, estaba en el centro de su limpieza étnica, y “no hay mejor ilustración de las leyes de la herencia y de la raza … que un campo de concentración. En el se encuentran hidrocéfalos, bizcos, contrahechos, semijudíos y un número incalculable de productos de razas inferiores”. O, más en extenso y en un lenguaje científico y proponiendo los campos de trabajo, Hans Reiter, médico nazi con cargos en la administración y en el campo de concentración de Buchenwald, declaró en 1941 que “la legislación biológica-hereditaria se preocupa de suprimir, poco a poco, la creación de nuevas generaciones de individuos asociales … El estudio biológico del rendimiento humano debe conducir y reconducir, sin duda, a disponer en la medida de lo posible de esa mano de obra, de manera a desarraigar de una ocupación estéril o de la ociosidad para conducirla por la fuerza a un trabajo real y enteramente provechoso al pueblo y al Estado”. Antes de comenzar la guerra ya se habían esterilizado entre 350000 y 400000 personas.
Para organizar la solución final y eliminar a los judíos de Europa, Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, convocó a los jefes de servicio de las SS y a algunos cargos del Gobierno a una conferencia en el Lago Wannsee. Se celebró el 20 de enero de 1942. Asistieron 14 altos cargos y la presidió Heydrich. Allí se decidió la deportación al este, los trabajos forzados y el exterminio. Una de las conclusiones de Heydrich fue que “sin dudarlo, una gran parte perecerá a consecuencia de la natural disminución. Los que queden y que al final puedan resistir todo esto, que serán los más resistentes, deben ser tratados convenientemente ya que estas personas, resultado de la selección natural, son el embrión básico de un nuevo desarrollo judío”.
Adolf Eichmann: Funcionario leal
Cuando ya estaba en la cárcel israelí, en 1960, escribió:
“Me llamo Karl Adolf Eichmann, nací en Solingen el 19 de marzo de 1906, pertenezco a la raza aria y al gran Reich alemán.
No hay acontecimientos importantes en mi niñez, ni en mi primera juventud; mi verdadera vida empezó cuando, en 1931, entré a formar parte del gran Partido Nazi, para la salvación de Alemania, con el número de inscripción 899895, y más adelante ingresé en el cuerpo escogido de las SS …”.
Entró en el Partido Nazi por la amistad de su padre con Ernst Kaltebrunner, jefe del Servicio de Seguridad del Reich a partir de 1942, juzgado en Nuremberg, condenado a muerte y ahorcado en 1946. Eichmann se afilió el 1 de abril de 1932 y el mismo día entró en las SS.
Casado en 1932, tuvo cuatro hijos, el último de ellos en Argentina.
Después de su traslado a Berlín en 1934, comenzó su carrera de buen funcionario cuando le encargaron, en 1937, organizar el éxodo de los judíos de Austria, con la ayuda de organizaciones sionistas, hacia Palestina. En Solingen, en casa de un amigo judío, había aprendido yidish y hebreo, y estaba preparado para cumplir las órdenes. Consiguió el traslado de hasta 100000 judíos al mes hacia el extranjero. Para conseguirlo viajó como periodista a Palestina, desde Austria, en 1937, y conoció al Gran Mufti de Jerusalén y se convirtió en su gran amigo personal, aunque Hannah Arendt no da crédito a esta historia.
Al comenzar la guerra, en 1939, los órdenes fueron concentrar los judíos europeos en guetos en Polonia, para crear un estado judío en Europa oriental y, más adelante, llevarlos a la isla de Madagascar. Pero en septiembre de 1940 cambió el plan y comenzó el exterminio. Fue la Sección B4 de la Gestapo, dirigida por Eichmann, la que organizó las deportaciones masivas y el traslado de judíos a los campos de exterminio. En la conferencia de Wannsee, en 1942, estaba Eichmann como encargado de los transportes.
Eichmann era un hombre ordenado y, en medio de una de las tareas más terribles, siempre conservó su espíritu burocrático. Tenaz y organizado, Eichmann cumplía su deber, según las órdenes recibidas. Según declaró, era un ejecutor de órdenes superiores. Alcanzó el rango de teniente coronel de la SS. En 1944, en Budapest, comentó a un colega de las SS que “el número de judíos muertos alcanza casi los seis millones; pero esto es un secreto de Estado”.
Al terminar la guerra, Eichmann fue capturado con una identidad falsa y consiguió huir. Pasó por Austria, Suiza e Italia, y consiguió un pasaporte falso que le permitió viajar a Argentina. Llegó el 14 de julio de 1950. Su familia llegó en 1952 y, después de pasar por varias ciudades, se instalaron en Buenos Aires. Trabajó en una fábrica de Mercedes Benz.
Pero el 11 de mayo de 1960 fue capturado por el servicio secreto israelí en Buenos Aires. Fue descubierto por un judío alemán ciego, Lothar Hermann, emigrado desde 1938, y cuya hija era amiga del hijo menor de Eichmann. El Mossad, servicio secreto israelí, no dio crédito a que un ciego hubiera descubierto a Eichmann. Confirmaron la noticia y planearon su captura y transporte inmediato a Israel. Uno de los miembros del Mossad que lo capturó, lo describió como “un hombrecito suave y pequeño, algo patético, y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros … pero él organizó la matanza”. El 20 de mayo lo trasladaron a Israel.
En el juicio, Eichmann alegó, en su defensa, que actuó por obediencia debida a sus superiores. Declaró que “no perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia …”.
Hannah Arendt escribió que Eichmann no era un supervillano y, para ella, lo más impactante fue que, cualquier persona, en determinadas circunstancias y en el entorno adecuado, puede ser tremendamente malvado porque crea que es su obligación o, si se quiere, su trabajo a cumplir.
Fue condenado a muerte por genocidio y ejecutado, en la prisión de Ramla, en la madrugada del 1 de junio de 1962.
Sus últimas palabras fueron “Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo”.
Más adelante, además de judíos y gitanos, otros muchos entraron en la lista de exterminio de los nazis. Himmler declaró que “lo que le suceda a un ruso o a un checo no me importa lo más mínimo. Lo que las naciones puedan ofrecernos en forma de buena sangre de nuestro tipo lo tomaremos, si es necesario secuestrando a sus hijos y educándolos con nosotros”.
En la primavera de 1942, del 75% al 80% de las que serían víctimas del genocidio nazi estaban vivas, pero menos de un año después, en la primavera de 1943, la mayoría habían muerto. Después de la Conferencia de Wansee, el genocidio tuvo una primera ola de crímenes corta e intensiva.
Pelagia Lewinska: Veinte meses en Auschwitz
Nació en 1907 y murió en 2004. Fue activista del Partido Comunista polaco en el que alcanzó cargos importantes en el área de Educación y en el movimiento scout de Polonia.
Durante le guerra pertenecía a la resistencia y fue capturada y encerrada en el campo de Auschwitz. Estuvo en un barracón con otras mujeres, gitanas, polacas, checas, rusas, francesas, incluso algunas alemanas, todas en la suciedad y la mugre del campo de exterminio.
El 23 de enero de 1943, un grupo de mujeres de la prisión de Cracovia fue trasladado a Auschwitz “después del suplicio y la tortura de los interrogatorios en las oficinas de la Gestapo”. Eran 16 mujeres del grupo de Pelagia Lewinska y 160 mujeres en total. Además, en los vagones de ganado en que las llevarían al campo montaron casi 500 hombres, sobre todo judíos. En su recuerdo está que llegaron a Auschwitz. Se detuvo el tren. Los hombres de la Gestapo las bajaron a culatazos. Orden de marcha en filas de a cinco. A lo lejos, las luces del campo sobre alambradas y torres de vigilancia. Un olor terrible sobre el paisaje. Las frauen de las SS les robaron las joyas. Y el tatuaje del número en el antebrazo sería la identidad de cada una en el campo. El de Pelagia Lewinska era 32292.
