La imagen es potente: la enfermera Ratched (Louise Fletcher), antagonista del rebelde Randle McMurphy (Jack Nicholson) en la inolvidable Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975) con su bata blanca, rostro imperturbable y control férreo nos vigila desde el escenario del Euskalduna Bilbao. La película se convirtió en un alegato contra el control institucional y una crítica a la psiquiatría de los años 50 y 60 del siglo XX. Una época en la que esta disciplina médica, al igual que la temida enfermera, parecía en muchas ocasiones, autoritaria, fría y punitiva, más centrada en ejercer control sobre los enfermos que en tratarlos.

Medio siglo después, la psiquiatra y especialista en psiquiatría nutricional Eva Garnica se sirvió de esta imagen para arrancar su charla en el decimoquinto aniversario de Naukas Bilbao, el pasado viernes 19 de septiembre. ¿El objetivo? Mostrar cómo en las últimas décadas la psiquiatría ha buscado -y sigue buscando- fórmulas más amables, menos invasivas y paternalistas para contribuir a mejorar la salud mental de las personas. Una de ellas comienza en el propio intestino.
El título de su charla, ¿Se puede trasplantar la enfermedad mental?, no dejó a nadie indiferente. Durante su intervención no prometió milagros, pero sí compartió estudios sorprendentes. Según contó, en los últimos años se ha demostrado que existe un eje bidireccional entre el cerebro, el intestino y la microbiota. “Esto implica que lo que comemos, el estrés que sentimos, el ejercicio que hacemos o el ayuno que practicamos modifica la composición de nuestra microbiota. Y esta, a su vez, puede influir en nuestro estado emocional y mental”, explicó Garnica durante su charla.
Por ejemplo, es bastante común que antes de un examen, se te revuelvan las tripas a causa de los nervios. “En la actualidad también sabemos que ocurre al revés, es decir, que lo que pasa en el intestino puede afectar a cómo te sientes”, matizó.

Garnica ilustró esta curiosa relación con dos estudios en el que se trabajó con ratones de laboratorio a los que se les había eliminado la microbiota intestinal, es decir, con el intestino esterilizado. A un grupo de roedores se le trasplantó microbiota de personas sanas mediante trasplante fecal; al otro, de pacientes con depresión. ¿El resultado de esta investigación? Mientras los primeros no variaron su comportamiento, los segundos terminaron por desarrollar conductas compatibles con la depresión: inactividad, apatía y pérdida de interés por el entorno.
Por su parte, en el segundo experimento que describió, el patrón se repitió, pero esta vez con microbiota de 20 personas que padecían esquizofrenia. En este caso, los ratones que recibieron este trasplante mostraron signos de agitación, hiperactividad y comportamientos anómalos. “Es como si se les hubiera trasplantado la esquizofrenia”, declaró.
¿Una cápsula de bienestar?
Hoy, por sorprendente que pueda parecer, el trasplante fecal se utiliza con éxito para tratar infecciones intestinales como la provocada por la bacteria Clostridium difficile. El procedimiento es el siguiente: se encapsula microbiota de personas sanas y se administra al paciente. En algunos casos, funciona incluso mejor que los antibióticos. Y ya hay estudios en marcha que exploran sus posibles efectos en el tratamiento de otros trastornos neurológicos como párkinson, o autismo, entre otros.
Entonces… ¿podríamos hacer lo mismo con la salud mental? ¿Podríamos encapsular microbiota de una persona sana y dársela a alguien con depresión o esquizofrenia?

Garnica lo planteó como una posibilidad a medio o largo plazo. “Sería como cuando trasplantamos un corazón, pero sin que nadie tenga que morir. Con la microbiota es mucho más fácil. ¿Y si pudiéramos donar bienestar?”, lanzó al público.
Hoy por hoy, el trasplante de salud mental es todavía una fantasía. Sin embargo, existen múltiples líneas de investigación en marcha para mejorar la salud mental de las personas de forma menos invasiva. Una de ellas tiene que ver con la nutrición, el ejercicio y el estilo de vida. No como sustituto de la medicación o la terapia, sino como complemento y refuerzo.
La dieta mediterránea -rica en frutas, verduras, pescado, legumbres y grasas saludables- es la que acumula más evidencia científica en la reducción de síntomas depresivos frente a la depresión. No es casualidad: su perfil antiinflamatorio y su impacto positivo en la salud cardiovascular, también afecta a la salud mental. En contraste, los alimentos ultraprocesados y el exceso de azúcar no solo impactan al cuerpo de manera negativa, sino también al cerebro.
El reto, como reconoció Garnica, es llevarlo a la práctica. “Está demostrado que funciona; otra cosa es que lo estemos haciendo bien tanto los profesionales como los pacientes. Nos queda camino por recorrer, pero está claro que cada vez más pacientes están dispuestos a implicarse en cambios de estilo de vida para mejorar su salud”. Y no se trata solo de alimentación. El ejercicio físico, el descanso, las relaciones sociales también influyen en una buena salud mental.

Garnica cerró su charla con la imagen un sonriente Jack Nicholson tras recibir su primer Óscar por su interpretación del malogrado McMurphy, para ilustrar un horizonte más esperanzador para quienes padecen trastornos mentales. Un futuro en el que la psiquiatría logre diagnosticar las enfermedades mentales mediante una prueba no invasiva, como el análisis de la microbiota fecal, y, lo que es aún más importante, desarrollar herramientas terapéuticas que permitan a los y las pacientes ser funcionales e, incluso, felices.
El tiempo lo dirá, pero a juzgar las palabras de la psiquiatra, es probable que la siguiente revolución en salud mental se esté fermentando, silenciosamente, en el fondo de nuestros intestinos. Por algo al estómago se le conoce como el “segundo cerebro”.
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Sobre la autora: María Larumbe es periodista y responsable de comunicación de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibersitatea.