Preparados para matar: algunas ideas para el debate

La biología estupenda Preparados para matar Artículo 1 de 10

La propia aplicación del pensamiento de Darwin a los problemas humanos… ilumina éstos de una forma que había sido siempre eludida en los planteamientos tradicionales, reconsiderando antiguos problemas y apuntando a su solución.”

Daniel Dennett, La peligrosa idea de Darwin, 1999 (1996).

Esta serie de textos tratará de matar y de su sustrato biológico y evolutivo. Tratará del homicidio, el asesinato y la ejecución. Y, siempre, quien esto escribe y quienes me lean no deben olvidar que la presentación de hipótesis y teorías, incluso de hechos, está afectada significativamente por la predisposición en cultura, historia e ideología del que presenta y del que recibe el argumento. O sea, en esta serie, sobre todo de mí y de mis circunstancias.

En la película “La batalla de Anzio”, Robert Mitchum es el protagonista e interpreta a un periodista de guerra veterano y cínico. Al final de la película, en una charla con un general destituido, Mitchum dice que “el hombre mata porque le gusta matar”, y siguen varias explicaciones, que no vienen al caso, de su afirmación. Siempre me ha fascinado el hecho de que, según declaramos con mucho énfasis, solo hay que recordar el quinto mandamiento, no debemos matar y, sin embargo, matamos sin cesar. O como aclara la Biblia en Éxodo, 23-7, no quites la vida al inocente y justo; y no absuelvas al malvado”, pues hay que precisar cuando y a quien hay que matar y cuando no hay que hacerlo.

Según escribo estas líneas, decenas de personas están muriendo con violencia en todas las partes del mundo, civilizadas o no, según como se declaran los que allí viven. Pero las personas matan, y han matado, a otras personas en cualquier cultura, en cualquier lugar del planeta y en cualquier tiempo. La cuestión, creo, es por qué lo hacen.

En Estados Unidos hubo 13.636 homicidios en 2009. Cerca de 88 millones de personas murieron como resultado de las guerras del siglo XX en todo el planeta, y 54 millones eran civiles. Entre las tribus de cazadores recolectores, lo más parecido a nuestros antepasados de hace unos miles de años, el 13%, según datos de los arqueólogos, o el 15%, según la etnografía actual, de los hombres mueren en guerras. Incluso entre los yanomano, en la Amazonia, entre el 20% y el 30% de los hombres mueren con violencia.

Son solo algunos datos estadísticos de la cantidad y calidad de la violencia cometida por nuestra especie. Aunque algunas de estas muertes se pueden atribuir al abuso del alcohol o las drogas, a desórdenes mentales y a otras causas parecidas, lo cierto es que la mayor parte de las conductas violentas en nuestra especie no se pueden considerar una aberración sino que son obra de personas consideradas normales. Es lo habitual, algo típico de los humanos, incluyendo asesinatos y guerras.

Harold Shipman

Harold Shipman: El ambicioso médico y la estadística

Harold Frederick Shipman nació Nottingham el 14 de enero de 1946 y murió el 13 de enero de 2004. Era médico generalista y se le considera el mayor asesino en serie de la historia de Inglaterra. Fue juzgado y condenado a 15 cadenas perpetuas el 31 de enero de 2000 por 15 asesinatos. En 2004 se suicidó en su celda de máxima seguridad en la cárcel de Wakefield. Nunca admitió su culpabilidad y, por tanto, nunca explicó a cuántos mató y por qué lo hacía.

Estudió en Nottingham y en la Universidad de Leeds, y fue médico residente en la Facultad de Medicina de Bodington Hall en 1965. Allí conoció a la que sería su mujer, Primrose. Se casaron en 1966 y tuvieron cuatro hijos. Al terminar sus estudios en Leeds, comenzó a ejercer la medicina en el Hospital de Pontefract, cerca de Leeds, y se sospecha que ya entonces comenzaron sus asesinatos. También trabajó para el sistema penitenciario a principios de los setenta y, aunque no está probado, se supone que allí también asesinó a algunos pacientes.

En 1975 fue detenido por posesión de recetas de pethidina para uso propio, y por denuncias de sus colegas médicos. Es un opioide sintético utilizado como analgésico y que se considera que causa menos adicción que la morfina. Después de pasar por un centro de desintoxicación, fue declarado sano y apto para ejercer la medicina de nuevo.

Pasó de un puesto a otro siempre dejando buena impresión, hasta que se estableció en Hyde, cerca de Manchester, en 1977, donde llegó a tener su propia clínica a partir de 1993.

