Los humanos vienen obteniendo disoluciones alcohólicas, especialmente vino y cerveza, desde épocas prehistóricas. En estas disoluciones, donde el alcohol representa entre el 4 y el 14 %, es imposible que éste arda y eso a pesar de que el etanol, el alcohol presente en el vino y la cerveza, sí arde cuando está suficientemente puro.
Los textos del pseudo-Llull proporcionan a comienzos del siglo XIV nuevas recetas para obtener “un alcohol que puede arder”, esto es, alcohol absoluto, a diferencia de las menciones hasta entonces, que se refieren siempre a mezclas alcohol-agua. Sin embargo, se tratan de innovaciones en la técnica, no en un descubrimiento nuevo realmente. En el siglo XII, por algún motivo, todo el mundo, en Europa y China, pareció aprender a destilar alcohol a la vez. Pero quizás el conocimiento común provenía de una fuente anterior: al-Razi.
Efectivamente, algunos textos de al-Razi parecen indicar que había conseguido separar, al menos parcialmente, la sustancia que hacía del vino una sustancia intoxicante por medio de una destilación muy simple, e identificarla como un producto diferente. La destilación, en sí, ya era un método empleado por griegos y romanos. Todo lo que vendría después serían mejoras de la técnica, algunas revolucionarias, como las de pseudo-Llull.
La separación del etanol en un estado lo suficientemente puro como para que pueda arder tuvo que esperar a la introducción de nuevas formas y materiales en los recipientes, de la refrigeración en los sitemas de enfriamiento que permiten condensar el alcohol y en el descubrimiento de que la adición de sales al recipiente de destilación consigue “extraer” el agua de la mezcla alcohol-agua.
Los primeros intentos de añadir sales en la destilación para eliminar el agua muy probablemente estaban siguiendo una noción alquímica musulmana: una esencia seca se combina con una esencia húmeda. En este caso la alquimia funcionó. Efectivamente, algunas sales absorbían suficiente agua como para conseguir que el alcohol obtenido ardiese si se le acercaba una llama.
El texto europeo más antiguo en el que se menciona la preparación del alcohol es el Mappae clavicula que, realmente, es una colección de recetas que empezó a recopilarse en el siglo VII y que modificándose y ampliándose a lo largo de la Edad Media conforme era copiada y transmitida. En una de las recetas datadas en algún momento del siglo XII se lee:
“De commixtione puri et fortissimi xkok cum III qbsuf tbmkt cocta in ejus negoii vasis fit aqua quae accensa flamam incombustam servat materiam”
El químico Marcelin Berthelot, en su La chimie au Moyen Àge (La química en la Edad Media) de 1893 consiguió interpretar esta frase enigmática para muchos de una forma muy simple. Señaló que las tres palabras cifradas (en negrita en el texto) se encontraban con solo cambiar cada letra por la anterior en el alfabeto latino (romano). Así:
xkok = vini
qbsuf = parte
tbmkt = salis
Haciendo las sustituciones, el texto quedaba fácilmente entendible para un alquimista medio:
“Al mezclar un vino muy fuerte y puro con tres parte de sal, y calentando la mezcla en un recipiente adecuado para ello, el agua que se obtiene arde sin consumir el material [sobre el que se ha vertido]”
El truco del cifrado debió funcionar bien hasta el siglo XIII, porque es entonces cuando el procedimiento pasa a ser ampliamente conocido.
A partir de entonces las aplicaciones del alcohol lo convierten en una sustancia mágica, casi en la panacea. Si se aplicaba externamente ayudaba a curar heridas, secar llagas y elimar la suciedad que el agua no podía. Aplicado internamente, aliviaba el dolor y elevaba el ánimo.
En el siglo XIV Joan de Peratallada (Johannes de Rupescissa en latín, nombre por el que es más conocido) se refería al alcohol como aquae vitae (el agua de la vida) y lo prescribía como elixir tanto para el metal enfermo (con la idea de sanarlo y convertirlo en oro) como para la salud humana.
Otros practicantes del arte alquímico descubrieron que el alcohol, por su capacidad para disolver sustancias orgánicas, era un modo excelente de extraer aceites de las plantas, extractos que empezaron a investigar.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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