El 28 de enero fue la primera noche en el campo. Frío y oscuridad. Como literas, andamios de madera de tres alturas. Arriba, el tejado; abajo, tierra apisonada. En el bloque 26, todas mujeres judías, murieron 1800 en tres meses. Prohibido poseer cualquier cosa. Antes del amanecer, la llamada.
El bloque 25 era el de la muerte. Se cargaban camiones con mujeres. Iban y venían desde los hornos crematorios. Una y otra vez.
En Auschwitz murieron tres millones de personas. Entre las mujeres, en enero de 1943, el promedio de defunciones era de 100 mujeres al día. En febrero y marzo de 1944, un año después, el promedio llegaba a las 800, sobre una población total casi idéntica de unas 15000 detenidas. Era imposible evacuar el enorme número de cadáveres. De las 100000 mujeres tatuadas hasta agosto de 1944, solo vivían unas 11000.
“La más veterana de las internadas recorría la formación distribuyendo golpes con una porra. Los cráneos crujían, ensordecían los oídos y se hinchaban los ojos. Pero nadie podía moverse. Era indispensable permanecer inmóvil. El procedimiento de la lista no había terminado”.
En la tercera noche desde la salida de Cracovia, una gitana se puso de parto en el barracón. Una médico checa le atendió. Extrañó a las nuevas que no llegara ayuda de la enfermería del campo. Una veterana comentó que “eso no tiene importancia”.
La comida era unas patatas mal cocidas y una sopa con tronchos de berza como una piedra. Comprendieron que estaba permitido morir de hambre. Las veteranas explicaban que “esto es la tumba”.
Los médicos del campo designaban a quien debía morir.
“Todas las enfermas, verdaderos esqueletos ambulantes, desfilaban dormidas ante el, para que escogiese y designase a aquellas para quienes no había ni tiempo ni sitio adecuado para una lenta agonía. Convenía que muriesen enseguida…”
Las alambradas eléctricas fueron la liberación para muchas prisioneras. Cada mañana, un grupo de detenidas recogía cadáveres de las alambradas o, como decían, “cosechaban liberadas”.
“La verdad es que Auschwitz fue un lugar de exterminio en masa de seres humanos. Cinco trenes diarios llegaban e iban a la cámara de gas. La tierra de Auschwitz se abonaba con las cenizas de los gentes de toda Europa y daba magníficas cosechas”.
En un discurso del 4 de octubre de 1943 a altos cargos de las SS, Himmler declaró:
“La mayoría de vosotros sabéis lo que significa ver cien cadáveres yaciendo juntos, quinientos cadáveres, o mil. Habéis pasado por esto y … salvo algunas excepciones, ejemplo de debilidad humana … seguir siendo decentes, esto es lo que nos ha curtido. Esta es una página gloriosa de nuestra historia que nunca se ha escrito y nunca se escribirá”.
La evolución trata de nosotros y los otros, de altruismo y de xenofobia. Pero, además, está la cultura y la educación para modular lo que la evolución selecciona y, también, la propia evolución selecciona la cultura y la educación como bases de la flexibilidad de la especie humana. Su falta provoca rigidez en las conductas que deben ser flexibles para la adaptación a entornos nuevos y cambiantes.
Para terminar con cierta esperanza, identificar las raíces evolutivas que llevan al genocidio permitirá no tomarlo como un destino inevitable de la especie humana, sea cual sea su base cultural y sociobiológica.
Y, recordar que Jerry Fowler publicó en 2004 que el primer genocidio del siglo XXI está documentado en Darfur, en el Sudán.
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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
Emilio Peral Fernández
Felicidades por el artículo el cual me parece un compendio claro y brutal del resultado del pensamiento eugenésico histórico y contemporáneo pero lo que asombra es que desde su publicación no haya ni un solo comentario, tan refractarios nos hemos vuelto en todo este tema? Tan insensibles? Sin opiniones?
Quizás porque tengo sesenta y siete años me toca más de cerca y aún me duele y creo que no se puede obviar las imágenes frívolas de los turistas que visitan los campos con sus selfies en los crematorios o comentarios y risitas estúpidas y falta de respeto hacia estos seres humanos.