Sospechoso por primera vez en mayo de 1998, fue abandonada la investigación policial por falta de pruebas. Todo comenzó con la visita de la doctora Linda Reynolds, en marzo de 1998, al fiscal John Pollard, del distrito de South Manchester, y le comunicó su preocupación por el alto índice de mortalidad entre los pacientes de Shipman. También le comentó el gran número de cremaciones entre los fallecidos y de, en su gran mayoría, eran mujeres mayores, hasta el 80%. Según el fiscal Pollard, Shipman mataba a sus pacientes, aunque no podía asegurar si era negligencia o asesinato. La policía investigó el asunto, aunque sin mucho interés. Como ya he dicho, se archivó el caso por falta de pruebas un mes después, en abril.

Ya en 1985, Allen Massey, de la funeraria local, hizo notar que los pacientes de Shipman parecían morir a una tasa superior a la habitual y, además, muchos morían vestidos y sentados en su sillón. Por otra parte, tampoco parecía que hubieran estado gravemente enfermos antes de su muerte. Y, además, el doctor Shipman, solía estar presente en el momento de la muerte. Massey se enfrentó a Shipman pero este le convenció de que no había nada raro y que allí estaban sus libros de notas y casos listos para una inspección. Justo enfrente de la clínica de Shipman estaba la Clínica Brooke y los médicos que trabajaban allí también notaron el exceso de muertes entre los pacientes de la clínica de la acera de enfrente. Pero, como con Massey, sus sospechas eran difíciles de probar.

La muerte de su última víctima, Kathleen Grundy, hizo que en junio del mismo año, 1998, se retomara el caso. Vivía en Hyde y era muy conocida pues había sido alcaldesa de la localidad. El día de su muerte, el 24 de junio y con 81 años, la última visita que recibió fue la de su médico, el doctor Shipman, que también firmó su certificado de defunción. En la casilla sobre la causa de la muerte, Shipman puso “por su gran edad”.

La hija de la señora Grundy, la abogada Angela Woodruff, descubrió que su madre había cambiado el testamento y dejaba sus ahorros a Shipman. Por cierto, el testamento, escrito a máquina, se supone que por la señora Grundy, que, por otra parte, no tenía máquina de escribir, estaba mal redactado y peor mecanografiado. Desconfiada, Woodruff fue a la policía y consiguió la exhumación del cadáver de su madre. En el nuevo análisis se encontraron en el cuerpo restos de morfina, una sobredosis administrada unas tres horas antes de su muerte, justo cuando tenía lugar la visita de Shipman. Fue arrestado el 7 de septiembre de 1998 y, en el registro de su casa, se encontró la máquina de escribir que se había utilizado para cambiar el testamento de la señora Grundy.

La policía centró su investigación en 15 de los últimos pacientes fallecidos del doctor Shipman. Se analizaron los cuerpos y en todos se encontraron restos de morfina. Con estos datos, la policía acusó a Shipman y el 5 de octubre de 1999 se inició el juicio.

Uno de los policías que interrogó entonces a Shipman contó que era un tipo arrogante, de trato difícil, que intentaba controlar los interrogatorios y se burlaba de los policías. Lo tomaba como una competición en la que su superior intelecto terminaría victorioso. De todas formas, es curioso que, mientras lo habitual para la policía es tener un asesinato y buscar al asesino, con Shipman primero tuvieron al asesino y, después, tuvieron que buscar los asesinatos.

El 31 de enero de 2000, Shipman fue condenado a 15 cadenas perpetuas, una por cada una de sus víctimas, con la recomendación del juez de que nunca le dejaran en libertad. Nunca confesó ni aceptó su culpabilidad. El 13 de enero de 2004, un día antes de cumplir 58 años, Shipman se suicidó en su celda.

La policía acabó considerando que había matado a 218 de sus pacientes, la mayoría mujeres de edad, con 171, y 47 hombres, aunque algunos expertos aseguraron que sus víctimas podían sobrepasar las 400, desde un mínimo de 76 hasta un máximo de cerca de 1000 muertos. Su víctima más joven, Peter Lewis, tenía 41 años. Estuvo muy unido a su madre que falleció a los 43 años en 1963, en la adolescencia de Shipman, y, además, murió como lo harían sus víctimas: enferma de cáncer, en sus últimos días y para aliviarle el dolor, su médico le administraba morfina en su hogar.

La mayoría de los asesinatos de Shipman siguen el mismo patrón. La rutina es la habitual de un médico de cabecera: responder a una llamada del paciente un día entre semana y por la tarde y, una vez en su casa, inyectarle morfina o heroína. El paciente es encontrado muerto con el doctor presente o una media hora después de que se ha ido. El mecanismo de la muerte es descrito como síncope o colapso y la causa de la muerte, certificada por Shipman, es un ataque al corazón, un derrame cerebral o, simplemente, la edad. Las familias, avisadas por Shipman, aceptan que la muerte se debe a causas naturales y, por consejo del doctor, aceptan incinerar el cadáver.

