Johannes Stark fue un físico alemán, ganador del premio Nobel en 1919 por el descubrimiento de que en un campo eléctrico la luz se separa en líneas espectrales, fenómeno conocido en su honor como efecto Stark. Conforme comenzaba su ascenso a la fama Einstein se carteó con regularidad con Stark. En 1913 Stark modificó la ley de fotoequivalencia de Einstein, que actualmente se llama ley de Stark-Einstein o segunda ley de la fotoquímica. Tras la Primera Guerra Mundial, sin embargo, Stark abrazó fervientemente los ideales nazis, promoviendo una ciencia nueva completamente “aria” y orquestando toda una campaña de descrédito de la “judía” teoría de la relatividad de Einstein.
En 1907, Stark, que era entonces profesor en la Technische Hochschule de Hannover, pidió a Einstein que escribiese un artículo de revisión sobre la relatividad para el Jahrbook für Radioaktivität und Elekronik (Anuario de radioactividad y electrónica). Durante esta época y en los años siguientes, Einstein y Stark mantuvieron una correspondencia bastante cordial. Solamente una excepción. Ocurrió cuando Einstein estaba viviendo en Praga y escribió un artículo sobre procesos fotoquímicos que Stark creyó que plagiaba directamente uno de sus escritos. Stark atacó a Einstein en las páginas de Annalen der Physik, a lo que Einstein respondió contundentemente en la misma revista demostrando que Stark no había entendido su trabajo.
1913 fue el annus mirabilis particular de Johannes Stark. Ese año Stark modificó una teoría sobre los fotones publicada por Einstein en 1906. La versión definitiva, conocida actualmente como ley de Stark-Einstein, o segunda ley de la fotoquímica, afirma que cada molécula implicada en una reacción fotoquímica absorbe solamente un único fotón de la radiación o luz que causa la reacción. Ese año, Stark también descubrió un efecto de la luz que ha llevado su nombre desde entonces.
Los científicos ya conocían lo que se llamaba el efecto Zeeman, en el que los campos magnéticos dividen la radiación procedente de partículas en las denominadas líneas espectrales. Estas líneas dependen de la velocidad a la que un átomo o ión dado está oscilando y pueden ser útiles a la hora de identificar exactamente qué partícula es la que está oscilando. Stark se las arregló para producir líneas espectrales similares usando un campo eléctrico en vez de uno magnético. En última instancia, el efecto Stark es más complejo a la hora de analizar la información obtenida, por lo que hoy día se prefiere usar el efecto Zeeman para el análisis de la estructura atómica.
En cualquier caso este era un trabajo que merecía un Nobel; Stark recibió el premio en 1919. En su discurso de aceptación ya aparecieron los primeros indicios de lo que más tarde serían sus posiciones políticas. El discurso comienza con la idea de que los alemanes continúan con el trabajo de los antiguos griegos de comprender la estructura atómica. A lo largo del discurso su argumentación, una y otra vez, es siempre cómo su trabajo se enmarca y contribuye a la física alemana. Las semillas del nacionalismo están enraizadas y comienzan a verse sus primeros brotes.
Tras el premio Nobel, Stark, si se me permite la expresión, pasa definitivamente al lado oscuro. No se le recuerda por sus contribuciones a la ciencia en la segunda mitad de su vida, sino por su política. Qué acontecimientos o influencias pudieron hacer que Stark se volviese contra los que hasta entonces habían sido sus colegas no están claros, pero lo cierto es que en los años veinte Stark absorbió y aceptó plenamente la retórica nazi de la gloria de la raza aria y comenzó una campaña para socavar la física moderna, lo que incluía un rencoroso ataque contra Einstein.
En 1922, cuando era profesor en la Universidad de Wurzberg, Stark escribió un libro denunciando la física moderna llamado La crisis actual en la física alemana. Afirmaba en él que materias como la relatividad eran obviamente subversiones, subversiones judías además, del pensamiento racional puro. Si bien el nazismo y su antisemitismo estaban creciendo en Alemania, todavía no eran mayoritarios y este tipo de comentarios le valió el ostracismo por parte de sus colegas. Sus afirmaciones le llevaron a tener que renunciar a su cátedra y tuvo que ganarse la vida creando una empresa de porcelana.
En 1924, Stark declaró públicamente su completa lealtad a Hitler y continuó atacando a la física “judía”, afirmando que era una ciencia que ignoraba los experimentos objetivos o la observación de los hechos. En los años 30 trabajó con Philipp Lénárd, otro premio Nobel con tendencias nacionalistas extremas que también la había tomado con Einstein, intentando crear una ciencia alemana “pura”, de forma similar a como Hitler estaba tratando de crear una raza alemana “pura”.
Stark fue nombrado presidente del Instituto Imperial de Física y Tecnología tras la llegada al poder de Hitler en 1933, cargo que ocuparía hasta 1939. En esta posición disponía de una plataforma inmejorable para la difusión de su retórica de que toda la ciencia debía dedicarse a apoyar las filosofías nazis. Afirmó que los judíos, por su evidente falta de respeto a la verdad, no eran adecuados para la física.
O lo que era peor desde su punto de vista, no se limitaban a los canales apropiados. Escribió, aparentemente con Einstein en mente, en su libro Nacionalsocialismo y Ciencia, publicado en 1934: “el celo dogmático e impulso propagandístico del científico judío le lleva a informar de sus descubrimientos no sólo en publicaciones científicas sino también en la prensa diaria o en conferencias públicas”.
En general, los ataques de Stark a la ciencia moderna no tenían una base racional: se limitaba a declarar que la relatividad era tan contraria a la experiencia diaria y al sentido común que tenía que ser errónea. Cuando Werner Heisenberg salió en defensa de Einstein, Stark lo tildó, en un artículo en el periódico oficial de la SS, Das Schwarze Korps, de “judío blanco” que debería “desaparecer” (Heisenberg se salvó usando sus contactos familiares con el Reichführer-SS Heinrich Himmler, pero esta es otra historia).
Tras la Segunda Guerra Mundial, el tribunal de desnazificación de Baviera juzgó a Stark. Einstein, viendo el panorama que se cernía sobre Alemania y el peligro real que corría su vida, la había abandonado en 1933 para no volver. Pero aún quedaban científicos para atestiguar en contra de Stark: Max von Laue, Werner Heisenberg y Arnold Sommerfeld entre ellos. Stark fue considerado “major offender” (nivel 5, el más alto de los cinco posibles niveles de colaboración con el régimen nazi, según la clasificación seguida en los tribunales constituidos en la Alemania ocupada por los Estados Unidos). Fue condenado a 4 años de trabajos forzados. La sentencia fue suspendida y Stark se retiró al campo, donde trabajó solo y aislado en su laboratorio privado hasta su muerte en 1957.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Una versión anterior de este artículo se publicó en Experientia Docet el 6 de septiembre de 2009.