La idea del “éter lumínico”, medio por el que se propagaban las ondas de luz, aparece en el siglo XVII con Christian Huygens, desaparece en el XVIII y resurge en el XIX cuando los experimentos de Young y Fresnel apuntan a la naturaleza ondulatoria de la luz. Maxwell también pensó que el éter podría considerarse un medio para la transmisión de las fuerzas eléctricas y magnéticas. Más tarde se daría cuenta de que podía olvidarse completamente de este modelo concreto del éter si se centraba en la forma matemática de la teoría. Sin embargo, justo antes de su muerte, en 1879, Maxwell escribió un artículo sobre el éter para la Enciclopedia Britannica (1878) en el que aparece como convencido defensor del concepto:
“Sean las que fueren las dificultades que tengamos a la hora de formar una idea consistente de la constitución del éter, no puede haber duda de que los espacios interplanetarios e interestelares no están vacíos, sino que están ocupados por una sustancia o cuerpo material, que es ciertamente el más grande, y probablemente el más uniforme del que tengamos alguna noticia.”
Maxwell era consciente de los fallos que presentaban los modelos anteriores del éter. En la primera parte del mismo artículo decía:
“Los éteres se inventaron para que los planetas nadaran en ellos, para constituir atmósferas eléctricas y efluvios magnéticos, para comunicar sensaciones de una parte de nuestros cuerpos a otra, y así, hasta que todo el espacio había sido ocupado tres o cuatro veces con éteres. Solo cuando recordamos la gran y maliciosa influencia que las hipótesis acerca de los éteres solían ejercer, podemos apreciar el horror a los éteres que los hombres de mente seria tuvieron durante el siglo XVIII.”
Maxwell había formulado su teoría electromagnética matemáticamente, independientemente de cualquier modelo concreto de éter. ¿Por qué, entonces, continuaba hablando del “gran océano de éter” que llena todo el espacio? Porque para Maxwell era impensable que pudiesen existir vibraciones sin que exista algo que vibre, u ondas sin un medio. Por otra parte estaba el hecho de que el concepto de “acción a distancia”, presente en Newton y en la electrodinámica de Àmpere (véase De los campos), era algo que para los físicos de la segunda mitad del XIX era absurdo. ¿Cómo podía un objeto ejercer una fuerza sobre otro alejado de él si no había algo que transmitiese esa fuerza? Un cuerpo se dice que actúa sobre otro, y la palabra sobre incluye la idea de contacto. De forma sutil, el lenguaje común hacía la idea de éter poco menos que necesaria.
Con todo, pocas décadas después de la muerte de Maxwell el concepto de éter había perdido mucho de su apoyo. Para la segunda década del siglo XX había desaparecido del catálogo de conceptos útiles en buena medida gracias a los experimentos de Michelson-Morley y a las ideas de un tal Albert Einstein. Sin embargo, la principal fuente de desgaste de la hipótesis del éter fue la propia teoría electromagnética de Maxwell, simplemente porque sus ecuaciones no necesitaban esa hipótesis para explicar completamente los cambios y relaciones entre los campos eléctricos y magnéticos en el espacio.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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