Después del suicidio, la jueza Janet Smith elaboró un informe exhaustivo de las actividades de Shipman. Llegó a la conclusión de que había asesinado, entre 1975 y 1998, unas 250 personas de las 454 que murieron siendo pacientes suyos. El informe terminaba recomendando cambios en la estructura y funcionamiento de los servicios médicos. Muchos aspectos problemáticos de la práctica médica de Shipman no se habían tenido en cuenta: uso excesivo y fácil de la morfina, patrón de las visitas de Shipman a sus enfermos siendo casi siempre la último visita recibida antes de morir, exceso estadístico de muertes entre las mujeres de edad, demasiadas cremaciones, el uso de drogas, el problema de los médicos que trabajan solos, cómo procesar las denuncias si las hay, la función de los forenses, etc. Había que cambiar muchos de los protocolos de la práctica médica, aunque es curioso que la revisión de la práctica médica en Gran Bretaña la promoviese un asesino en serie.

Hay que cuidar con atención la salud del prójimo pues, no se sabe por qué, la medicina es la profesión con más asesinos en serie, seguida de cerca por la enfermería y por algún que otro odontólogo que podríamos añadir a la lista. En cambio y por lo que sabemos hasta ahora, no se conocen asesinos en serie entre los veterinarios.

Después de la condena, Richard Baker, de la Universidad de Leicester y a petición del Consejo Médico, hizo un estudio del número y patrón de las muertes certificadas por Shipman en sus 24 años de práctica médica, de 1974 a 1998, y comparó los resultados con los de otros médicos. Shipman firmó nueve veces más certificados de defunción que otros médicos de su misma localidad y de otras cercanas. La causa de la muerte “por edad” aparece ocho veces más. La mayoría de sus pacientes mueren entre las 14 y las 16 horas, cuando los de otros médicos mueren a cualquier hora del día. Cuando muere una persona, en el 80.2% de los casos hay algún pariente con él; con Shipman la probabilidad bajaba hasta el 40.1%. Además, mueren más rápido, pues el 60% lo hacen en media hora cuando, con otros médicos, solo el 23% muere en ese tiempo.

Con Shipman de médico de cabecera, el riesgo de muerte súbita era mayor que por tabaquismo. Habitualmente, que un médico esté presente cuando muere su paciente ocurre en un 0.8% de los casos; con Shipman, su presencia llegó al 19.5%. Este estudio de Benker concluye que Shipman mató a 236 pacientes.

Ya ven, es difícil detectar a un asesino en serie médico. Shipman tendría unos 3000 pacientes simultáneamente y la muerte de 15 o 20 de ellos no tiene significancia estadística. Es más, Shipman no fue descubierto por un asesinato sino por el testamento falso de Kathleen Grundy.

Mi formación, mi interés y mis lecturas, ya que nunca he matado a nadie y, por tanto, no tengo experiencia directa en ello, me han llevado a aplicar conceptos de biología evolutiva y, en concreto, de psicología evolutiva para examinar algunas de las funciones de la mente humana que se manifiestan en conductas violentas que pueden llevar a la muerte a otras personas. La hipótesis principal es que la violencia servía a los individuos que necesitaban recursos para la reproducción en aquellos entornos ancestrales y que, para ellos, la violencia supuso una ventaja que se seleccionó en el proceso evolutivo. Y así, como una ventaja evolutiva, ha llegado hasta nosotros.

Son dos los objetivos reproductores que buscaban nuestros antepasados, y nosotros seguimos haciéndolo. En primer lugar, sobrevivir para llegar a reproducirse. Para ello necesitaban alimento, refugio y un entorno seguro. Así, muchos de los conflictos dentro del grupo y entre grupos se debían a la escasez de estos recursos, todos ellos esenciales para la supervivencia. Solo hay que recordar la primera parte de 2001, una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, para comprender esta lucha por la supervivencia, en este caso el agua y la comida.

En segundo lugar, el objetivo es conseguir pareja, un recurso en sí mismo para la reproducción. Para conseguirlo hay varios medios que, además, varían según tiempo y lugar. Por ejemplo, necesitamos un territorio con recursos, aliados para defenderlo, estatus social, armas, objetos fabricados por el hombre como ropa, objetos preciosos naturales o artificiales, adornos, accesorios varios, y, en los últimos siglos, también dinero que, por lo que sabemos, no da la felicidad pero ayuda a conseguir el resto de necesidades a cubrir para tener éxito evolutivo.

Son recursos, muchos de ellos, que no tienen que ver con la supervivencia en sí misma, pero la selección de la pareja también implica tanto el éxito en atraer al otro sexo como la capacidad para asustar a los posibles rivales. Para esto último, para asustar, son las armas y el estatus. Y, en consecuencia, los hombres son más violentos que las mujeres. Además, estos mismos rasgos son atractivos para el otro sexo, para las mujeres, pues así se han seleccionado, durante milenios, ya que los violentos tienen más recursos que ayudarán a la supervivencia de los hijos.

Caín y Abel según el «Speculum Humanae Salvationis», s. XV

Caín, el hermano de Abel

Génesis 4: 2-14. Biblia de Jerusalén (trad. Jesús Moya)

Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. Yahveh dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.»

Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.

Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.» Entonces dijo Caín a Yahveh: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.»

En conclusión, la violencia, seleccionada para conseguir recursos y la reproducción, es, sobre todo, de hombres jóvenes contra hombres jóvenes, y el hecho de que las mujeres encuentren atractivos como pareja a hombres dominantes y agresivos y, por tanto con recursos, sugiere que, en último término, han sido ambos sexos, y no solo los hombres, los que han contribuido a la evolución de la violencia en nuestra especie.

En la base de las diferencias entre los sexos en relación con la violencia está que sus objetivos son diferentes en la reproducción. El hombre compite con otros hombres para tener acceso sexual con cuantas más mujeres mejor y conseguir así difundir sus genes lo más posible a las siguientes generaciones. Pero, además, el hombre debe dedicar recursos a su pareja durante el embarazo, la lactancia y, en general, el desarrollo de sus hijos. Su objetivo es llegar a más mujeres pero, también, a conseguir que los hijos, con sus genes, salgan adelante.

Las mujeres, en cambio, no desperdician sus recursos en disputas por los hombres. Dedican todo su interés a encontrar una pareja con gran valor reproductor, es decir, joven y sano, y que contribuya al cuidado y crecimiento de los hijos, o sea, con recursos. Mientras los hombres tienden a buscar parejas a corto plazo, las mujeres las buscan a largo plazo con el objetivo de cuidar durante mucho tiempo a los hijos.

Sin embargo, no hay que olvidar que el entorno en que vivieron nuestros antepasados fue distinto al que tiene la humanidad actual y, quizá, lo que entonces seleccionó estas conductas relacionadas con la violencia, no sea válido en la actualidad. Como ejemplo sirve el hecho indiscutible de que en nuestra cultura matar no es moralmente defendible excepto en situaciones muy concretas. Tampoco podemos olvidar que seguimos teniendo ejércitos o, en muchos países, pena de muerte.

Una de las conductas violentas más típicas de nuestra especie es la guerra, o sea, el enfrentamiento violento y, si se puede decir así, oficial entre grupos humanos. Por tanto, para que exista guerra debe haber grupos humanos y, para que haya grupos, debe existir algún tipo de conducta de cooperación y empatía entre individuos. Sin previa cooperación, no puede haber guerra posterior, como mucho serán combates individuales. Además, hay que destacar que, quizá, la única manera de controlar e, incluso, acabar con la violencia entre personas es desarrollar las conductas de cooperación, empatía y altruismo. Como ven, violencia y cooperación, ambas conductas seleccionadas por el proceso evolutivo, forman parte del mismo comportamiento en nuestra especie.

En fin, más que debatir qué rasgos violentos son adaptaciones biológicas y cuales no lo son, propongo que todos los actos de violencia física o sexual tienen una historia evolutiva asociada con la adquisición de recursos. Aunque, como pasa en los procesos evolutivos, muchos rasgos violentos seleccionados por la evolución pueden ser seleccionados y recombinados para cumplir nuevos propósitos.

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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

6 comentarios

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  • Avatar de Manuel López Rosas

    Habrá que seguir en cuidadosa lectura las siguientes notas prometidas. No queda claro si se trata de una teoría, si es el mal, el asesinato, o el comportamiento «natural» lo que se quiere explicar, igualmente es confuso si configura una tendencia, una ley natural, una opción deliberada individualmente o el resultado de presiones socioculturales. Un interesante laberinto del que no sabemos que resultará.

  • […] Preparados para matar: algunas ideas para el debate Es la primera entrega de una serie que explora por qué nos matamos los humanos entre nosotros con tanta facilidad. Es un texto que incluye apuntes muy interesantes e incustra alguna historia de poner los pelos de punta. […]

  • Avatar de busgosu

    Pienso que el ser humano mata a otros humanos, cuando está o se siente amenazada por otros, su existencia física y la identidad mental del individuo, junto al estado del mundo que percibe favorable.

    Aunque la muerte directa ha sido sustituida por el dominio en el juego de la economía, la política y la legislación. Artes llamadas civilizadas que usan la pobreza para eliminar a otros.

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